lunes, 18 de agosto de 2014

Sobre la negatividad en Hegel.

"La filosofía de Hegel es el álgebra de la revolución"
 - Aleksandr Herzen



Para todo esquema que aborde la filosofía occidental, el idealismo alemán se liga inevitablemente a la Revolución Francesa, a la lucha contra el Antiguo Régimen y sus privilegios, y al concepto de Razón. La importancia de este concepto es central en el esquema idealista: recordemos a Descartes, cuando unificaba la especie humana a través de la razón autónoma, a la capacidad del sujeto de conocer la realidad y construir conocimientos sin necesidad de tutores: toda aquella que aprendiera el método (sin importar género, raza, clase) llegaría a razonar por sí misma. Kant lleva la razón más allá: el límite epistemológico a la razón teórica (piedra de toque de la experiencia) le sirve para abrir un nuevo dominio de la razón, el dominio práctico, el dominio de la libertad contra la causalidad de la naturaleza. Esta brecha entre intuición y concepto que Kant establece en el marco teórico puro es la que Hegel intentará cerrar desde un desarrollo autoconsciente del ser humano: la libertad no es planteada como inicio del concepto, como fundamento de la moralidad, sino que es resultado de un proceso de autodesvelamiento. La libertad es obtenida al final, no es dada al inicio.

Hegel afirmará que “todo lo real es racional” y “todo lo racional es real” y tratará de fundamentar una ontología desde la lógica, pero esto es quedarse sólo con la mitad del esquema hegeliano: todo concepto lógico tiene que tener su referencia en la realidad, es decir, todas las formas del pensar también son principios constitutivos de lo real (la lógica es metafísica, por eso su sistema de lógica comienza con los principios ser y nada). Es decir: si Hegel es capaz de fundamentar una ontología sobre la lógica sólo se debe a que la lógica está ya de algún modo “ontologizada”. Hegel desdobla, al igual que hizo Kant, dos funciones de una misma razón: la función teórica (que busca el núcleo racional tras la corteza multicolor exteriorizada) y la función práctica (que hace real lo pensable, entendiendo esto como un arte humano, como por ejemplo, el derecho).

No es cuestión de explicar el inicio del sistema hegeliano, pero quizás sean útiles unas cuantas pinceladas: Hegel busca un principio absoluto e inmediato, que sea capaz de generar su propia negación para así devenir. Debido a la imposibilidad de demostrar este principio desde el inicio, la prueba deberá ser inmanente, es decir: el principio debe demostrarse al final del sistema (lo que da a su filosofía ese aspecto cíclico, de donde surge la crítica de que en realidad el sistema hegeliano no se mueve, no avanza sino que sólo explicita, saca fuera-de-sí lo que ya daba por hecho desde el principio). Este principio es el ser indiferenciado, igual a la nada indiferenciada, que logra la unidad traspasándose a sí mismo en el devenir de la razón (es decir, en el tiempo).

Lo importante en la filosofía de Hegel (que misteriosamente desaparece en Heidegger, donde sólo queda el ser y el tiempo) es la nada, el aspecto negativo, la negación: la razón no es total si no contiene la negación, es imposible que la totalidad pueda devenir si no se une a la completa negatividad. La negatividad es lo único que puede añadirse al todo. La negatividad, el límite, es lo que, en la filosofía de Hegel, da sentido al ser, lo diferencia y concretiza, en definitiva, lo realiza. El ser sin límite es una totalidad indiferenciada, inmediata, abstracta, igual a la nada. Es el traspasarse con el límite lo que hace al ser real. Pero ¿quién pone ese límite? ¿Quién mueve al concepto? La dialéctica. La definición clásica de dialéctica (hegeliana) es la de principio motor del concepto que genera y disuelve las particularidades de lo universal. Sin esta temporalidad del concepto, sin exteriorización (alienación) del ser, sin el regreso al ser desde el ser-otro, no existiría lo concreto real sino sólo lo abstracto. Sólo la mediación realiza el ser. Pero este movimiento dialéctico no lo inventa el concepto, no está (sólo) en la cabeza: la lógica está expresando un proceso real. Hegel sólo extrae las formas lógicas de un movimiento que ocurre en la realidad, todas las formas de ser llevan dentro de sí esta negatividad que determina su movimiento (más tarde, Marx devolverá esta dialéctica a su terreno verdadero: el terreno material e histórico). Aquí llegamos al punto central: ¿qué es y qué implica esta negatividad? ¿Qué se está jugando cuando afirmamos que lo racional sólo puede realizarse mediante una negatividad?

