jueves, 30 de octubre de 2014

Quemar justo antes de leer.

El mejor uso
Que se le puede dar a este poema,
Es arrugar el papel
E introducirlo en una botella de gasolina


No se trata de alabar los molotovs

Se trata
De convertir la poesía en un molotov.




[...] El comunismo le responde politizando el arte.

                                 - Walter Benjamin.

lunes, 6 de octubre de 2014

Sobre las controversias del lenguaje inclusivo.

Este texto es un análisis y respuesta a un texto escrito por “Daniel” para la sección de Libre publicación publicado por Hablando República. El texto en cuestión y que será citado se llama “Controversias del lenguaje inclusivo”, publicado (creo) en 2013. (http://hablandorepublica.blogspot.com.es/2013/12/controversias-del-lenguaje-inclusivo.html)



Quiero dejar claro de antemano que se trata de una crítica teórica (e inevitablemente por ello política) y sólo se dirige hacia el texto, no hablo de militancias ni de apoyo particular a la causa feminista. También quiero dejar claro que yo no soy lingüista (si el autor del texto ha visto imprescindible comentar al inicio que él sí que lo es, me atengo a su criterio y lo dejo claro yo también).

El texto comienza reconociendo y reproduciendo que en ocasiones el lenguaje sí tiene un componente machista, pero que este componente no es intrínseco al lenguaje sino que sólo sale “a la luz” con el uso. Existen por tanto unas críticas particulares a expresiones y palabras machistas que sí son legítimas, y otras críticas y usos del lenguaje (posiciones extremas, en palabras del autor) no admisibles como puede ser el desdoblamiento de los plurales o “incluso emplear el género femenino para englobar ambos sexos”. Según la concepción del autor, utilizar el plural femenino es incluso más extremo que utilizar ambos plurales, como una especie del culmen del desdoblamiento.

A partir de aquí, comienza un conjunto de ejemplos que nos hacen descubrir que el género no es constante en cada lengua. De esta ristra de ejemplos saco en claro que pobrecillos aquellos ingenuos filósofos como Locke que pretendían construir un lenguaje mental (mentalés) común a todo miembro de la especie humana. No podemos entender cómo podría llegar a concebirse. Pero lleguemos al punto fuerte, el núcleo del artículo:

“Considero inapropiado tratar de modificar la lengua oral de los hablantes”. Pero esta variación lingüística no es intrínseca al propio lenguaje, esta sólo puede entenderse en una evolución dialéctica (histórica) entre lenguaje e ideología. Pretender que el lenguaje existe antes de la sociedad, que Dios nos revela el lenguaje y nosotros hablamos el idioma revelado, es ingenuo. El lenguaje no es un ente vacío cuya modificación es inapropiada, el lenguaje es una construcción social y, por tanto, ideológica. Negar el componente histórico, ideológico y social del lenguaje es, además de poco marxista, profundamente reaccionario. “La variación lingüística es una característica natural de cualquier idioma”. ¿Qué entiende aquí el autor con la expresión “natural”? Si es lingüista, seguramente defienda al hablar de características naturales del lenguaje el planteamiento de Chomsky de “lenguaje como estructura natural para adaptarse al medio”, incluso también su gramática generativa amparada en la recursividad del lenguaje. Se trata de una falacia naturalista oculta tras mantos de teoría del lenguaje. Afirmar que el lenguaje tiene unas características naturales y que por eso su modificación es inapropiada, sólo nos puede servir como ejemplo de la naturalización de un constructo social para su legitimación en el mundo, y no como explicación racional de causas. Esta falacia naturalista (denunciada en la Modernidad) se reviste de nuevas formas pero en esencia su crítica y demolición es análoga: basta con conocer el lenguaje del que la utiliza para refutarlo. “Insisto en que la lengua cambia a lo largo del tiempo de una manera natural”. Aquí continúa con la naturalización de los cambios lingüísticos: la lengua puede cambiar históricamente, sus usos pueden variar, pero no hay una evolución natural. La crítica de Everett al planteamiento chomskyano hegemónico en Massachusetts es clara: el lenguaje no es biológico, es una herramienta cultural. La cultura modela el lenguaje. Además, Everett logra encontrar una lengua sin recursividad: el pirahá, lo que desmonta la teoría biologicista-naturalista y profundamente hegemónica de Chomsky. Quizás por ello Everett sea una especie de "llanero solitario" vetado, perseguido y censurado por el "imperialismo" chomskyano.

