viernes, 22 de marzo de 2019

Dialéctica y movimiento en El capital de Marx.



«En El capital se cumple de forma consecuente y sistemática la coincidencia entre lógica, teoría del conocimiento y dialéctica, lo cual es el rasgo distintivo del método de investigación de Marx, siendo la coincidencia de inducción y deducción, de análisis y síntesis, lo que caracteriza el método de ascenso de lo abstracto a lo concreto».
E. V. Iliénkov, Dialéctica de lo abstracto y lo concreto en El capital de Marx.


Karl Marx publica la primera edición del tomo I de El capital. Crítica de la economía política [Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie] en 1867, en la ciudad prusiana de Hamburgo. Esta obra, consideramos, se convierte sin ninguna duda en el punto más álgido del desarrollo teórico marxista. Creemos que es imposible analizarla de forma aislada sin hacer referencia a las transformaciones sociales y políticas que estaban ocurriendo en la época en la que Marx escribe. Desvincular la obra del estado de la lucha de clases, de la referencia a la objetividad social (como si de un conjunto de intuiciones “meramente lógicas” se tratara, como si fuera producto del cerebro aislado de Marx) sería una traición absoluta al propio Marx y al propio marxismo. El mismo Marx describe el tomo I de El capital como un obús contra la cabeza de los burgueses, al mismo tiempo que afirma ver en estos una «personificación de categorías económicas». Este es el sentido de la ciencia, el ver que en lo particular anida lo universal. Si la obra de Marx fuera una abstracción vacía de la realidad, en ningún momento se habría preocupado por resultar comprensible para el proletariado («[…] la obra será más accesible para la clase obrera y para mí esta consideración está por encima de cualquier otra»[i]). La conexión entre teoría y praxis, entre teoría revolucionaria y movimiento proletario, se materializa en la preocupación de Marx de “no llegar a tiempo” a la lucha revolucionaria: pensemos en que apenas cuatro años después de la publicación de El capital se proclamaba el primer estado obrero de la historia, la Comuna de París. El capital se publica en un momento de eclosión revolucionaria y se convertirá por derecho propio en la cima del desarrollo teórico de Marx.
Cuando decimos “desarrollo teórico” nos oponemos precisamente a la idea althusseriana de corte epistemológico, es decir, de una separación radical entre un Marx joven feuerbachiano/hegeliano y un Marx maduro científico. Investigar una realidad a través de separaciones externas, de cortes, de estructuras estancas, es una forma más de pensamiento metafísico. La realidad no se comporta de ese modo en ningún caso: se debe atender al desarrollo, a la trabazón interna de los fenómenos. No hay un punto de ruptura entre un Marx joven y un Marx maduro, hay un proceso de elaboración teórica, de evolución, que comienza en los textos juveniles de Marx y desemboca en El capital como su punto más elevado. Y, como todos los procesos, tiene tentativas, callejones sin salida, retrocesos y recomienzos. Podemos hacer una analogía entre aquello que afirmaron las revolucionarias chinas, que toda revolución no es un camino recto sino zigzagueante, y la propia obra de Marx. Este no escribe El capital “a la primera”, sino que hay diversas tentativas previas abandonadas (desde la Contribución a los Grundrisse). El orden de El capital es producto de un larguísimo período de reflexión por parte de Marx, hay un trabajo previo de ordenación que literalmente le consumió (para visualizar esto podemos recurrir a sus discusiones a través de cartas). No se trata, como hace Althusser, de desechar los textos juveniles (desde las Tesis sobre Feuerbach a los Manuscritos del 44), sino de ponerlos en su lugar en el desarrollo teórico marxista. Estos sólo tienen sentido si se ve en qué terminan desembocando; como afirma Engels, es la anatomía del ser humano lo que explica la anatomía del mono. También, no debemos olvidar de que Marx publica el tomo primero de El capital y que no había publicado ninguna de sus tentativas previas ni zigzagueos. Sólo esto ya nos debe dar una idea de la maduración y completitud de El capital: este libro fue el primero en ser criticado por economistas liberales espadachines a sueldo de la burguesía y no por ratones.

