miércoles, 23 de octubre de 2013

Apuntes sobre lenguaje y dominación.

Lenguaje: sistema de comunicación estructurado para el que existe un contexto de uso y ciertos principios combinatorios formales.


En ocasiones, el reconocimiento de una dominación intrínseca al lenguaje es un reconocimiento visto como inexistente y paranoico, como algo absurdo. De hecho, propuestas lingüísticas como el género neutro son ridiculizadas por llevar al extremo algo tan importante como el machismo en la sociedad. Se argumenta siguiendo la línea de que valorar como machista el lenguaje implica desvalorar otros aspectos más importantes como la violencia machista (mal llamada de género) contra las mujeres. Al final, como la totalidad hegeliana, si todo es machismo resulta que nada es machismo (el absoluto, sin devenir, es nada). Por tanto, sería mejor suponer el lenguaje como neutral y centrarnos en temas más importantes. De ser así, este escrito debería poner punto y final.

Pero no lo hace. Como bien empiezo, el lenguaje es una estructura, es un sistema estructurado. Es obvio y todos asentiremos que el lenguaje es convencional, un código creado para traducir la realidad. Esta traducción, hermenéutica de la realidad, no sólo muestra sino que interpreta la realidad: el niño deviene ser humano en tanto que puede interpretar la realidad y aprender un lenguaje (potencialmente, el recién nacido es capaz de cualquier lenguaje hablado y escrito, es cuando las condiciones materiales le imponen uno de los códigos convencionales cuando comienza su desarrollo lingüístico y, por tanto, racional, pues la racionalidad sólo puede ser exteriorizada mediante el lenguaje).

Pero no vamos a hacer trampa: no vamos a desviarnos de la interpretación materialista de la realidad, Marx puede estar tranquilo: el lenguaje interpreta la realidad, no la crea. La realidad está ahí, y es creada por el trabajo social de la humanidad en forma de relaciones de producción. El lenguaje no crea la dominación, si se quiere explicar de esta forma: la dominación está en la realidad.

Pues bien, ¿cuál es el problema? La forma en la que esa realidad llega al sujeto. El contenido es la dominación machista de la sociedad patriarcal, y este nos llega en la forma del lenguaje. El lenguaje reproduce, perpetúa si se quiere, la dominación real. El lenguaje no es el contenido de la realidad, sino la forma en la que la realidad se presenta. Podemos tomar aquí el esquema kantiano, y afirmar que el lenguaje es una estructura que categoriza la realidad, sin desviarnos en absoluto del materialismo dialéctico.

Por tanto, está claro que ni el género neutro ni la construcción de un nuevo lenguaje van a acabar con la dominación machista en la sociedad: esta seguirá mientras las fuerzas y relaciones de (re)producción del patriarcado sigan vigentes. Pero sí cambiará la forma en la que concibamos esa dominación, sí nos puede ayudar a interpretar y transvalorar esa noción de dominación, de poder (siguiendo a Foucault).

Un cambio en el lenguaje no hará que decrezca el número de violaciones o de maltratadas, pero sí producirá un cambio de conciencia que nos haga responder con más violencia y asco cuando estos casos ocurran. El lenguaje no es, no puede ser neutral. Suponer eso es la auténtica ingenuidad, las palabras siempre son elegidas, no surgen. Aunque parezca una tontería, al hablar de “nosotras” siendo hombres, estamos asumiendo el compromiso de combatir contra la forma en que la dominación se perpetúa y se reproduce. Ganaremos esta batalla cuando al escribir “nosotrxs” dejemos de leer “nosotros”.


sábado, 5 de octubre de 2013

Mi ciudad.

A las siete y veinte de la mañana aún hace frío.

Hace frío al salir de casa con la mochila en la espalda, hace frío al ponerte los cascos y escuchar a Cohen. Pero hace más frío al bajar la cuesta del paro para ir a la Renfe, y encontrarte más de treinta personas, de todas las edades, haciendo cola. Haciendo cola en silencio y en orden, incluso al otro lado del paso de cebra. Hace frío al ver tanta gente cabizbaja, que probablemente lleve de pie en ese lugar varias horas, esperando a que la oficina abra. Hace frío al pensar en todas esas caras que pasan de un barrido por delante de los ojos. Pero entrar un par de horas más tarde a la universidad es, si cabe, peor.

