lunes, 12 de agosto de 2013

Sartre y el autobús.

Me gustaría articular una reflexión acerca de la praxis, la acción (tanto espontánea como organizada) y su relación con la teoría, y, para ello, he elegido el cotidiano ejemplo que nos da Sartre en su Crítica de la razón dialéctica, un ejemplo conocido como “el ejemplo del autobús”. Primero lo expondré y después iré sacando las conclusiones que he obtenido al analizarlo.

Todo comienza con un conjunto de personas, que esperan el autobús como cada mañana. Algunos irán a trabajar a la oficina, otros a clase a la facultad, otros a comprar al centro. La cosa es que esperan en la parada, sin hablarse, sin tener contacto entre ellos, hasta que a alguno se le ocurre una idea: al subir al autobús, podrían obligar al conductor a llevarles a sus respectivos destinos en vez de hacer la ruta que les dejaría en alejadas paradas. Todos se ponen de acuerdo, y al subirse, obligan al conductor a realizarlo. Este no ve inconveniente, y lo hace. Al haber sido forzado, no le pondrían sanción, y no querían robar el autobús ni nada peor, así que decide seguir la corriente a los pasajeros por si acaso. No es un crimen tan grave. Lleva a la anciana a su casa, a los chicos a la facultad, etc. Al bajarse en su destino, cada pasajero continúa su propio rutinario día, y no vuelve a encontrarse más con ninguno de sus cómplices en el “secuestro”, en aquel peculiar suceso.

Sartre expone este argumento, y ahora toca analizar la acción política (como acción colectiva) llevada a cabo por este grupo de pasajeros. Todo parte de un conjunto de individualidades, de sujetos libres no coaccionados. Estos deciden unirse para realizar la acción colectiva. Un individuo solo que hubiera querido desviar la ruta para que lo llevaran a él solo a casa, habría sido reducido por la masa del conjunto del autobús, aún tratándose de la misma acción. Encontramos aquí casi parafraseada la reflexión que hacía Ulrike Marie Meinhof sobre la lucha armada: “Lanzar una piedra es un delito punible. Lanzar mil piedras es una acción política”.

Los sujetos eligen libremente como colectividad subirse al autobús y desviar su ruta. Todos saldrían beneficiados, y nadie se opone, sino que a todos les parece bien. Cuando alguien propone algo razonable, sin violencia, sin heridos, sin muertos, los otros (la objetividad trascendente y ajena), el resto de las subjetividades, se pone de acuerdo, formándose un grupo, un sujeto colectivo (que puede llegar a devenir en sujeto histórico, aunque recordemos que el ejemplo que da Sartre es cotidianeidad pura). Por tanto, tenemos el caso de una objetividad construida a partir de múltiples subjetividades, una acción política, realizada por un grupo y que afecta a un grupo.

Pero llegamos a la segunda parte del ejemplo: una vez llegados al destino propio, el pasajero se apea del autobús, y se olvida de lo que ocurre a bordo. Su objetivo personal ha sido cumplido, ya ha llegado al centro comercial o a la oficina. ¿De qué ha servido entonces una acción colectiva que sólo ha cambiado las circunstancias personales de cada individuo particular? Es más, una vez que sólo quede un pasajero a bordo, ¿qué le garantiza que pueda llegar a su destino? Sartre nos contesta: al sujeto, después de esa experiencia colectiva, le queda el recuerdo: el pasajero podrá contar a sus hijos: recuerdo una vez que logramos tomar un autobús para que nos dejara en casa. Las ancianas sonreían porque no tenían que andar, un hombre daba las gracias por haber podido llegar a tiempo a la oficina. Y los hijos, escuchando aquella historia, quizás tumbados junto al fuego, podrán pensar: ¿y si nosotros hiciéramos algo parecido?

La toma del autobús es una praxis pura, vacía, una acción espontánea que, por suerte, sale bien, y sirve como un ejemplo para una posterior situación. Pero la pregunta clara es: tomar un autobús puede salir bien, pero ¿sólo podemos aspirar a tomar un simple autobús? ¿Qué ocurre si aspiráramos a transformar el mundo, a cambiar las relaciones de producción o la propiedad privada de los medios productivos? Aquí surge el segundo término: la teoría. Los hijos pueden ver en qué puede fallar la acción, escribirlo, memorizarlo, pensar sobre ello. Y, así, reescribir y mejorar la acción de su padre, haciéndola más infalible, realizando una acción más perfecta. Mientras tanto, el padre podrá contar su hazaña en el bar, mirarse al espejo y sonreír al recordar aquel día. El día en el que descubrió que, uniéndose a otros, podía cambiar las cosas.