1.   Dialéctica de lo concreto y lo abstracto.
Uno de estos zizgagueos es, probablemente, el texto más denso de Marx, un texto brillante y precioso que sacará a la luz el problema del método que después redundará en El capital. Nos referimos al prólogo de los Grundrisse [Elementos fundamentales para la crítica de la economía política]. Podemos sostener sin equivocarnos que este es el punto de partida de la investigación de la dialéctica materialista sobre el problema de lo concreto, lo abstracto y el método objetivo de conocimiento (cuando hablamos de método objetivo nos referimos a la inseparabilidad de epistemología y ontología, de ser y pensar). Exponentes de esta investigación podrían ser Lukács o Iliénkov, pasando por Kosik o Luporini. Contra la común práctica académica o revisionista de reducir el marxismo a una epistemología, un método, o a un análisis particular de una coyuntura histórica muy concreta, estos teóricos rastrean en Marx su posición más fuerte: la posición de un marxismo ontológico, la idea de ver las categorías económicas como expresión del movimiento de la realidad. Se trata de evitar fijar y descomponer analíticamente cada categoría dentro de un esquema meramente lógico sino atender a su desarrollo, de historizar el objeto tratado y seguir su proceso de génesis y construcción de forma dialéctica, es decir, sin mutilar el automovimiento. Consiste, por tanto, en seguir y reconstruir el proceso lógico/histórico de elaboración de los conceptos de la crítica de la economía política, en ver en el método no solamente un método sino una forma de exposición de las categorías con una dimensión objetiva, real.
En la Introducción a los Grundrisse, Marx establece una de sus más célebres y brillantes intuiciones: «lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso»[ii]. Es importante mostrar las implicaciones de esta formulación: lo concreto no es única y simplemente lo sensible, lo que se presenta ante un sujeto que conoce. Esta sería la formulación de la epistemología metafísica clásica: un sujeto activo se abalanza sobre un objeto pasivo y lo conoce a través del pensamiento inductivo; es decir, a través de abstraer lo común de lo múltiple, de sumar y cribar muchos concretos diferentes, obtiene un concepto abstracto mental. Los ejemplos de esta epistemología metafísica los podemos encontrar desde la Escolástica hasta Kant (lógicamente, en distintos grados de perfeccionamiento y complejidad). Pero en Hegel, y posteriormente en Marx, esto no es así. Lo concreto no es lo inmediato sensible palpable y lo abstracto no es lo mental. Lo concreto es también, en Marx, «proceso de síntesis, resultado»[iii], es decir, la unidad de los fenómenos distintos y contrarios que, en su trabazón interna y su dependencia mutua, constituyen la esencia de la totalidad concreta. Este es el significado de la unidad de contrarios en Marx, la infinita riqueza de determinaciones en lucha y unidad que tienen, en la realidad, un correlato objetivo (es decir, que no se trata de un movimiento únicamente del pensamiento sino también de la naturaleza, es una categoría objetiva). Dejando hablar a Iliénkov: «el carácter concreto es, antes que nada, sinónimo del vínculo real de los fenómenos, de trabazón e interacción de todas las aristas y momentos del objeto, dados a la persona en contemplación y representación»[iv]. Según Kosik «la dialéctica no es el método de reducción, sino el método de la reproducción espiritual e intelectual de la realidad»[v], o en palabras del propio Marx: «las categorías expresan por lo tanto formas de ser, determinaciones de existencia»[vi]. Redundando en esta idea, Marx caracterizará el método lógico/dialéctico propio del materialismo dialéctico como «elevarse de lo abstracto a lo concreto». Para distinguir este método del hegeliano, en el que los conceptos configuran el mundo (es decir, el movimiento sería de lo inmediato abstracto a lo concreto como resultado), Marx introduce un primer concreto-inmediato al proceso, quedando el proceso como lo que Luporini denomina el «círculo concreto-abstracto-concreto», expresión que consideramos que puede ser problemática al hablar de círculo y no de espiral, como hace brillantemente Lenin[vii].

2.  En El capital.
Para aterrizar un poco, vamos a poner como ejemplo de estas determinaciones la propia obra de Marx: este comienza El capital con la forma valor y no con algo más aparentemente concreto como los salarios, las poblaciones o la acumulación originaria. Comenzar la explicación por lo concreto para acabar construyendo un concepto de valor extrayendo para ello características de lo analizado sería el método de desarrollo propio de la metafísica anterior. En cambio, sólo el análisis de lo abstracto nos permitirá llegar a tener una comprensión concreta de la situación concreta. Hasta que no se analice el valor, los salarios, poblaciones o intereses son incomprensibles. Destruir la mediación de lo abstracto es destruir el conocimiento científico. Aun así, Marx no parte del valor en primera instancia (como haría Hegel de haber estudiado el capitalismo, recordemos que el valor no es algo que se pueda observar con un microscopio en cada mercancía, pero sigue siendo objetivo), sino de una intuición inmediata y directa: la riqueza, en las