Primero, debemos comprender qué se está negando en la filosofía hegeliana: Hegel niega el hecho inmediato para restablecer desde esa negación la verdad. Los hechos son el conjunto de fracturas que impiden la totalidad y unidad de la razón, y estas fracturas pueden ser traducidas, en definitiva, a una sola: la fractura ontológica entre sujeto y objeto. Sólo en la razón los antagonismos entre sujeto y objeto se integran en la totalidad, la verdad sólo podrá concretarse negando los hechos, negando el estado de cosas dado. Sólo transformando la realidad podrá realizarse la razón: no se trata de interpretar, sino de transformar. La tesis 11 sobre Feuerbach resuena aquí con toda su intensidad: la filosofía es práctica, no fáctica. Esta negatividad da cabida a un proceso por el cual la razón se adueña de la realidad al transformarla. Esta realidad ya era racional, sólo que no era consciente de ello. Es la razón la que explicita el núcleo de racionalidad: el único problema es que Hegel ya nos predice el resultado de antemano. La realidad está condenada a ser cada vez más racional, no existen retrocesos en la historia hegeliana.

La dialéctica negativa vuela literalmente por los aires el orden establecido y legitimado por la filosofía anterior. Los hechos no tienen ninguna autoridad, sino que han sido puestos por el sujeto. Lo dado no posee ninguna justificación por sí mismo, sino que tiene que ser justificado ante la razón. El esquema de Robespierre es el más adecuado para explicar esta adecuación: si la realidad no encaja en la razón, se debe utilizar la guillotina para recortar esos trozos de realidad que no encajen (por supuesto, la cabeza del rey era uno de esos trozos. La cabeza de un rey no encaja en un orden racional). La razón aniquila “el mundo seguro” y el sentido común. Este mundo seguro es para Hegel el estado inmediato de los hechos, que la razón niega y a la vez supera. La negatividad es el preludio necesario para eliminar la inmediatez en un hecho, para hacerlo devenir y hacerlo real. Se trata, en la lógica hegeliana, de sacar de la identidad consigo mismo a un objeto: cuando afirmamos que A es B, de algún modo hemos debido salir de A=A, el primer objeto A que se dice idéntico a B aparece distinto de sí mismo, existe como su otredad. El objeto A se mueve, sale de sí mismo en el proceso de la identidad con B. Esta lógica es incompatible a la petrificada lógica aristotélica (la crítica moderna hacia la Escolástica postaristotélica es clara: la lógica formal planteada por Aristóteles en su Organon sólo habla de corrección y no de verdad, no permite conocimiento, es un esquema vacío, un andamio incapaz de síntesis, incapaz del proceso de conocimiento).

Sería interesante ligar la filosofía hegeliana a su contexto histórico, para observar más de cerca hasta qué punto está legitimada la destrucción del orden social hacia un modelo de sociedad más racional (y de este modo, entender que Marx tenía la guía para saltar desde la anarquía de la producción a la producción autoconsciente, planificada y racional).