Una acción espontánea puede cambiar el mundo. Pero no es duradera. La espontaneidad debe reinventarse a cada instante para no perder su fuerza, y eso cansa además de ser profundamente improductivo. Imaginemos que cada mañana volvieran a intentar tomar el autobús, desde el lunes hasta el viernes. Al tercer día, muy probablemente, llenarían el autobús de policías, o incluso suspenderían la línea. Una acción espontánea tiene una fuerza inmensa, pero durante muy poco tiempo. Con espontaneidad no se escribe la historia, por eso es necesario teorizar.

La praxis surge espontáneamente, pero debe reinventarse y adaptarse a una teoría de la que brote una nueva praxis, más perfecta, más organizada que la anterior. La relación entre teoría y praxis es por ello una relación dialéctica, una relación cambiante, que se vaya adaptando a las circunstancias y contradicciones del mundo que intenta transformar. No podemos aspirar únicamente a tomar un autobús, y eso, Sartre también lo sabía. Como ejemplo, la acción espontánea está bien, pero es insuficiente. Su repetición la hace inocua e inservible, previsible, decepcionante y alienante.

Pero hay en el ejemplo algo esencial: la construcción de objetividad a partir de las subjetividades individuales: la colectividad es la que toma el poder político, y la colectividad es un conjunto de subjetividades con un interés común. Este interés incluye siempre a los oprimidos, desfavorecidos, débiles (la anciana, por ejemplo). Eso es lo crucial en todo movimiento colectivo espontáneo: pensemos por ejemplo el manido y estancado 15m. Un movimiento que ha recuperado la colectividad (en forma de plaza), el salir a la calle a hablar de política. Si no logra reinventarse con una teoría seria (no hablo de libritos ridículos de 40 páginas, sino de una teoría consistente, organizada, sin fisuras) toda esa fuerza se perderá en los mares de la pasividad y desidia (de hecho, la fuerza del 15m no ha hecho más que disminuir desde el primer día). Podemos soñar con una revolución permanente, pero la realidad está ahí. Nuestra imaginación no es infinita, sino contingente.

Otro aspecto importante sobre el que se puede reflexionar es sobre la cotidianeidad del ejemplo de Sartre. Todos hemos montado en el autobús, muchos lo esperamos cada mañana para ir a cualquier sitio y, reconozcámoslo, todos hemos soñado alguna vez con que nos llevara directamente a nuestro destino. La acción que pone Sartre podría pasar en cualquier ciudad, por ser un ejemplo completamente verosímil. No tienen que alinearse los astros, no hay condiciones objetivas y subjetivas que impidan llevar a cabo la acción. Es factible, simplemente, puede pasar.

Se ha demostrado que espontáneamente, se puede llenar las calles de gente hablando de política. Se puede y ha pasado. La vanguardia la tenemos, nos queda una teoría que la sustente, que no se derrumbe. Una teoría que pueda hacerle frente al abanico posmoderno de vaivenes fluctuantes de la prima de riesgo y los mercados, una teoría que aguante firme la tormenta, como Ernesto Guevara resistía gritándole que se pusiera derecho a su verdugo. Las masas ahí están, sólo hay que organizarlas, y para eso, como dijo Lenin, se debe ¡Estudiar! ¡Estudiar! ¡Estudiar!

Estudiar, explicar y concienciar. Cuantas veces haga falta. Explicar a la gente el porqué de sus problemas, no hablar de coches oficiales ni de políticos chorizos sino de contradicciones entre capital y trabajo y plusvalía, hasta que todo el mundo lo entienda, y no sólo unos cuantos universitarios. No hay otro camino más rápido. Esa es la única manera existente de crear hegemonía, trabajar día a día y no manifestarse cada semana con una nueva e innovadora forma de reinventarse a sí mismos en una lucha destituyente-biotransformadora (batucada, disfraces de payaso, barbacoa, se acaban las ideas...). Aunque no podamos bailar, sigue siendo nuestra revolución. Y tenemos que construirla para que no la construyan otros por nosotros.