sociedades capitalistas, “aparece [erscheint] como un enorme cúmulo de mercancías”[viii]. Marx continúa el proceso descomponiendo la mercancía en sus elementos estructurales y, en vez de ir abstrayendo lo común a estas, toma el “elemento estructural más sencillo”, es decir, la forma de estas, para comenzar su análisis científico. Esta forma es el valor. En sus Glosas marginales a Wagner, el propio Marx expondrá su punto de partida: «de donde yo parto es de la forma social más simple en que se presenta el producto del trabajo en la sociedad actual, y esta forma es la “mercancía”. Analizo ésta fijándome ante todo en la forma bajo la cual se presenta»[ix]. Es importante observar que el valor no se da de forma directa en su positividad, no se presenta como algo dado directamente sin dificultades al estudiar la mercancía. En el mismo interior de las mercancías se expresa la disociación contradictoria que es característica del sistema capitalista: la disociación entre valor de uso y valores de cambio. La mercancía, afirma Marx, tiene un carácter dual. Estos dos aspectos de la dualidad no pueden resolverse con una dialéctica proudhoniana volcada en un polo (sería absurdo, como si estuviéramos en un buffet libre, intentar desechar el valor de cambio y quedarse únicamente con el valor de uso), la mercancía es, bajo condiciones capitalistas, una unidad indisoluble, efectiva, en tensión (independientemente de que pueda existir un valor de uso, riqueza, sin constituirse como mercancía con valor de cambio; ponemos como ejemplo el trabajo para el autoconsumo o la naturaleza como fuente de valor de uso, remitimos para ello al inicio de la Crítica del  Programa de Gotha[x]). Mutilar esta tensión dialéctica es mutilar su comprensión. Los valores de uso, bajo condiciones capitalistas (y esta especificación es crucial), son «portadores materiales del valor de cambio»[xi]. Pretender que la contradicción dentro de la unidad se resuelve en una suerte de yuxtaposición mecánica sobre la que un conocimiento inductivo podrá ir cribando, no pasa de ser un eclecticismo metafísico. La contradicción de la forma valor sólo puede ser interna, y explicar el origen de una realidad compleja como la forma valor utilizando multitud de factores (como en el caso de la economía burguesa factores subjetivistas[xii]) es para Marx la sepultura de la ciencia. No es únicamente que es imposible sumar todos estos infinitos factores para lograr alcanzar una ciencia del objeto económico, sino que la ciencia no se construye a través de suma y yuxtaposiciones de fragmentos individuales. Más bien, como afirma Iliénkov, a través del estudio de un caso típico. Reproducimos el fragmento completo por su brillantez y claridad: «la dialéctica (a diferencia del eclecticismo), no razona en base al principio de “por un lado, por el otro”, sino que siempre, en todos los casos, señala la arista dominante, ese momento de la unidad de contrarios que en el caso en cuestión resulta ser la guía, lo determinante»[xiii]. Sin duda, este pensamiento de Iliénkov se ajusta a la idea de contradicción principal que Mao sostuvo en Sobre la contradicción (1937).
Lo verdaderamente importante en Marx es que no se queda en el momento de la unidad contradictoria de la mercancía, sino que va a rastrearla en su génesis: la contradicción está en la sociedad, en la praxis efectiva de los seres humanos que se organizan socialmente, y esta contradicción objetiva es la que se traslada a los productos, a las mercancías. Wolfgang Fritz Haug condensa esta idea de forma brillante: «Marx afirma haber descubierto precisamente en la constitución objetivamente contradictoria de la mercancía el elemento que induce la dinámica real de donde se deriva el verdadero desarrollo»[xiv]. La mercancía es en Marx el punto de partida para estudiar el verdadero leitmotiv: la ley que rige el movimiento de la sociedad moderna, el funcionamiento del sistema capitalista. El análisis de la mercancía tiene una dimensión objetiva: Marx no es un mero analista del intercambio de mercancías, es un analista y transformador[xv] de las relaciones sociales y de producción de la sociedad. Parte de esas «formas del pensar objetivas», las categorías de la economía política toman pie en la propia objetividad social en la que nacen. Iliénkov utiliza para explicar esta relación la metáfora casi leibniziana de la célula: «la particularidad de esta forma [la forma valor] consiste en que dentro de sí, al igual que en una “célula”, en un embrión, se esconde toda la otra riqueza de las formas de relación capitalista más complejas y más desarrolladas. Es a causa de esto que en ese simple fenómeno (en esta “célula” de la sociedad burguesa), el análisis revela todas las contradicciones (o los gérmenes de todas las contradicciones) de la sociedad moderna»[xvi]. No hay análisis de esta naturaleza contradictoria del valor sin análisis de la sociedad contradictoria en la que toman pie. Y, por supuesto, tampoco hay análisis de esta sociedad desvinculada de la transformación de las relaciones de producción. Es imposible desvincular el proceso epistémico de su suelo ontológico, toda interpretación que desvincule epistemología y ontología, teoría y praxis, no pasará de ser mero academicismo burgués o revisionismo camuflado de marxismo.