La filosofía hegeliana está ligada, como todo idealismo alemán, a los procesos revolucionarios de Francia. Recordemos su precioso texto de juventud junto a Schelling y Hölderlin, en el que saludaba la Revolución Francesa como el amanecer de la razón. El desencanto hegeliano con el proceso revolucionario llega pronto. Hegel considera la Revolución Francesa como una etapa necesaria del pasado europeo, pero ya no aplicable a la actualidad alemana. Francia había tenido que cortar cabezas antes de educarlas, pero eso ya no era necesario. El Espíritu absoluto de la Historia ya había sido desarrollado, y Alemania no necesitaba ya pasar por la revolución. El modelo de Estado racional es un modelo centralizado, basado en la igualdad, y con un modelo productivo absolutamente racional (trabajo como subjetivación del objeto producido, como mediación del trabajador, es decir, lo radicalmente opuesto a la alienación que criticaba Marx: el producto tiene que subjetivarse para que el trabajador no se objetive). Un Estado fuerte opuesto al contractualismo liberal (los contratos que hace la sociedad civil son de modelo comercial, finitos y estratégicos, por lo que son insuficientes para construir un Estado), un Estado que sea el gobierno absoluto de la Ley, en el que el individuo se identifique con el todo. El modelo de Estado que propone Hegel como el más racional es el de monarquía. Y, por supuesto, este Estado racional ya había llegado a Alemania.

Aquí es donde algo comienza a chirriar: Hegel pasará a afirmar, desde su filosofía del Derecho, que Alemania ya está preparada para ser el último pueblo, el Volk racional. Hegel traza una filosofía total (recordemos que la filosofía era la última piedra de su sistema de ciencias), la filosofía ha terminado. Hegel ha analizado la historia en términos de lucha, de negación, de contradicciones, y ha desembocado en la totalidad de la razón, en el fin de las luchas, de las contradicciones, en la unidad del Espíritu. Sólo queda una filosofía: la de Hegel, el último filósofo.

El problema es que, después de Hegel, sigue existiendo filosofía. La escuela hegeliana se da cuenta de que no puede pasarse la vida “estudiando y repitiendo al maestro” y decide hacer crítica, demolición, de la filosofía hegeliana. Bauer, Feuerbach, Ruge, Stirner, Marx y Engels siguen el camino de Hegel. Él ha dado el método a través de la historia. Sólo era necesario bajar a Hegel de los cielos, colocarlo sobre sus pies y darse cuenta de que la historia no se ha detenido sino que las contradicciones reales siguen moviendo la realidad. Marx desliga la dialéctica de su base ontológica cerrada y universal (la dialéctica hegeliana da la forma lógica abstracta y la dialéctica marxista su movimiento real y concreto), pero conserva la negatividad en su aplicación a la condición histórica. Construye una dialéctica opuesta radicalmente a la de Hegel, pero también con la contradicción como fuerza. La lucha de clases sigue siendo el motor, las particularidades siguen disolviéndose en el universal. Hegel no tenía razón con el fin de la filosofía, ni con la unidad de la razón. Al fin y al cabo, aún Dios no se ha asustado al reconocerse en su creación (recordemos que Dios-Espíritu absoluto, un en-sí y para-sí se exteriorizaba/negaba/alienaba en la naturaleza, en la gravedad, para después volver a sí mismo desde su ser otro en la especie humana explicando el dogma de la encarnación. El momento en el que Dios se encarnaba en la especie humana era cuando leía, al fin, la Ciencia de la lógica).



Y aquí está el punto clave: Hegel, intentando justificar y sostener el orden social desde su final de la historia, da la pauta para su demolición y crítica filosófica. Hegel demostró que la negatividad no era la distorsión de la verdadera esencia de una cosa, sino su misma esencia. Hegel demostró que las crisis, las luchas, los colapsos, las aniquilaciones, no eran accidentes ni perturbaciones externas a un progreso positivo: las crisis manifiestan la naturaleza misma de las cosas, y sólo desde las crisis se puede entender un sistema social. El daño que Hegel hizo contra el orden social fue incalculable e irreparable. Hegel llenó la universidad de jóvenes revolucionarios (que fueron echados a patadas cuando se le concedió el rectorado a un decrépito Schelling, único que podía plantear un sistema distinto al hegeliano y frenar ese hedor a hegelianismo que desprendían las facultades).