Porque todavía hace más frío a las diez y veinte de la mañana.

Antes, los bancos del parque cerca del metro estaban ocupados por ancianos descansando, o esperando a que un par de niñas se cansaran de montar en bicicleta para volver a casa a comer. Esta mañana estaban ocupados por jóvenes de unos treinta años esperando no se sabe a qué, levantándose y caminando hacia no se sabe dónde. Lo más desolador, si cabe, no es la situación, sino la aceptación de esa situación: millones de personas que sienten su situación como un fracaso propio, personal. La resignación de haber perdido toda esperanza combinada con la fuerza centrípeta que les arrastra cada mañana al Inem, aunque sólo desean bajar los brazos definitivamente y pudrirse en casa frente al televisor. Pero son incapaces de volver a casa, vagan por la calle sin destino ni intención, pisando baldosas llenas de grietas y chicles negros. Que todo estalle de una vez, lo que vendrá no puede ser peor que lo que hay ahora mismo.

En la periferia, todo es una ruina constante. Calles cuyas baldosas están rotas y entre las que crece hierba, paredes ennegrecidas y cubiertas de graffitis mal hechos. Del garito al que solíamos ir sólo queda una gran verja metálica permanentemente cerrada. El escaparate lleno de juguetes que me gustaba mirar de pequeño está ahora vacío. La planta embotelladora que permitía vivir a cientos de familias está cerrada y ornamentada con banderas de los sindicatos que, con la cabeza dura y los puños cerrados, aún se niegan a claudicar. Ya no existe el pequeño supermercado en el que solía comprar el pan y gastarme el cambio en chuches. El descampado en el que me raspaba las rodillas ahora está asfaltado, lleno de coches a las siete de la mañana y completamente vacío a las tres de la tarde. Si tienes suerte, mi ciudad es una ciudad que sólo utilizarás para dormir. Las conversaciones de sábado noche se resumen a:
-          ¿Salimos por la plaza?
-          Mejor vamos a Madrid. Esto está muerto.

Y quizás no haya mejor palabra para describir mi ciudad. En la periferia sólo hay ciudades dormitorio. Cada mañana cogemos el tren para ir a la ciudad, ya sea a la oficina o a la facultad. Y a veces, sólo a veces, con el traqueteo, recordamos a los que han quedado atrás. Recordamos a aquellos desesperados que se comen varias horas de cola cada mañana sabiendo que su esfuerzo es inútil, pero que aún se niegan a despertarse a las doce y quedarse en casa muriendo lentamente. Recordamos a los compañeros de clase que no tuvieron tanta suerte y no llegaron a la universidad. Y recordar a los que quedaron atrás nos hace sentirnos miserables y traidores. Hemos escapado individualmente de la periferia, una periferia gris que el tiempo, ciertas políticas o incluso la heroína de los ochenta ha convertido en un estercolero, y eso debería hacernos sentir agradecidos. Por lo menos, logramos salir adelante. Pero sólo podemos sentirnos tristes. Somos como el proletariado que nos describe Owen Jones: huimos nosotros solos, dejando atrás a nuestra gente. Aún así, que te sigan considerando uno más llena de absoluta gratitud.

Reconozcámoslo: nos sentimos más a gusto en el barrio, sentados en una grada de granito a las tres de la mañana a varios metros de un grupo de jóvenes gritando y fumando porros que en un moderno garito de Moncloa. Hemos conocido la felicidad en la tranquilidad de madrugada bajo las farolas, y desde aquí se ve un puñado más de estrellas que en Madrid capital. Nos sentimos más a gusto en el parque con una cerveza o con una freeway del Lidl para hacerle el boicot a Coca-Cola. Nos sentimos más a gusto cerca de un cani que de un hipster. Y nos sentiríamos más a gusto si pudiéramos partirle la boca a cualquiera que salga en la televisión hablando de sacrificio y cultura del esfuerzo desde el puesto de asesor en la empresa familiar, sin haber visto en su vida lo que ocurre en mi ciudad todas las mañanas. Y si también os sentís así, en la periferia del sur siempre seréis bienvenidas.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Manos sucias.