En esta forma valor contradictoria se produce una mistificación objetiva, mistificación que consiste en que el valor parece autonomizarse de la propia esfera de la producción. Este aparece como un poder social enajenado, cosificado, separado de sus productores. Esta mistificación es el objeto del conocido capítulo de El capital llamado El carácter fetichista de la mercancía y su secreto. Los productos del trabajo se independizan de sus condiciones de producción, se vuelven ajenas a los productores de las mercancías y comienzan a funcionar en la sociedad capitalista como «cosas sociales». En cambio, los productores se objetivan y se tornan dependientes del proceso de producción, se acaban enajenando respecto de la fuerza abstracta de la forma valor, y esta enajenación cristalizará en una de las más famosas caracterizaciones de Marx: «no lo saben, pero lo hacen»[xvii]. El fetichismo tiene una dimensión objetiva, no se trata aquí de un problema de falsa conciencia, una especie de velo que impida captar la realidad «tal como es». Como afirma Clara Ramas, no se trata de un simple error de conocimiento, sino de toda una lógica cosificada que va mucho más allá del sistema epistémico del individuo[xviii]. Cuando Marx afirma que las relaciones sociales se manifiestan ante los seres humanos «como lo que son»[xix], es decir, como relaciones sociales entre cosas y relaciones cósicas entre personas, hay que tomarse esto en serio.
Es totalmente necesario entender la operatividad y funcionalidad del fetichismo dentro del propio sistema capitalista; aunque afirmemos que trascienda el plano de la conciencia, es cierto que sigue cumpliendo un papel fundamental dentro del sistema psicológico capitalista, el papel de naturalizar las relaciones sociales existentes, anquilosarse como una «segunda naturaleza» en términos hegelianos y presentar la sociedad capitalista como algo eterno, invariable, inmutable. En palabras de Haug: «en el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que, por educación, tradición y hábito reconoce las exigencias de ese modo de producción como leyes naturales, evidentes por sí mismas»[xx]. Esta naturalización por hábito comienza por ocultar el mismo proceso de producción de las mercancías, es decir, presentar estas en el mercado como si hubieran aparecido por generación espontánea. Harvey pone el ejemplo de imaginar el proceso de producción de una lechuga cuando la cogemos en el supermercado: «las lechugas permanecen mudas, por decirlo así, sobre cómo fueron producidas y quién las produjo»[xxi]. Por supuesto, esta misma idea está ya en Marx: «por el sabor del trigo no sabemos quién lo ha cultivado»[xxii]. Las condiciones laborales de quién cultivó las lechugas o el trigo quedan aquí al margen, las productoras de estas mercancías están totalmente enajenadas de su producto. Se trata de ocultar el violento proceso de producción de las mercancías para que su consumo sea tolerable, de separar totalmente las esferas de circulación y producción, de encuadrar esta última en una especie de fatalidad estructural inevitable y natural que no puede transformarse, y de centrarnos en buscar la transformación social en la esfera de la circulación, en el consumo sostenible, en el comercio justo, en acabar con el “intercambio desigual”. La función del fetichismo es presentar el sistema capitalista como algo que sólo es posible transformar desde lo inmediato, lo espontáneo, lo individual, mediante un juego de voluntades en la «totalidad social» del mercado. Lograr que olvidemos la esfera de la producción y nos contentemos con cambios superficiales.
Sigamos con el desarrollo del proceso marxista de elaboración de las categorías económicas, que quizás hemos adelantado demasiado. A raíz del análisis de la forma valor, Marx obtendrá la plusvalía: la teoría de la plusvalía en Marx es la expresión de una experiencia cotidiana del proletariado, la explotación de clase. El capitalismo, y esta es una de sus leyes más fundamentales, se valoriza a través de un proceso o ciclo: D-M-D’ [Dinero – Mercancía – Dinero’]. Es decir, entre D y D’ debe existir un incremento (precisamente la plusvalía), y este incremento, afirma Marx, debe pensarse sin violar la ley del valor: es decir, no se trata (como sostiene por ejemplo Proudhon) de que los capitalistas “hagan trampa” y valoricen el capital mediante el robo y la extorsión. Explicar una estructura recurriendo a “malas personas”, es decir, a un voluntarismo en el que bastaría con que existieran “capitalistas honestos” al mando para que todo marchara bien, es un error teórico incuestionable. Recordemos también que el valor de una mercancía es el trabajo simple, abstracto y socialmente necesario cristalizado en ella, el «quantum de trabajo contenido»[xxiii]. Por tanto, la clave para que D’>D se cumpla sin violar la ley del valor consiste en encontrar una mercancía que al ser usada aumentara su valor (al contrario de cualquier mercancía “normal” que se deprecia con el uso[xxiv]), y esta mercancía sólo puede ser una mercancía cuyo uso sea, a su vez trabajo, es decir, la fuerza de trabajo.