El ejemplo de Sartre nos ilumina, pero sólo nos ilumina un rato. Yo, por lo menos, no quiero estar continuamente secuestrando autobuses. Preferiría que todos fuéramos siempre los dueños de la compañía de autobuses, de los medios de producción, y no sólo un único día. Preferiría una conquista más duradera. La conquista de los medios de producción por parte de los obreros sólo puede ser colectiva. Y sólo puede darse con conciencia de clase (condiciones subjetivas), no con espontaneidad. Ser conscientes de que, si no tenemos el revólver, nos toca cavar, porque el mundo se reduce a eso: los que tienen revólver y los que cavan. Si queremos dejar de cavar, sólo nos queda una opción: arrancarle de las manos el revólver al poderoso. Y sostenerlo en la mano. Y lo más crucial y necesario de todo: el revólver (el poder político) no nos debe quemar en la mano cuando por fin lo agarremos.


jueves, 8 de agosto de 2013

A los voluntarios de las Brigadas Internacionales.

A los que saltaron las fronteras. A los que vieron cómo la sangre brotaba de los montes, cómo el mundo se desintegraba, y no miraron hacia otro lado como sus respectivos gobiernos. A los olvidados, a los enterrados en cunetas. A aquellos cuyos insuficientes monumentos aparecen por la mañana pintados y destruidos por anormales sin cerebro. A los que hicieron suya mi guerra, a los que tomaron un fusil y eligieron luchar. A los que combaten el fascismo esté donde esté. A los que atravesaron los Pirineos y a los que atravesaron el Atlántico. A los que cantaron “no pasarán” con acento italiano, francés, americano. A aquellos cuyos restos siguen esparcidos en estas tierras. A los que se dejaron la piel y a los que se dejaron la vida. A los que, con lágrimas en los ojos, volvieron a casa tras la derrota. A los que no volvieron. A los héroes y heroínas de las tres puntas rojas. Gracias por venir. Os debemos una.

Jamás esta tierra podrá agradecer todo lo que hicisteis por ella. Ni aún contando con infinitas generaciones de respeto tendréis la justicia que os merecéis. Ni siquiera una estatua en cada plaza de cada pueblo del Estado español es suficiente.

Os hablan los hijos y nietos de la derrota, los de los callos en las manos que os recibieron con las manos y las venas abiertas. Los que entregaban la munición a cualquiera que tuviera fuerza para levantar el fusil contra el fascismo. Porque no fue una guerra entre hermanos. Los hermanos fueron los que su conciencia antifascista e internacionalista les llevó a saltar las fronteras, los que escucharon los vientos del pueblo y tomaron la decisión de partir al frente, aún sabiendo que no todos volverían. Ellos, que sentían profundamente cada injusticia en su piel. Ellos que lucharon cuanto pudieron, que sabían que sus hijos no disfrutarían de un mundo mejor tras una guerra en un país extranjero, que no tenían ningún interés particular en el resultado. Pero que aún así, eligieron un mundo mejor. Eligieron convertirse en anónimos luchadores por un sueño. Porque la lejanía no es nada si canta una sangre sin fronteras.

Porque ya es hora de hablar de esos corazones inmensos que enarbolaban las banderas con la franja morada. Esos caídos entre páramos de asceta, colinas plateadas y álamos dorados, como el guerrillero de Capa. Aquellos que gritaron ¡Presente! ante el compromiso que exigía la humanidad. La historia no olvida a los que caen de pie. A los derrotados, a la revolución abortada. A la esperanza, a lo que podría haber sido. La historia no olvida a los que regaron la tierra con su sangre. A los fusilados contra el muro, a los de las cunetas.


Infinita gratitud. Brigadas Internacionales, sois ejemplo. Sois la historia, sois la leyenda. Estas tierras se agrandan y se iluminan con vuestro ejemplo. Gracias, pueblos del mundo, por luchar aquí. Gracias, parias de la tierra, por arriesgar vuestras vidas. Los descendientes de la derrota os debemos una.


martes, 6 de agosto de 2013

Les mains sales.

Sus manos están limpias. Sólo tuvo que apretar un botón. La tecnología fue la culpable. No ver las caras de los niños que abarrotarían aquel colegio pakistaní también ayudó. El dron es el asesino. Secreto militar. El hombre cerró el control del avión no tripulado, y miró una foto de su familia. Aquella tarde habría tortitas para merendar. Qué hambre.


Sus manos estaban blancas. La chica sudaba por el calor de aquel horno. Lograba sacar varios dólares al día, lo suficiente para ir tirando. Cuando llegó un cliente, metió con cuidado el pan en una bolsa de papel. Se lo entregó con una sonrisa. Después, volvió al horno de aquella pequeña panadería, y chocó sus manos. El ambiente se llenó de harina.