I.
Si alguna vez tengo las manos blancas
No será de habérmelas limpiado
De haber evitado mancharme
Las tendré blancas como Neruda

De dar el pan en las panaderías

jueves, 19 de septiembre de 2013

Para el compañero Killah P (Pavlos Fyssas):

Qué casualidad que sólo existas cuando el pueblo se moviliza y se organiza para parar el fascismo en las calles de Atenas. Antes de las movilizaciones, todos los medios guardaban silencio por tu asesinato. Ha sido la respuesta de un pueblo lo que ha colocado tu muerte en el punto de mira.

Los nazis son desalmados, asesinos, animales y monstruos, pero sirven a alguien: sirven al gobierno, a la troika, a los llamados mercados. Porque, como excelentemente nos contaba Bertolucci en Novecento, son los patronos los que han plantado a los fascistas. Eso nunca se puede olvidar. Amanecer Dorado es el cuchillo de las políticas neoliberales. Unos hacen que la gente se suicide (Dimitris Christoulas) y otros, directamente, apuñalan en el corazón.

Por eso, ver a la policía proteger las sedes de Amanecer Dorado no nos sorprende. No nos sorprende que los uniformados antidisturbios sean el único apoyo que tienen los fascistas en las calles. Todos sabemos ya que Amanecer Dorado es la fuerza parapolicial en Grecia, y no hace falta esforzarse mucho para verlo.

Por eso, compañero Killah P, con dolor, odio, rabia, vamos a seguir gritando con toda nuestra fuerza, con todo el aire de nuestros pulmones ¡No pasarán!

Porque eres nuestro compañero. Te han matado por ser antifascista, no por ser rapero. Puedes sentirte orgulloso de la respuesta que ha dado el pueblo griego, como todos llevamos sintiéndonos orgullosos de ese pueblo desde hace bastante. Juro que sueño con disturbios y sedes de Amanecer Dorado en llamas, y juro que, cuando alguien alabe a Islandia por encima de Grecia, gritaré improperios hasta quedarme sin fuerzas.

Juro que seguiremos luchando, pues ese continúa siendo el mejor homenaje. Juro que escribiremos tu nombre en pancartas, en paredes de edificios, y en el muro de los caídos, el muro de los mártires, que cada vez se hace más grande: Carlos, Clèment, Guillem, Alexis, Carlo.

Porque sabemos que los fascistas no se van a salir con la suya. Juro que tarde o temprano, a esos miserables les va a llegar su Stalingrado. Y sentirán miedo. Sentirán miedo cuando el pueblo organizado les haga acabar como Mussolini, colgado en una gasolinera. Las predicciones del viejo Christoulas se cumplirán tarde o temprano, hermano. Me jode que te hayas ido para verlo. Mañana serán los fascistas los que lloren.

Infinita solidaridad, y que la tierra te sea leve, compañero.
Seguimos con la capucha, seguimos en la barricada.
Nos vemos en el Valhalla.



¡No pasarán!


lunes, 12 de agosto de 2013

Sartre y el autobús.

Me gustaría articular una reflexión acerca de la praxis, la acción (tanto espontánea como organizada) y su relación con la teoría, y, para ello, he elegido el cotidiano ejemplo que nos da Sartre en su Crítica de la razón dialéctica, un ejemplo conocido como “el ejemplo del autobús”. Primero lo expondré y después iré sacando las conclusiones que he obtenido al analizarlo.

Todo comienza con un conjunto de personas, que esperan el autobús como cada mañana. Algunos irán a trabajar a la oficina, otros a clase a la facultad, otros a comprar al centro. La cosa es que esperan en la parada, sin hablarse, sin tener contacto entre ellos, hasta que a alguno se le ocurre una idea: al subir al autobús, podrían obligar al conductor a llevarles a sus respectivos destinos en vez de hacer la ruta que les dejaría en alejadas paradas. Todos se ponen de acuerdo, y al subirse, obligan al conductor a realizarlo. Este no ve inconveniente, y lo hace. Al haber sido forzado, no le pondrían sanción, y no querían robar el autobús ni nada peor, así que decide seguir la corriente a los pasajeros por si acaso. No es un crimen tan grave. Lleva a la anciana a su casa, a los chicos a la facultad, etc. Al bajarse en su destino, cada pasajero continúa su propio rutinario día, y no vuelve a encontrarse más con ninguno de sus cómplices en el “secuestro”, en aquel peculiar suceso.