Antes de preguntarnos cómo aparece en el mercado, lista para ser comprada, esta mercancía tan particular, es necesario antes estudiar cómo opera este “milagro” en el que el dinero final es incrementado respecto de la inversión inicial. Debe notarse aquí que estamos hablando de dos cantidades de trabajo (o de horas, puesto que el trabajo se cuantifica en horas de trabajo) distintas: por un lado la cantidad de trabajo que la trabajadora ha cristalizado en la mercancía (las horas de trabajo aquí se deciden por la coyuntura de la lucha de clases, organización del proletariado, etc.), y por otro lado la cantidad de trabajo necesaria para reproducir la fuerza de trabajo, es decir, para que esa trabajadora pueda sobrevivir hasta el día siguiente para volver a vender su fuerza de trabajo en el mercado como mercancía. Estas dos cantidades de trabajo nunca pueden coincidir cuando hablamos de la totalidad social del capitalismo: el trabajo que lleva a cabo la proletaria durante su jornada laboral es siempre mayor que la cantidad de trabajo que se necesita para mantenerla un día más con vida[xxv]. Expresado de forma más técnica, la plusvalía sería la diferencia entre el valor aglutinado por la obrera durante su jornada laboral, y el valor de la fuerza de trabajo (FT): bajo la milagrosa fórmula de D-M-D’ tq. D’>D se esconde una fórmula menos milagrosa y más comprensible: D-FT-D’, donde ya es más lógico que D’>D.
Como hemos visto, para llegar a la fuerza de trabajo como mercancía Marx ha tenido que pasar por la forma valor y la plusvalía. Una explicación que empezara en la fuerza de trabajo acabaría, como afirma Haug, desembocando en la necesidad de hablar de la forma valor. Aquí se ve que lo abstracto es la mediación, el peaje por el cual debe pasar el pensamiento científico para lograr establecer un análisis concreto de la situación concreta.
El siguiente paso en el análisis del sistema capitalista que lleva a cabo Marx es averiguar cómo es posible que la fuerza de trabajo aparezca en el mercado para poder entrar en el ciclo D-FT-D’ y aumentar el valor de la mercancía. El método lógico que sigue El capital en ningún momento se construye en el vacío. El marxismo se desarrolla a través de un proceso de lucha y síntesis con las teorías científicas burguesas del pasado (Lenin hablará del socialismo francés, economía política inglesa y filosofía clásica alemana como las tres fuentes y partes integrantes del marxismo). Los núcleos racionales de las teorías burguesas previas se superan y se preservan actualizadas en el movimiento de Aufhebung, proceso que va más allá de ir diseccionando fragmentos de una totalidad: aquí entraríamos de nuevo en el problema de la esencia y los fenómenos, no podemos acceder a ese núcleo racional directamente, como afirma Kosik «la esencia se manifiesta en el fenómeno»[xxvi]. Las expresiones maoístas de continuidad y ruptura (J.Moufawad-Paul tiene un texto con este nombre) dan la clave de este desarrollo histórico: por un lado ni el marxismo ni ninguna teoría se desarrolla en el vacío, en una tábula rasa lockeana (continuidad), y por otro lado el marxismo no puede ser reducido a las categorías de la ciencia burguesa (ruptura, Marx no es Galileo, por mucho que se empeñe Althusser: la normalización científica del marxismo es su destrucción, la eliminación de la praxis, del momento de negación). Tanto Hegel como Marx historizan las categorías de la ciencia que habían sido anquilosadas y naturalizadas por la ciencia burguesa. En palabras de Iliénkov: «Marx necesita que la ciencia comprenda el sistema económico como un sistema que surge y se desarrolla; requiere que el desarrollo lógico de las categorías reproduzca la historia del surgimiento y despliegue del sistema»[xxvii]. Según Kosik: «sólo si las categorías se desarrollan dialécticamente, y su estructura ofrece la articulación interna de la estructura económica de una sociedad determinada, solamente en ese caso cada una de las categorías económicas adquiere su verdadero sentido, es decir, se convierte en una categoría concretamente histórica»[xxviii]. Aquí tenemos la clave: la unidad de lógica e historia, de exposición de las categorías económicas y del desarrollo de estas categorías. La Dialéctica precisamente es la Lógica del marxismo, el despliegue objetivo de estas categorías. Por tanto, si queremos historizar, dialectizar y rastrear hasta el origen la categoría marxista de “fuerza de trabajo”, debemos hablar de su génesis real, del proceso de acumulación originaria.
Es justo en las últimas páginas del libro I de El capital donde Marx describe los procesos históricos que permitieron el nacimiento y expansión del sistema capitalista de producción. Lo primero que debería extrañarnos es que Marx habla de la «llamada» acumulación originaria y no de la acumulación originaria en sí. Esto se debe a que el término «acumulación originaria» no es una novedad teórica marxista, sino que está ya como causa de explicación en la economía política inglesa del pasado («previous accumulation» en Adam Smith[xxix]), y en la economía liberal burguesa de la época de Marx. Para los economistas burgueses la «acumulación originaria» es un mito de origen[xxx]. Como todos los mitos, necesita un «principio de los tiempos»: si para algunos mitos al comienzo era el caos, o la oscuridad, o la luz, para la economía liberal burguesa en el comienzo era el trabajo.
