sábado, 11 de abril de 2020

Acerca del Capítulo VI (inédito) de El capital.



El capítulo VI (inédito) de El capital (México, Siglo XXI, 1971) fue redactado por Marx entre junio de 1863 y diciembre de 1866; destinado a ser una forma de exponer claramente las consecuencias políticas y económicas del proceso de producción capitalista que Marx había analizado en todo el libro I. Por desgracia, Marx no incluyó este capítulo en la versión final de El capital, por lo que las conclusiones políticas de El capital tienen que desentrañarse de forma más mediada (se han dado algunas razones por las que no lo incluyó, la más célebre es la de un Marx con una presión económica bestial que necesitaba encontrar a un editor burgués que aceptara sacar el libro). Sea como sea, creemos que este manuscrito ayuda muchísimo a entender no sólo la motivación política tras el desarrollo teórico, sino también este propio desarrollo.
La motivación política que subyace tras estas páginas es la de criticar la economía política burguesa que, como afirma ya en la primera nota al pie de Marx (la tercera en J. Aricó), «incurren en un quid pro quo doble» que consiste en transformar el capital en una cosa y las cosas en capital: el capital, que es una relación social mediada, se objetiva y cosifica en un ente, mientras que las cosas parecen poseer, como propiedad interna, una vida espectral. La relación social se cosifica, las cosas se relacionan. El absurdo de la economía burguesa, dice Marx, es «considerar que una determinada relación social de producción que se representa en cosas es una propiedad natural de estas cosas mismas» (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.28), y pone un ejemplo: un asiento tapizado de terciopelo representa en ciertas circunstancias un trono, pero eso no quiere decir que la naturaleza de ese asiento sea ser un trono. Si vamos a la “naturaleza” de ese asiento encontraremos que tiene que ser de un material adecuado, cómodo, para su valor de uso que es sentarse. Pero analizando el trono nunca llegaremos a desentrañar las relaciones de producción de la monarquía feudal o del imperio bizantino. Para ello, tenemos que estudiar esa relación social históricamente determinada, es decir, estudiar esas circunstancias que permiten que ese asiento sea un trono, que permiten que sigan existiendo tronos. Estas circunstancias son precisamente las que la economía política burguesa oculta deliberadamente bajo una capa esencialista y ahistórica, al convertir las relaciones sociales en propiedades de una cosa. Como nota, En Trabajo asalariado y capital, Marx escribirá una célebre reflexión parecida: «Un negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en determinadas condiciones se convierte en capital» (Madrid, Ed. Halcón, 1968, p.39).
El proceso de producción puede resumirse, según Marx, en la incorporación del trabajo vivo en el trabajo muerto, en la incorporación de la fuerza de trabajo (en el texto aún utiliza el término de «capacidad de trabajo») como apéndice, como engranaje en una inmensa máquina de valorización que necesita absorber constantemente ese trabajo vivo para expandirse y, al mismo tiempo, sobrevivir: «No es el obrero quien emplea los medios de producción, son los medios de producción los que emplean al obrero» (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.17). El valor se conserva y aumenta (en el proceso de valorización) únicamente por la vía de la incorporación de la fuerza de trabajo en el proceso de producción, así que es necesario dar un paso atrás y entender cómo esa fuerza de trabajo se inserta en el proceso. En la Contribución (Siglo XXI, México, 1981, p.266), Marx afirmará que el valor se conserva y se aumenta gracias a la esfera del intercambio, primera parada en nuestro viaje.