Sartre expone este argumento, y ahora toca analizar la acción política (como acción colectiva) llevada a cabo por este grupo de pasajeros. Todo parte de un conjunto de individualidades, de sujetos libres no coaccionados. Estos deciden unirse para realizar la acción colectiva. Un individuo solo que hubiera querido desviar la ruta para que lo llevaran a él solo a casa, habría sido reducido por la masa del conjunto del autobús, aún tratándose de la misma acción. Encontramos aquí casi parafraseada la reflexión que hacía Ulrike Marie Meinhof sobre la lucha armada: “Lanzar una piedra es un delito punible. Lanzar mil piedras es una acción política”.

Los sujetos eligen libremente como colectividad subirse al autobús y desviar su ruta. Todos saldrían beneficiados, y nadie se opone, sino que a todos les parece bien. Cuando alguien propone algo razonable, sin violencia, sin heridos, sin muertos, los otros (la objetividad trascendente y ajena), el resto de las subjetividades, se pone de acuerdo, formándose un grupo, un sujeto colectivo (que puede llegar a devenir en sujeto histórico, aunque recordemos que el ejemplo que da Sartre es cotidianeidad pura). Por tanto, tenemos el caso de una objetividad construida a partir de múltiples subjetividades, una acción política, realizada por un grupo y que afecta a un grupo.

Pero llegamos a la segunda parte del ejemplo: una vez llegados al destino propio, el pasajero se apea del autobús, y se olvida de lo que ocurre a bordo. Su objetivo personal ha sido cumplido, ya ha llegado al centro comercial o a la oficina. ¿De qué ha servido entonces una acción colectiva que sólo ha cambiado las circunstancias personales de cada individuo particular? Es más, una vez que sólo quede un pasajero a bordo, ¿qué le garantiza que pueda llegar a su destino? Sartre nos contesta: al sujeto, después de esa experiencia colectiva, le queda el recuerdo: el pasajero podrá contar a sus hijos: recuerdo una vez que logramos tomar un autobús para que nos dejara en casa. Las ancianas sonreían porque no tenían que andar, un hombre daba las gracias por haber podido llegar a tiempo a la oficina. Y los hijos, escuchando aquella historia, quizás tumbados junto al fuego, podrán pensar: ¿y si nosotros hiciéramos algo parecido?

La toma del autobús es una praxis pura, vacía, una acción espontánea que, por suerte, sale bien, y sirve como un ejemplo para una posterior situación. Pero la pregunta clara es: tomar un autobús puede salir bien, pero ¿sólo podemos aspirar a tomar un simple autobús? ¿Qué ocurre si aspiráramos a transformar el mundo, a cambiar las relaciones de producción o la propiedad privada de los medios productivos? Aquí surge el segundo término: la teoría. Los hijos pueden ver en qué puede fallar la acción, escribirlo, memorizarlo, pensar sobre ello. Y, así, reescribir y mejorar la acción de su padre, haciéndola más infalible, realizando una acción más perfecta. Mientras tanto, el padre podrá contar su hazaña en el bar, mirarse al espejo y sonreír al recordar aquel día. El día en el que descubrió que, uniéndose a otros, podía cambiar las cosas.

Una acción espontánea puede cambiar el mundo. Pero no es duradera. La espontaneidad debe reinventarse a cada instante para no perder su fuerza, y eso cansa además de ser profundamente improductivo. Imaginemos que cada mañana volvieran a intentar tomar el autobús, desde el lunes hasta el viernes. Al tercer día, muy probablemente, llenarían el autobús de policías, o incluso suspenderían la línea. Una acción espontánea tiene una fuerza inmensa, pero durante muy poco tiempo. Con espontaneidad no se escribe la historia, por eso es necesario teorizar.

La praxis surge espontáneamente, pero debe reinventarse y adaptarse a una teoría de la que brote una nueva praxis, más perfecta, más organizada que la anterior. La relación entre teoría y praxis es por ello una relación dialéctica, una relación cambiante, que se vaya adaptando a las circunstancias y contradicciones del mundo que intenta transformar. No podemos aspirar únicamente a tomar un autobús, y eso, Sartre también lo sabía. Como ejemplo, la acción espontánea está bien, pero es insuficiente. Su repetición la hace inocua e inservible, previsible, decepcionante y alienante.