Para la economía burguesa lo único que importaba en el pasado era el trabajo: se partía de una igualdad material total de inicio, atravesada por unas especificidades y aptitudes naturales que podrían ser definidas como «propensión al trabajo». Es decir, por naturaleza, hay personas más propensas a trabajar que otras. Las personas que elegían trabajar, esta «élite aplicada, inteligente y, ante todo, ahorradora» se distinguían de quienes elegían no trabajar, esa panda de «golfos haraganes que dilapidaban en juergas todo lo que tenían y más»[xxxi]. De esta forma, el desarrollo obvio ya se entrevé: partiendo de una equivalencia de inicio, si una minoría trabaja y ahorra mientras que una mayoría vaguea y dilapida, es fácil explicar la composición social de clase en la actualidad: los descendientes de la minoría trabajadora serían los capitalistas, y quienes descendieron de vagos, el proletariado.
Pero este mito, afirma Marx, no explica un hecho obvio: la riqueza de estos pocos no deja de aumentar aunque estos dejaron de trabajar hace ya mucho tiempo. Parece que los economistas burgueses sólo tienen en cuenta el trabajo pasado, el del principio de los tiempos, mientras que no ofrecen ninguna explicación científica a por qué, en la actualidad, esto no se produce: el proletariado es hoy el que trabaja, la burguesía quien se enriquece del trabajo ajeno. «Derecho y “trabajo” fueron desde siempre los únicos medios de enriquecerse, con la excepción, en todo caso, como es natural, de “este año”»[xxxii].
En realidad, para Marx, las cosas no son tan sencillas: la conversión de dinero y mercancía en capital (es decir, el paso de M-D-M’ a D-M-D’) no es inmediata, sino que requiere como hemos explicado de la introducción previa de la fuerza de trabajo en el proceso de producción. Esta fuerza de trabajo no aparece en el mercado forma natural: es necesario crearla artificialmente, y no precisamente con medios idílicos. El producto que el sistema de producción capitalista necesita es un proletariado libre en un «doble sentido»[xxxiii]: necesita ser libre de las condiciones jurídicas propias del esclavismo y del feudalismo (es decir, no ser un medio de producción) y estar libres de propiedad (es decir, no poseer ningún medio de producción y por tanto ninguna mercancía que intercambiar en el mercado más allá que la fuerza de trabajo). El sistema capitalista necesita separar a las trabajadoras de los medios de producción, y justo en esto consiste el proceso llamado acumulación originaria.
Esta separación no se lleva a cabo por vías pacíficas. Donde la economía burguesa ve una idílica arcadia rota por unos vagos, la historia real ve «la conquista, el sometimiento, el asesinato, la violencia dicho brevemente»[xxxiv]. En la «prehistoria del capitalismo» encontramos que «grandes masas de personas son separadas repentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo en condiciones de proscritos proletarios»[xxxv]. Sin esta separación de las trabajadoras respecto de sus medios de subsistencia (especialmente la tierra como medio de subsistencia central, ya sea mediante rentas, expropiaciones, expulsiones de campesinas o incluso quema y destrucción de cultivos), sin la abolición de la constitución feudal de la tierra (recordemos que Marx habla de las últimas décadas del s.XVII en Inglaterra, donde predominaba un campesinado autónomo, la yeomanry), el proceso de conversión de dinero y mercancías en capital jamás podría haberse llevado a cabo.
Este vallado de tierras que supuso la destrucción de la propiedad comunal de la tierra tiene como correlato «la conversión de suelo agrícola en pastos»[xxxvi], es decir, la conversión de un medio de subsistencia común en una vía para la explotación y asesinato de animales no humanos: de esta forma, se asegura tanto la imposibilidad de sobrevivir las campesinas autónomas que se ven obligadas a entrar al mercado laboral, y al mismo tiempo se inicia una industria que será muy importante y rentable para las dinámicas de valorización de este emergente capitalismo: la industria cárnica.
Por supuesto, el grado de violencia fue mucho mayor, por su propia opresión específica, sobre las mujeres. Como afirma Silvia Federici, «la función social de los campos comunes era especialmente importante para las mujeres, que al tener menos derechos sobre la tierra y menos poder social, eran más dependientes de ellos para su subsistencia, autonomía y sociabilidad»[xxxvii]. Los campos comunes eran «lugares donde se reunían, intercambiaban noticias, recibían consejos y donde se podían formar un punto de vista propio, autónomo de la perspectiva masculina sobre la marcha comunal»[xxxviii]. La destrucción de los vínculos de comunidad entre las mujeres, el desarrollo de una disciplina capitalista de trabajo y el control sexual del cuerpo de las mujeres[xxxix] fueron un eje totalmente central de este proceso masivo de expropiación sin el cual el capitalismo no habría podido desarrollarse.