El autor continúa afirmando que “los hablantes adaptan su lengua a las circunstancias tecnológicas, históricas y sociales”. Esta tesis se contradice contra el cambio natural del lenguaje. Si las lenguas evolucionan sociohistóricamente y el sistema de dominación de sexo/género (patriarcado) es una figura que afecta transversalmente de forma histórica y social, ¿no podría verse como una de las circunstancias a las que el lenguaje se ha adaptado como superestructura? ¿No estaría reflejando el lenguaje las características y la pura materialidad de este sistema de dominación? Justo a continuación, se afirma que esta evolución sociohistórica no tiene nada que ver con la alteración del sistema de asociación de referentes. Pero lo que no explica es cómo la relación objeto-significante sí que puede variar (y de hecho lo ha hecho) según las condiciones materiales. No siempre se ha llamado de la misma forma a lo mismo, y no sólo por posteriores descubrimientos sino también por la evolución lingüística: nuevos términos han sustituido a otros, por la simple razón de que una comunidad restringida de hablantes los ha sustituido y los ha vuelto hegemónicos. Centrándonos en la cuestión de género (como el autor se centra), tenemos el término clave queer. Este término comenzó siendo usado despectivamente como “desviado”, “torcido” para estigmatizar un colectivo oprimido. Pero este colectivo oprimido (no hablo de una evolución “natural” sino de una lucha continua por el significante, una lucha, un esfuerzo colectivo de resignificación) ha conseguido cambiar esa noción, y apropiarse el término. La resignificación positiva y la apropiación del término queer como propio no ha caído del cielo, no ha ido evolucionando por la lógica intrínseca del lenguaje: ha costado sudor, esfuerzo. Que leas la palabra queer y pienses en Butler o Preciado en vez de que te produzca rechazo y marginación es una conquista, no un regalo del lenguaje. El lenguaje no va evolucionando si no se combate cada batalla. Si nos quedamos paradas, no lograremos un lenguaje inclusivo.

El autor plantea un ejemplo histórico: La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en 1848. El término “hombre”, según el autor, es malinterpretado intencionadamente para excluir a las mujeres de la ciudadanía, pero no por culpa del lenguaje sino por culpa de los intereses machistas de la sociedad. Esto nos puede parecer lógico. Pero analicemos la perspectiva histórica, como marxistas que somos: no fue en 1848 sino en 1789 cuando se proclamó la primera Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y ya en su día, muchas mujeres se sintieron excluidas de esta construcción. Para muestra, podemos ver la oposición de Olimpia de Gouges, mujer, feminista y jacobina, que reclamó los Derechos Universales de la Mujer y la Ciudadana en contrapartida a la exclusión de la declaración principal. Hablo de exclusión porque durante el período de la Ilustración es muy común entre los filósofos (resaltamos en este caso la “o”) introducir un dique, una barrera en la universalidad que excluya siempre a algún colectivo. El ejemplo claro es Kant: su universalidad misteriosamente no se aplica a mujeres, no propietarios y personas negras de las colonias. Si Hegel intentaba “añadir algo” a la totalidad, la Ilustración siempre intenta arrancarle algo a esta totalidad. El argumento continúa: “La lengua no es extrínsecamente machista, pero puede llegar a serlo en la medida en que sus hablantes otorgan [...] sentidos machistas”. La lengua no es un regalo de los dioses, no cae del cielo y no es neutral. La lengua es una construcción social cuya estructura no es casual. Si la sociedad en la que fue construida fue machista, la lengua, como producto, va a tener siempre ese reducto: la lengua no existe antes que la civilización. Y esto el autor parece olvidarlo y recordarlo según le venga bien.