Pero hay en el ejemplo algo esencial: la construcción de objetividad a partir de las subjetividades individuales: la colectividad es la que toma el poder político, y la colectividad es un conjunto de subjetividades con un interés común. Este interés incluye siempre a los oprimidos, desfavorecidos, débiles (la anciana, por ejemplo). Eso es lo crucial en todo movimiento colectivo espontáneo: pensemos por ejemplo el manido y estancado 15m. Un movimiento que ha recuperado la colectividad (en forma de plaza), el salir a la calle a hablar de política. Si no logra reinventarse con una teoría seria (no hablo de libritos ridículos de 40 páginas, sino de una teoría consistente, organizada, sin fisuras) toda esa fuerza se perderá en los mares de la pasividad y desidia (de hecho, la fuerza del 15m no ha hecho más que disminuir desde el primer día). Podemos soñar con una revolución permanente, pero la realidad está ahí. Nuestra imaginación no es infinita, sino contingente.

Otro aspecto importante sobre el que se puede reflexionar es sobre la cotidianeidad del ejemplo de Sartre. Todos hemos montado en el autobús, muchos lo esperamos cada mañana para ir a cualquier sitio y, reconozcámoslo, todos hemos soñado alguna vez con que nos llevara directamente a nuestro destino. La acción que pone Sartre podría pasar en cualquier ciudad, por ser un ejemplo completamente verosímil. No tienen que alinearse los astros, no hay condiciones objetivas y subjetivas que impidan llevar a cabo la acción. Es factible, simplemente, puede pasar.

Se ha demostrado que espontáneamente, se puede llenar las calles de gente hablando de política. Se puede y ha pasado. La vanguardia la tenemos, nos queda una teoría que la sustente, que no se derrumbe. Una teoría que pueda hacerle frente al abanico posmoderno de vaivenes fluctuantes de la prima de riesgo y los mercados, una teoría que aguante firme la tormenta, como Ernesto Guevara resistía gritándole que se pusiera derecho a su verdugo. Las masas ahí están, sólo hay que organizarlas, y para eso, como dijo Lenin, se debe ¡Estudiar! ¡Estudiar! ¡Estudiar!

Estudiar, explicar y concienciar. Cuantas veces haga falta. Explicar a la gente el porqué de sus problemas, no hablar de coches oficiales ni de políticos chorizos sino de contradicciones entre capital y trabajo y plusvalía, hasta que todo el mundo lo entienda, y no sólo unos cuantos universitarios. No hay otro camino más rápido. Esa es la única manera existente de crear hegemonía, trabajar día a día y no manifestarse cada semana con una nueva e innovadora forma de reinventarse a sí mismos en una lucha destituyente-biotransformadora (batucada, disfraces de payaso, barbacoa, se acaban las ideas...). Aunque no podamos bailar, sigue siendo nuestra revolución. Y tenemos que construirla para que no la construyan otros por nosotros.

El ejemplo de Sartre nos ilumina, pero sólo nos ilumina un rato. Yo, por lo menos, no quiero estar continuamente secuestrando autobuses. Preferiría que todos fuéramos siempre los dueños de la compañía de autobuses, de los medios de producción, y no sólo un único día. Preferiría una conquista más duradera. La conquista de los medios de producción por parte de los obreros sólo puede ser colectiva. Y sólo puede darse con conciencia de clase (condiciones subjetivas), no con espontaneidad. Ser conscientes de que, si no tenemos el revólver, nos toca cavar, porque el mundo se reduce a eso: los que tienen revólver y los que cavan. Si queremos dejar de cavar, sólo nos queda una opción: arrancarle de las manos el revólver al poderoso. Y sostenerlo en la mano. Y lo más crucial y necesario de todo: el revólver (el poder político) no nos debe quemar en la mano cuando por fin lo agarremos.


jueves, 8 de agosto de 2013

A los voluntarios de las Brigadas Internacionales.