El ejemplo más gráfico de cómo es imposible que el dinero y las mercancías devengan capital por sí mismas sin la aparición del elemento externo de la fuerza de trabajo no lo da Marx; paradójicamente, lo da un diputado liberal inglés llamado Wakefield hablando sobre las colonias. Wakefield nos cuenta la historia del señor Peel, un capitalista inglés que decide trasladar su producción al Swan River, Nueva Holanda, para así aumentar su tasa de beneficios. Para ello embarcó los medios de producción, alimentos, y a 3000 proletarias, hombres, mujeres y niñas. Una vez llegaron allí, estas vieron que no necesitaban trabajar para el señor Peel para sobrevivir en las colonias (era relativamente fácil obtener alimento, o incluso hacerse con una tierra para sobrevivir a largo plazo) y «el señor Peel se quedó sin un solo criado que le hiciera la cama o que le fuera a buscar agua al río»[xl]. Con la irónica bilis que le caracteriza, Marx afirma: «desgraciado señor Peel, que lo previó todo, salvo el exportar al Swan River las relaciones de producción inglesas»[xli]. El liberal metafísico Wakefield se cortocircuitó al intentar comprender cómo, por arte de magia, las proletarias que habían salido de la industrial Inglaterra dejaban de ser proletarias al pisar el suelo de Nueva Holanda (estuvo cerca de descubrir que nadie vende su fuerza de trabajo por gusto sino porque se ve obligada por una violencia estructural, invisible y sistémica encarnada en las relaciones de producción capitalistas; en vez de dar vueltas sobre esto, concluye alegremente que «la ley natural de la oferta y la demanda no se cumple en las colonias»). Espontáneamente nadie decide trabajar para un capitalista, fue necesaria la destrucción de los medios de subsistencia de una población, la creación de un “hambre artificial”, para que no quede otra opción que acudir al mercado a vender al mejor postor explotador lo único que se tiene, la capacidad de trabajar durante un número fijado de horas.


Como conclusión principal de este trabajo, debemos resaltar que El capital no se trata únicamente del análisis teórico de una realidad fenoménica específica (el capitalismo inglés del siglo XIX) sino que el estudio del “caso típico” sirve para la construcción de un análisis científico esencial de la realidad, para desarrollar conceptos no meramente abstractos sino con una base objetiva real, concretos. Se trata de hallar la arista principal, el principio que rige el movimiento de la sociedad moderna, y Marx halla esta arista en la forma valor. Por tanto, cuando el marxismo analiza la forma valor no está hablando solamente de economía. El capital es una realidad social, una totalidad que debe ser analizada atendiendo a su movimiento interno de extensión y absorción de otras formas de producción: estas formas de producción previas (como por ejemplo la acumulación por desposesión o el esclavismo) no son “arcaísmos” sino formas de valorización del capital que son totalmente funcionales al sistema capitalista. En esta valorización se juega la esencia de la producción y reproducción de la compleja vida social. Analizar esta de forma empírica, con los hechos inmediatos como piedra de toque, es liquidar la ciencia. Como afirma Marx, si los fenómenos inmediatos y la esencia coincidieran, la ciencia sería superflua. Pero cuando hablamos de ciencia no nos estamos refiriendo a una ciencia burguesa, metafísica, abstracta y de objetos estáticos. Sólo un método dialéctico de investigación científica que también sea acción transformadora de la realidad (conocer transformando), que ascienda de lo abstracto a lo concreto, será capaz de alcanzar la rica complejidad de lo real y constituirse como unidad de lo diverso.








[i] Carta de Marx a Lachârte, en Cartas sobre El capital, Barcelona, Materiales, 1968, pág.206.
[ii] Karl Marx, Elementos fundamentales de la crítica de la economía política [Grundrisse], Madrid, Siglo XXI, 1971, pág.21.
[iii] Íd.
[iv] Évald V. Iliénkov, Dialéctica de lo abstracto y lo concreto en El capital de Marx, Ecuador, Edithor, 2017, pág.82.
[v] Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto, México, Grijalbo, 1963, pág.52.
[vi] Karl Marx, Grundrisse, op. cit., pág.27.
[vii] «El conocimiento del hombre no es (respectivamente, no sigue) una línea recta, sino una línea curva, que se aproxima infinitamente a una serie de círculos, a una espiral. Cualquier segmento, trozo, fragmento de esta línea curva puede ser transformado (transformado unilateralmente) en una línea recta independiente, íntegra, que conduce (si tras los árboles no se ve el bosque) en tal caso al pantano, al oscurantismo clerical (donde lo sujeta el interés de clase de las clases dominantes). El pensamiento rectilíneo y unilateral, la rigidez y la fosilización, el subjetivismo y la ceguera subjetiva, he ahí las raíces gnoseológicas del idealismo. Y el oscurantismo clerical (= idealismo filosófico), naturalmente, tiene sus raíces gnoseológicas, no carece de terreno, es una flor estéril, indiscutiblemente, pero una flor estéril que crece en el árbol vivo, fértil, auténtico, poderoso, omnipotente, objetivo, absoluto del conocimiento humano», Lenin, V.I., Acerca del problema de la dialéctica (1925).