No sabemos si Hegel pretendía demoler el orden social con su filosofía, o si lo hizo sin ese propósito. La dialéctica negativa era esa grieta insobornable que amenazaba con arrasar el sistema de privilegios que los explotadores habían edificado. La dialéctica negativa es ese martillo que podemos ver perfectamente en Das Kapital, es esa muerte del viejo mundo que espera impaciente un nuevo amanecer. Es la certeza de que las potencialidades del género humano sólo pueden desarrollarse mediante la muerte del orden social que originaron estas potencialidades. En definitiva, es la expresión de que la contradicción es el motor real del proceso, y la crisis la única forma de entenderlo.

Era fácil, sólo había que demostrar que la filosofía no había terminado aún. Sólo había que darle cuerda de nuevo a la contradicción, y reanudar la historia por donde Hegel la había detenido. Si se podía “hacer filosofía después de Hegel” era porque la historia no se había detenido (al igual que se puede hacer historia después de Fukuyama). El método que dio Hegel fue la pesadilla para los poderosos. Hegel intentó calmar el espíritu revolucionario de la única forma que supo: afirmando que la época de las contradicciones, de las crisis, había terminado. Que la historia había llegado a su fin, que su filosofía era total. La teoría coincidía con la realidad. Pero fue incapaz de convencer a esa juventud revolucionaria que hincaba codos y soñaba con transformar el mundo. La sola existencia del proletariado destruía esa totalidad de la razón construida por Hegel, el proletariado expresa la negatividad total, por padecer el sufrimiento y la injusticia universal.

La filosofía negativa desató una revolución intelectual y una sacudida brutal en la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX. Si la primera mitad del siglo fue de contrarrevolución brutal y restauración napoleónica, 1848 hizo saltar la pólvora: absolutamente nadie podía negar desde la razón que el socialismo era la única salida hacia delante en la historia, el único modelo social racional. Todos los que negaban este componente de racionalidad y de progreso tenían intereses privados, esos intereses de la sociedad civil (contrato) que, según Hegel, no podían construir un Estado. La filosofía negativa anticipaba el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad, y sólo era cuestión de tiempo para que ese salto se materializase. Otra cuestión es ya si esa unidad, esa totalidad de la razón, podría llegar a materializarse algún día (como pensaba el mismo Hegel) o si sólo se trataba, como afirmó Camus, de ficción, de nostalgia por el drama de lo humano.

Por supuesto, los poderosos y los interesados en la reproducción del capitalismo no podían permitir que el salto del reino de la necesidad al de la libertad se materializase. Para frenar la explosión de la filosofía negativa, se refugiaron en la única filosofía posible, la diametralmente opuesta: el positivismo.

El positivismo se basa radicalmente en la facticidad del hecho: necesita un objeto externo (no puesto por la subjetividad), y necesita suponer los hechos como neutrales, sin que estos puedan afectar al sujeto. El componente empírico es fundamental: todo conocimiento de los hechos debe provenir de su observación. Es fundamental también el carácter antihegeliano que presenta el positivismo. Recordamos estas palabras de Friedrich Julius Stahl, positivista alemán: La doctrina de Hegel es una fuerza hostil, esencialmente destructiva. Su teoría, desde el comienzo, ocupa el mismo terreno que la revolución. El cometido del positivismo no puede ser más claro: frenar la filosofía negativa, devolver la positividad al estudio de la realidad y salvar como sea el orden social existente. El positivismo es la filosofía contrarrevolucionaria que necesitaban los poderosos. Los poderosos necesitaban a Comte para acabar con Hegel de una vez por todas (ya que Schelling había sido incapaz), para enterrarle como a un perro muerto.