Esta última tesis se ve reflejada perfectamente en la afirmación “pero el problema [...] no es de la lengua, sino de las construcciones ideológicas que tenemos, o más bien, nos han transmitido a través de horas y horas de manipulación mediática”. ¿Cómo se transmiten esas construcciones ideológicas? La semiótica aquí es clara. La ideología no se transmite mediante telepatía, necesita unos cauces, unas formas: imágenes, estructuras, lenguaje. Considerar el lenguaje como algo puro y neutral que transmite algo perverso (de forma inconsciente) es absurdo. Pero el argumento continúa: “si esta frase [una frase sobre la interpretación del término ‘hombre’] es declarada en una sociedad no solo legal, sino social y económicamente igualitaria, interpretaríamos tanto hombres como mujeres”. Postular una supuesta sociedad sin desigualdad es utópico y se asemeja bastante a las teorías contractualistas, aquellas que sólo eran capaces de proceder mediante intuiciones y divagaciones sobre la organización social. Es idealista pensar cómo sería interpretada una palabra en una sociedad que no existe, sin preguntarse siquiera si esa palabra podría tener cabida en esa sociedad hipotética.

Pero ahora realmente empieza la fiesta: el autor cita a un tal Pedro Álvarez de Miranda, un hombre que reconoce abiertamente (y muy despectivamente) que ni siquiera tiene ni idea de lo que se está hablando: “no he tenido paciencia para echarme al coleto todas esas guías que sobre el lenguaje no sexista han proliferado”. Si no sabes ni siquiera dónde está el debate mejor cállate, debería ser una máxima en todo discurso que busque sacar algo en claro. El autor citado afirma que el masculino, en el castellano, es el género no marcado. Y eso es lo único que nos debería bastar a las feministas para dejar de hacer el ridículo y tratar de construir un lenguaje inclusivo. Pero si rascamos un poco, es curioso que el masculino sea el género no marcado, el neutro: el género masculino se ha presentado siempre como lo neutro, y el género femenino como lo marcado, como lo coloreado (como una otredad que, como Simone de Beauvoir afirmaba, siempre existe con referencia al género masculino). ¿Quién ha convertido el masculino en el género neutro? ¿Y de qué forma lo ha hecho?

Ahora, el autor citado, de forma prepotente y sin absoluta gracia, compara la invisibilización y marginación del género femenino con la invisibilización del plural con respecto al número singular, olvidando (o queriendo olvidar intencionadamente) que no existe absolutamente ningún colectivo que se sienta excluido del singular, porque la condición de ser humano implica, inevitablemente, cierta individualidad. De esta repugnante forma se expresa: “que yo sepa, no ha surgido por ahora ninguna Plataforma Ciudadana en Defensa de la Intolerable Discriminación del Plural [...]”. La clave para esta invisibilización es la expresión ‘de la misma manera’ en esta cita: “El masculino es el género no marcado, de la misma manera que el singular es el número no marcado”. Acaba afirmando que tratar de cambiar las convenciones “de un plumazo” acaba por “rozar el absurdo”. Nadie ha hablado nunca en la lucha feminista por el significante de cambiar las convenciones de un plumazo. Es más, las feministas somos conscientes de que es una lucha dura, que necesita esfuerzo, repeticiones, y convencer de un uso más apropiado. Corregir los errores (absolutamente a quien sea, sobretodo a nosotras mismas) y aprender es la forma de construir un lenguaje más justo. Y no sale gratis: intimidaciones, burlas y adjetivos repugnantes se vierten a diario contra las que intentan concienciar desde las asambleas o redes sociales. Pero el género de las oprimidas, el género de las que resisten (en palabras de Despentes) sigue sin ceder un milímetro en su lucha por el significante, pues sabe lo que se juega en él.