A los que saltaron las fronteras. A los que vieron cómo la sangre brotaba de los montes, cómo el mundo se desintegraba, y no miraron hacia otro lado como sus respectivos gobiernos. A los olvidados, a los enterrados en cunetas. A aquellos cuyos insuficientes monumentos aparecen por la mañana pintados y destruidos por anormales sin cerebro. A los que hicieron suya mi guerra, a los que tomaron un fusil y eligieron luchar. A los que combaten el fascismo esté donde esté. A los que atravesaron los Pirineos y a los que atravesaron el Atlántico. A los que cantaron “no pasarán” con acento italiano, francés, americano. A aquellos cuyos restos siguen esparcidos en estas tierras. A los que se dejaron la piel y a los que se dejaron la vida. A los que, con lágrimas en los ojos, volvieron a casa tras la derrota. A los que no volvieron. A los héroes y heroínas de las tres puntas rojas. Gracias por venir. Os debemos una.

Jamás esta tierra podrá agradecer todo lo que hicisteis por ella. Ni aún contando con infinitas generaciones de respeto tendréis la justicia que os merecéis. Ni siquiera una estatua en cada plaza de cada pueblo del Estado español es suficiente.

Os hablan los hijos y nietos de la derrota, los de los callos en las manos que os recibieron con las manos y las venas abiertas. Los que entregaban la munición a cualquiera que tuviera fuerza para levantar el fusil contra el fascismo. Porque no fue una guerra entre hermanos. Los hermanos fueron los que su conciencia antifascista e internacionalista les llevó a saltar las fronteras, los que escucharon los vientos del pueblo y tomaron la decisión de partir al frente, aún sabiendo que no todos volverían. Ellos, que sentían profundamente cada injusticia en su piel. Ellos que lucharon cuanto pudieron, que sabían que sus hijos no disfrutarían de un mundo mejor tras una guerra en un país extranjero, que no tenían ningún interés particular en el resultado. Pero que aún así, eligieron un mundo mejor. Eligieron convertirse en anónimos luchadores por un sueño. Porque la lejanía no es nada si canta una sangre sin fronteras.

Porque ya es hora de hablar de esos corazones inmensos que enarbolaban las banderas con la franja morada. Esos caídos entre páramos de asceta, colinas plateadas y álamos dorados, como el guerrillero de Capa. Aquellos que gritaron ¡Presente! ante el compromiso que exigía la humanidad. La historia no olvida a los que caen de pie. A los derrotados, a la revolución abortada. A la esperanza, a lo que podría haber sido. La historia no olvida a los que regaron la tierra con su sangre. A los fusilados contra el muro, a los de las cunetas.


Infinita gratitud. Brigadas Internacionales, sois ejemplo. Sois la historia, sois la leyenda. Estas tierras se agrandan y se iluminan con vuestro ejemplo. Gracias, pueblos del mundo, por luchar aquí. Gracias, parias de la tierra, por arriesgar vuestras vidas. Los descendientes de la derrota os debemos una.


martes, 6 de agosto de 2013

Les mains sales.

Sus manos están limpias. Sólo tuvo que apretar un botón. La tecnología fue la culpable. No ver las caras de los niños que abarrotarían aquel colegio pakistaní también ayudó. El dron es el asesino. Secreto militar. El hombre cerró el control del avión no tripulado, y miró una foto de su familia. Aquella tarde habría tortitas para merendar. Qué hambre.


Sus manos estaban blancas. La chica sudaba por el calor de aquel horno. Lograba sacar varios dólares al día, lo suficiente para ir tirando. Cuando llegó un cliente, metió con cuidado el pan en una bolsa de papel. Se lo entregó con una sonrisa. Después, volvió al horno de aquella pequeña panadería, y chocó sus manos. El ambiente se llenó de harina.

jueves, 7 de febrero de 2013

La batalla de Argel.

Francia, 1959.
Amancece otro día más en la casbah.
Calles estrechas, miradas de odio, niños que no sonríen.
Soldados franceses que patrullan las calles con fusiles de asalto.
Buscando a los terroristas, buscando al FLN.
Pero el pueblo es el FLN.
El FLN es ese niño que llora mientras ven cómo se llevan a su hermano para torturarlo.
Es esa mujer del hiyab que transporta una pistola en su cesta de mimbre.
Es ese intelectual francés que escribe cargado de odio, llamando cómplices a los indiferentes que no condenan la colonización.
El FLN es el pueblo argelino, lleno de odio contra los franceses.
Un odio visceral, que sacude todas sus entrañas.
Todo francés es el enemigo.
Todo francés debe morir.
Matad europeos.