[viii] Karl Marx, El capital, Madrid, Siglo XXI, 1975, pág.46.
[ix] Cf. Karl Marx, Glosas marginales al Tratado de economía política de Adolph Wagner, en Maurice Dobb, et. al., Estudios sobre El capital, Madrid: Siglo XXI, 1973, pág. 176.
[x] «El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es igualmente la fuente de los valores de uso». En Karl Marx, Escritos sobre materialismo histórico, Madrid: Alianza, 2012, pág. 209.
[xi] Karl Marx, El capital, op. ctit., pág. 45.
[xii] Para que situemos dónde está el nivel, en La teoría general del empleo, interés y el dinero, Keynes llega a hablar de que es necesario estudiar hasta el humor («nervios, histeria o indigestión») en el que se encuentre el capitalista en el momento de la inversión para desentrañar la forma valor; obviamente si tiramos del hilo llegaremos a un nihilismo, la imposibilidad de construir una ciencia del objeto económico.
[xiii] Évald V. Iliénkov, Dialéctica de lo abstracto, op. cit., pág.196.
[xiv] Wolfgang Fritz Haug, Lecciones de introducción a la lectura de El capital, Barcelona, Trébol Negro Laertes, 2016, pág. 115.
[xv] La unidad de teoría y praxis, de epistemología y política (condensada en la expresión «conocer transformando») es un punto crucial en la obra de Marx, para ello remitimos a las Tesis sobre Feuerbach. No podemos dejar de remitir tampoco al precioso inicio de la tesis XII Sobre el concepto de historia de Benjamin: «el sujeto de conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha», en Walter Benjamin, BOC I/2, Madrid: Abada, 2008, pág. 313.
[xvi] Évald V. Iliénkov, Dialéctica de lo abstracto, op. cit., pág.132.
[xvii] Karl Marx, El capital, op. cit., pág. 90.
[xviii] Ramas suele poner un ejemplo muy clarificador: por mucho que conozcamos la ley física de la refracción, seguiremos viendo el palo torcido en el vaso de agua.
[xix] Ibíd., pág. 89.
[xx] Wolfgang Fritz Haug, Lecciones de introducción, op. cit., pág. 196.
[xxi] David Harvey, Guía de El capital…, op. cit., pág. 46.
[xxii] Karl Marx, El capital, op. cit., pág. 223.
[xxiii] Karl Marx, El capital, op. cit., p.76.
[xxiv] Podríamos hablar de casos específicos en los que esto no se cumple (por ejemplo, un pincel “utilizado” por Durero vale más que un pincel nuevo), pero estos no explican en absoluto los mecanismos de la ley del valor sino las particularidades fetichistas de alguien con mucho dinero para gastar en productos con aura.
[xxv] Si esto no se diera el capitalista hoy sería un capitalista, pero mañana bien se arruinaría y entraría al mercado laboral como proletario, bien se volaría la cabeza con una colt como en el 29. Lo que está claro es que para el análisis del sistema de producción capitalista hay que estudiar las dinámicas de valorización, es decir, cómo se produce la plusvalía, y no estos casos aislados y fracasados.
[xxvi] Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto, op. cit., pág.27.
[xxvii] Évald V. Iliénkov, Dialéctica de lo abstracto, op. cit., pág.264.
[xxviii] Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto, op. cit., pág.208-9.
[xxix] Karl Marx, El capital, op. cit., p.315.
[xxx] «Esta acumulación originaria tiene en la economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología», íd.
[xxxi] Íd.
[xxxii] Ibíd., p.316.
[xxxiii] Ibíd., p.317.
[xxxiv] Ibíd., p.316.
[xxxv] Ibíd., p.319. Traducción alterada: donde ponía “hombres” hemos decidido traducirlo por “personas”.
[xxxvi] Ibíd., p.322.
[xxxvii] Silvia Federici., Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid, Traficantes, 2015, p.110
[xxxviii] Íd.
[xxxix] «Parinetto señala que la dimensión nocturna del aquelarre era la violación de la contemporánea regularización de una disciplina capitalista del tiempo de trabajo, y un desafío a la propiedad privada y la ortodoxia sexual, ya que las sombras nocturnas oscurecían las distinciones entre los sexos y entre “lo mío y lo tuyo”». Ibíd., p.248. Podemos ver en este aquelarre los orígenes de esa «comunidad de mujeres» que Marx y Engels defienden sin tapujos en El manifiesto comunista.
[xl] Karl Marx, El capital, op. cit. p.348.
[xli] Íd.


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