El texto (ya no sé si del autor o del autor citado) continúa dándonos una lección sobre Saussure que agradecemos, pero no le vemos su utilidad: el autor cita a Saussure pero después no le utiliza para nada. Y esto es lógico. Desde aquí reto a cualquiera a buscar un texto de Saussure que sirva para legitimar una evolución natural del lenguaje, o para legitimar una estructura de lenguaje como adaptada al medio. Sencillamente, no existe. Para Saussure el significado no es subjetivo como afirma el texto, sino arbitrario. La convención en Saussure existe, pero se puede quebrar (y de hecho se quiebra) en aspectos determinados. Las feministas no queremos abolir el lenguaje (algo imposible) sino quebrar ciertos significantes y reasignarlos. Y, vuelvo a repetir, traedme un texto de Saussure que impida hacer esto. O si no, debemos vernos obligados a considerar la referencia a Saussure como descontextualizada y banal para el desarrollo del texto. Parece que al autor se le olvida que fue Saussure el que habló de la dialéctica diacronía-sincronía, una dialéctica presente en todo el estructuralismo, en el que el aspecto sincrónico trata en efecto de esto que estamos hablando: el desarrollo de una lengua en el tiempo, las transformaciones en el significante que hacen evolucionar una lengua, en términos que se sustituyen sin llegar a formar un sistema cerrado. La evolución en Saussure es incontestable, y citarle para legitimar posturas reaccionarias me parece miope y peligroso. Aún así, agradecemos la lección sobre la relación entre significante y significado.

“Por convención, esta frase engloba a estudiantes de ambos sexos”. Si la convención está clara y no podemos sino sentirnos identificadas con el sintagma ‘los estudiantes’, ¿cómo podemos explicar entonces el citado ejemplo anterior de 1848? ¿Cómo pudo De Gouges sentirse excluida si la convención mandaba y estaba clara?

Justo a continuación viene el argumento contra la subsunción de ambos géneros bajo el femenino: “La imagen mental, adquirida de manera natural [vuelve la naturaleza y no se va], que los hablantes tienen de ‘nosotras’ es la de dos o más personas de sexo femenino; nunca interpretaríamos que ese pronombre reuniese a hombres y mujeres”. Dejando aparte que nosotras sí hemos logrado interpretarlo así (no de forma ‘natural’ caída del cielo sino simplemente corrigiéndonos, descubrimos el quid de la cuestión, el aspecto fundamental que estaba detrás de todo y nos lo aclara todo de golpe: no es la convención, no es lo ‘natural’ sino, simplemente, la costumbre, el hábito, lo que nos impide construir un lenguaje inclusivo. Podemos citar aquí a Mill cuando afirma que lo antinatural es sólo lo desacostumbrado, y el problema queda iluminado desde el último ángulo que parecía confuso.



Si la tradición es motivo para defender una injusticia, quizás debería terminar aquí el escrito. Pero como creo que no es así, quizás vendría bien preguntarse de dónde viene esa tradición, preguntarse por qué al hablar de ‘nosotras’ lo identificamos exclusivamente con el género femenino. Si el problema es la costumbre, no os preocupéis. Podemos utilizar ‘nosotras’ hasta que os suene natural. De hecho, llevo utilizándolo durante todo este texto y no ha pasado nada, habéis continuado leyéndolo. A riesgo de volverme autorreferencial, acabo planteando que no existe lo “meramente lingüístico” (como afirma textualmente el texto), sino que todo, absolutamente todo, es social. La lengua es la única vía de socialización que tenemos y nos toca a nosotras ganar el significante. No se producirá un descenso objetivo de machismo en la sociedad, no bajará el número de mujeres asesinadas por ese terrorismo estructural y organizado mal llamado violencia “de género” (como si todos los géneros asesinaran). Pero sí cambiaremos nuestra forma de ver, interpretar, y analizar (tanto a un nivel semiótico como epistemológico) el mundo. Lo violento no es intentar cambiar una injusticia (como es la invisibilización objetiva del género femenino). Lo violento es perpetuar esta injusticia como neutral, como meramente lingüística.