El positivismo acepta lo dado como natural y lo que se contrapone a lo dado como absurdo, utópico e inexistente. Esta es la mayor legitimación ideológica de lo dado que se puede pensar. Desplaza el debate práctico-político hacia el terreno teórico-científico, y conduce a la resignación y a la aceptación de las normas sociales. La armonía positiva es irreconciliable con la contradicción negativa: una construye estabilidad, la otra la destruye. Comte fue el primero en considerar el socialismo como pura utopía absurda por intentar oponerse al estado de cosas, Comte seguía escribiendo contra el Antiguo Régimen a mediados del siglo XIX, y reclamaba la evolución contra la revolución. Ni siquiera desde el modelo positivista se puede interpretar, sólo aprehender los hechos. No hay más allá, y mucho menos, racionalidad. Nietzsche afirmaría que los positivistas, al eliminar de un plumazo el mundo verdadero de la razón y quedarse sólo con el mundo aparente de los fenómenos (esta distinción es la distinción clásica platónica) estaban destruyendo ambos mundos. El positivismo aniquila la pretensión científica de buscar un más allá trascendente al hecho, un núcleo de racionalidad que haga ver que el ser no es únicamente lo que aparece, núcleo de racionalidad reclamado tanto por la filosofía hegeliana como por la marxista.


Ante la aceptación acrítica y legitimadora de lo dado, el marxismo se constituye como radicalmente opuesto a un orden social alienante y a un estado de cosas negativo: sólo la pura negatividad, el proletariado, puede impugnar el estado de cosas establecido y negar la negación: sólo la clase más negativamente universal, sólo el proletariado, es el legítimo heredero de la filosofía clásica alemana. Sólo el proletariado es el heredero directo de la dialéctica negativa de Hegel. Aunque no tengamos el “spoiler” hegeliano de que al final ganan los buenos, sí sabemos quiénes son los únicos que pueden luchar: las nadies, desheredadas, explotadas, saqueadas, golpeadas, humilladas: las que han aprendido a vivir en el barro y en sus miradas no cabe más ira. Ante la duda de quién es el sujeto revolucionario, buscad a Tom Joad. Él estará allí.

6 comentarios:

  1. Buen trabajo, sin embargo, no he sido capaz de entenderlo del todo(soy algo novato en esto de la filosofía, aunque me interesa mucho) y me preguntaba si podrías publicar un plan de lectura como el que has hecho de W. Benjamin pero esta vez sobre el estudio de la dialéctica.
    Gracias de antemano y un saludo revolucionario!

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  2. Muchas gracias! Si te parece bien, te pongo aquí los textos que recomendaría y luego, si se me ocurren más, puedo abrir una nueva entrada como hice con Benjamin. El orden es el que recomendaría seguir, del más fácil al más complicado. Esto es lo que recomendaría como visión general:

    - Cuatro tesis filosóficas (Mao): en especial, "Sobre la contradicción"
    - Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (Marx)
    - Conceptos elementales del materialismo histórico (Harnecker)
    - Historia y conciencia de clase (Lukács)
    - Introducción a la dialéctica (Adorno)
    - Crítica de la economía política (Heinrich)
    - Todo lo sólido se desvanece en el aire (Berman)
    - La revolución teórica de Marx (Althusser): especialmente "Contradicción y sobredeterminación"
    - Estudio sobre la Fenomenología del Espíritu (Rühle)
    - Razón y revolución (Marcuse)
    - Introducción a la lectura de Hegel (Kojève)
    - Teoría de la religión (Bataille)
    - Fenomenología del Espíritu (Hegel)
    - Las variaciones de Hegel (Jameson)
    - Las valencias de la dialéctica (Jameson)

    Y si te ves con fuerzas, la última:
    - Lógica (Hegel)

    Intenté ser imparcial, pero obviamente me ha salido una visión marxista de Hegel XD Un saludo!

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  4. esto es muy ambiguo y el punto de vista sobre el orden social me parece absolutamente exagerado y mal interpretado.

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    1. Te doy toda la razón, el texto tiene casi 6 años, es una mierda

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  5. A mi me pareció excelente el texto...en cuanto a lo del orden social solo leí verdades.

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