Para que el trabajo vivo pueda servir como fuerza de producir plusvalía, o dicho de otra forma, como apéndice para que el valor se autovalorice, esta debe existir en el mercado, en el intercambio: debe existir compraventa de fuerza de trabajo. Y esto sólo es posible si existe un proletariado doblemente libre, es decir que no es esclavo (luego es propietario de su fuerza de trabajo) y no tiene ninguna mercancía que vender en el mercado salvo esa capacidad de trabajar. Y el surgimiento de este proletariado tiene, de nuevo, unas condiciones históricas muy determinadas. En el conocido penúltimo capítulo del primer tomo de El capital, La llamada acumulación originaria, Marx contará una terrible historia de saqueos, expropiaciones forzosas, clearing de terrenos y violencia sin la cual el capitalismo no habría podido ser capital. Paradójicamente, el ejemplo más gráfico para explicar esta relación social no lo da Marx, sino el diputado liberal inglés Wakefield: este decide embarcar a 3000 familias obreras hacia Nueva Holanda para explotar una plantación junto a Swan River. Una vez llegaron allí, estas familias obreras vieron que no necesitaban trabajar para el señor Peel para sobrevivir en las colonias (era relativamente fácil obtener alimento, o incluso hacerse con una tierra para sobrevivir a largo plazo), y «el señor Peel se quedó sin un solo criado que le hiciera la cama o que le fuera a buscar agua al río». Con la irónica bilis que le caracterizaba, Marx afirma: «desgraciado señor Peel, que lo previó todo, salvo el exportar al Swan River las relaciones de producción inglesas» (Madrid, Siglo XXI, 2017, p.859). Sorpresa, si no te estás muriendo de hambre no decides trabajar voluntariamente para un capitalista. Para que la fuerza de trabajo aparezca en el mercado (espontáneamente, para los economistas espadachines a sueldo de la burguesía) es necesario desatar una inmensa cantidad de violencia, acabar con las condiciones de subsistencia autónoma del proletariado, construir un inmenso ejército de mendigos sin lugar donde caer muertos e imponer una dependencia estructural al sistema de producción capitalista a base de fuego y sangre. Este es precisamente el fundamento histórico, la condición de posibilidad, de esa autovalorización del capital.
Recopilando, tenemos que una fuerza de trabajo creada artificial e históricamente a través de matanzas aparece en el mercado como mercancía lista para que los capitalistas puedan comprarla e incorporarla como valor de uso en el proceso de producción. La fuerza de trabajo entonces se convierte en una fuerza del capital, en apéndice de un valor que aumenta y se conserva. El dominador de este proceso se presenta como creador del proceso: el capital, trabajo muerto, resultado de un proceso anterior, subsume el trabajo vivo, dando la apariencia de un movimiento del propio capital. Marx hablará en este capítulo VI inédito de dos tipos de subsunción de la fuerza de trabajo en el proceso de producción, y creemos que es interesante explicarlo. Hablará de una subsunción formal, en la que existe compraventa de fuerza de trabajo pero las viejas formas de trabajo subsisten y el proletariado tiene aún un dominio sobre el proceso, y hablará de una subsunción real, en la que el proceso de trabajo está totalmente reorganizado, no existe autonomía ni control obrero del proceso, y está vinculado al surgimiento de los modelos de automatización y control del tiempo (taylorismo, fordismo). La consecuencia que se extrae de aquí se vuelve clara gracias al análisis de Lenin: el trabajo asalariado forma una unidad con el capital, entran juntos – en una dinámica de conflicto y colaboración – en el mismo proceso de producción. Trabajar más o menos horas, más o menos duramente, son las únicas posibilidades de esta lucha en el sentido económico, anclado en el marco capitalista. El sistema capitalista no puede detenerse desde dentro, y no lleva dentro de sí nada más que más capitalismo. Será necesario, por tanto, superar el concepto de clase en sentido económico y desarrollar la clase en sentido político, capaz de acabar con el sistema capitalista en vez de hacer más confortables las cadenas que atan al proletariado.
Y esta es una de las tesis clave del análisis de Marx en este Capítulo VI: el carácter no reformable del capitalismo. Este es un sistema que se produce y se desarrolla a sí mismo en cada proceso de valorización. La génesis va unida siempre a un desarrollo (Zelený pondrá el ejemplo de la forma valor: el dinero podrá existir en sociedades mercantiles no capitalistas, pero sólo cobra sentido cuando se transforma en capital a través de la subsunción de la fuerza de trabajo, este es su presupuesto estructural, en (Zelený, La estructura lógica de El capital, Barcelona, Grijalbo, 1968, p.120-1).