Matad europeos, porque sólo así podéis existir. Matad al que os impide existir. Es la única forma de liberarse ontológicamente. Eliminando aquello que impide la existencia de un sujeto, de un pueblo, de una Nación. Reclamad vuestro espacio fenomenológico.
La única forma de que un argelino pueda afirmarse a sí mismo es matando europeos.
Viendo cómo Frantz Fanon se dirige a los suyos en sus obras.
Viendo cómo Sartre se convierte en enemigo de Francia.
Europa se desintegra sin solución, no hay más que decir. Los europeos sólo podrán retrasar al FLN, pero no podrán frenarlo. Es un diagnóstico, no una recomendación.
Y Pontecorvo que muestra el dolor en cada fotograma.
Muestra miradas de odio, muestra esa violencia liberadora.
La violencia que nadie se explica.
La violencia que mueve la historia, y que es violencia rebotada. El pueblo argelino absorbiendo toda la violencia de la colonización, los genocidios, expolios y saqueos. Y el pueblo argelino siendo elástico, haciendo rebotar toda esa violencia en forma de violencia liberadora, violencia vacía.
Pero en Argelia nadie ríe.
Cacheos, registros, controles en la casba.
Torturas, y silencio. Silencio de los detenidos.
Los lamentos de hombres y mujeres llenando la atmósfera de la noche. Lo han perdido todo, quizás un hijo, su casa, quizás hermanos.
Y el gobierno francés exigiendo al pueblo argelino que entregue a los terroristas.
No lo entienden. Todos son el FLN.
Los europeos no saben lo que ocurre. Ven las imágenes de violencia vacía, los atentados con bombas, los asesinatos de policías, y gritan: salvajes.
Salvajes, asesinos.
Los europeos se tienen que sentar para no marearse, los europeos se ponen blancos (si alguna vez han dejado de ser blancos) como la cera al ver esos atentados.
Haced algo, que actúe el ejército, esto no se puede permitir. Esto clama al cielo...

Clama al cielo. Bonita expresión. Los europeos llamando al cielo, llamando a la razón y al sentido común. Como han hecho toda la historia. Abanderados por la libertad, la igualdad, y la fraternidad, con el espíritu de la Ilustración, pidiendo que alguien detenga esa barbarie. Los europeos gritan: ¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad! Pero, como dice Sartre, a los colonizados sólo les llega el eco de sus voces (-ertad, -ualdad, -idad...). Los europeos, la cuna de la razón, la vanguardia ilustrada de los DDHH, pidiendo a gritos otra intervención del ejército. Pero no entienden nada.

Esos europeos, que se les llena la boca con los DDHH. Que pregonan: todos somos iguales, aquellos que defienden el pacifismo, siempre debe haber una vía pacífica. Los indiferentes, los que están a verlas venir, los que no se atreven ni a condenar los genocidios imperialistas, ni a defender los frentes nacionales. Dejad en paz a los indígenas, tienen derecho a existir. Pero es incomprensible que actúen así. Si los indígenas quieren demostrar que son hombres, deberían actuar de forma caballerosa.
Pero nadie pregunta al niño que mira cargado de ira a los soldados.
Nadie pregunta al hombre que reza una oración y se inmola en un supermercado.
Ni a la mujer que dispara al policía.

Francia, 1962.
Banderas verdes y blancas que ondean.
El río Sena se ha llenado de cadáveres, y las calles de Argelia están vacías.
Un pueblo sometido, que tiene conciencia de ese sometimiento.
Y otro pueblo que no se explica nada, y sólo ve violencia.
Sería mucho más fácil para los argelinos triunfar con helicópteros y aviones de combate.
Pero sólo tienen cestas, bombas caseras, y cuchillos.
Los europeos somos culpables de todo esto.
Porque somos indiferentes, porque clamamos al cielo.
Pero el mundo gira, y el pueblo argelino es dialéctica pura.
Reclamando su derecho a autodeterminarse, simplemente su derecho a existir.
Con cada atentado, con cada manifestación.
Matad europeos.
Matad europeos.
Y que le jodan a Hannah Arendt. Yo soy el FLN.
Todos somos el FLN.