Tras la explicación de esta subsunción de la fuerza de trabajo, Marx podrá hablar ya de los resultados del proceso de producción. Estos resultados son tres: plusvalor, mercancía, y la relación social capitalista. El capitalismo tiene como objetivo principal la producción de valor en su forma de plusvalor, aumentar, crecer. No tiene como objetivo la producción de valores de uso que cubran necesidades humanas, sino producir valor, y esto podemos observarlo en la proliferación espontánea de cada vez más pseudonecesidades que necesita el sistema para que la rueda de producción no pare. Adam Smith también fue capaz de ver este objetivo del capitalismo, pero se resignó afirmando que esta búsqueda del beneficio y la valorización es la mejor forma de cubrir las necesidades. Marx le responde de forma brillante, afirmando que las crisis de sobreproducción nunca son, en el capitalismo, crisis de riqueza sino crisis de valor. Como ejemplo reciente de este tipo de crisis, podemos acordarnos del entierro de toneladas de plátanos en Canarias para evitar el desplome de los precios porque era imposible colocarlos en el mercado (https://www.eldiario.es/canariasahora/agricola/medio_ambiente/Entidades-plataneras-Palma-entierran-sorribadas_0_715328567.html). Como vemos, lo que está en crisis no es la riqueza (si salen más plátanos genial, a más nos tocan) sino el valor. Un sistema que necesite, para sobrevivir, destruir no sólo las condiciones de vida de las personas que habitan en el planeta sino también el propio sistema metabólico del planeta, no es un sistema reformable. Marx: «la autovalorización del capital – la creación de plusvalía – es pues el objetivo determinante, predominante y avasallante del capitalista, el impulso y contenido absoluto de sus acciones» (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.20)
Por tanto, los valores de uso que el capitalismo produce son simplemente subproductos, derivados, restos que aparecen como consecuencia de producir el verdadero resultado: el valor (que en el mercado asumirá su forma fenoménica de valor de cambio). Es este aumento de valor – o plusvalor – lo que el capitalismo produce. Las mercancías que salgan de aquí son totalmente indiferentes para el capitalismo (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.84). Había un dicho precioso surgido en los primeros años de la URSS que decía que al capitalismo le es indiferente producir bombas que mantequilla.
Pero eso no es todo: el capitalismo, en cada proceso de producción, también produce las relaciones sociales capitalistas. Cada proceso de producción también es un proceso de reproducción. El capitalismo no es únicamente un sistema económico de explotación del trabajo, de extracción de la plusvalía. También es una forma social. La mistificación y el fetichismo se reproducen constantemente en todos los aspectos de la vida social. Por tanto, la acción revolucionaria tiene que romper con esta lógica, tiene que constituir un nuevo poder que se oponga al viejo. Marx afirma: «esta antítesis no es una determinación [existente] dentro del modo capitalista de producción» (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.92). Es decir, al contrario de lo que pensaba el marxismo productivista y economicista, a fuerza de desarrollar más y más las fuerzas de producción del capitalismo no va a venir dado el socialismo. Lo único que obtendremos será más capitalismo y más destrucción del metabolismo ecológico, más barbarie.
El capitalismo es esa locomotora desbocada que se conserva a base de acelerar cada vez más. Ante esto, se presentan dos opciones: que esa locomotora descarrile y se estrelle, matando a todos los pasajeros del tren, o que la gente del vagón de cola, apestados, atraviesen todo el tren, quizás llevándose por delante a alguna gente de la clase business que se oponga a perder sus privilegios, asalten la locomotora – en la que no tiene porqué haber un maquinista – y accionen el freno de emergencia.