martes, 25 de noviembre de 2014

El estudiante argelino que preguntó a Camus.

"En estos momentos [el FLN] están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre".


-Albert Camus,
ante la petición de un estudiante de tomar partido en la guerra argelina.


En 1957, justo después de recibir el Nobel de literatura, a Albert Camus se le pidió utilizar su reciente prestigio intelectual y literario, su prestigio orgánico de construcción de hegemonía, para denunciar la agresión imperialista de Argelia. Camus nació en una familia argelina de clase obrera (a diferencia de Sartre, criado en Francia entre algodones) y conocía de primera mano la incertidumbre de no tener el futuro garantizado. Un escritor de clase obrera que recibe un Nobel es una excepción cargada de fuerza y, aprovechando su origen africano y el hecho de que nunca se hubiera pronunciado a favor de la lucha del pueblo argelino, un estudiante le preguntó y recibió esta respuesta. Esta respuesta fue interpretada por la izquierda francesa como la muestra clara del feroz individualismo del escritor argelino, que prefirió quedarse con lo que rodeaba a su persona privada antes que pensar en la construcción colectiva del espacio público (además servía para tacharle de anarquista). Pero esta crítica ni siquiera roza la superficie.

Es obvio que, en la disyuntiva que genera Camus, todos elegiríamos a nuestra madre. Habría que ser un monstruo para no hacerlo. Todos elegiríamos algo tan personal como una madre ante una objetividad abstracta, pero es que el problema no es ese: con la elección de la madre, Camus está eligiendo no la individualidad de la persona de su madre, sino un modelo colectivo y concreto: Camus está eligiendo al pueblo francés y al pueblo argelino (que “no tienen nada que ver con la guerra”), saltando por encima del conflicto. La guerra es vista por Camus como un conflicto entre “Estado francés” y “FLN”, y ambos pueblos están en medio. Camus olvida que si esto fuera así, el FLN no podría haber sido rival contra el poderoso ejército francés. Siguiendo su modelo, para hacer un símil más actual, podemos afirmar: “ni Israel ni Hamás, sino el pueblo israelí y el pueblo palestino”, o “ni la OTAN ni Gadafi, sino el pueblo libio”. Pero esta elección que hace Camus no sólo no se sostiene, sino que ni siquiera sirve para salir al paso. Porque olvida que, si el FLN se mantuvo a flote, no fue por su poder militar sino por todo el pueblo argelino que lo sostenía.

Porque una guerra es un tranvía en marcha, y las guerras no pueden detenerse, a no ser que alguien tire del freno de emergencia. Como afirma Howard Zinn, no se puede ser neutral en un tranvía en marcha: elige bando o no lo elijas, la historia te pasará factura. Camus, al elegir a su madre, parece que está reclamando la razón contra el totalitarismo de la historia, cuando en realidad está evitando mancharse las manos. Sartre se jugó literalmente la vida defendiendo la causa argelina, mientras que Camus, prototipo de intelectual completamente independiente, está más cerca de lo que Carlos Fernández Liria describe como preferir “equivocarse sin matar a nadie que tener la razón en medio del silencio y los cadáveres”.

Elegir a tu madre en una guerra con dos bandos definidos, en la que un bando imperialista arroja bombas desde aviones y un bando se dedica desesperadamente a volar tranvías, es barbarie. Quien no vea la desesperación en la decisión de preferir reventar en un supermercado, destruir tu propia casa, tus hospitales, de convertir Argelia en un desierto antes que entregarla a Francia, no merece hablar de moral. Camus sería el periodista francés de la peli de Pontecorvo que le pregunta a un miembro del FLN si no le daba vergüenza utilizar las cestas de sus mujeres para transportar las bombas. El argelino le contestaba que estaba bien, ellos entregarían sus cestas si Francia les entregaba sus bombarderos en un intercambio.

Camus es el paradigma de la moralidad abstracta en un mundo podrido, es el paradigma de taparse los oídos, cerrar los ojos y pensar: “yo no he matado a nadie”. Pero tampoco es tan simple como eso. Cuando los paracaidistas de De Gaulle caen en Argelia no tienen enfrente a un grupo terrorista. Tienen enfrente a un pueblo, que sustenta y sirve como retaguardia al FLN. Los militares disparando contra personas desarmadas en la casbah puede ser una injusticia que todos, incluso Camus, condenarían. Si el pueblo argelino es exterminado, todos podemos indignarnos. Pero cuando el pueblo argelino se niega a ser exterminado y decide luchar, de repente todos se vuelven morales y Camus elige a mamá (con razón, Foucault, al volver a París y ver allí el mayo afirmará que la única revolución en el 68 ocurrió en Argelia, que en París sólo se dio un movimiento burgués). Es fácil apoyar a un pueblo masacrado, es menos fácil apoyar a un pueblo que se resiste a ser masacrado.



Nadie ha dicho que la justicia sea asesinar madres. Nadie ha hablado de medios y fines: las bombas de los tranvías no eran un medio para que Argelia se liberara del imperialismo francés. Sólo con atentados terroristas no se ganan guerras. Ni siquiera el FLN hizo cálculos, balances para saber si su liberación merecía la pena, de si tantos muertos estaban justificados históricamente (o de si en realidad existía la justificación histórica de los asesinatos). Para hacer cálculos se necesita tiempo, y frialdad. La desesperación del FLN, más que calcular, se asemeja más a la violencia divina de la que habla Benjamin. De aquellos cuyas manos han temblado, que han balbuceado con risa nerviosa, con un pitido incesante en sus oídos y mirando deprisa hacia varias las direcciones para ver sólo ruinas, miembros amputados y sangre. A Camus no se le pidió que eligiera entre su madre y una masa indiferenciada de enemigos, sino que eligiera entre colonialistas y colonizados. No es una elección histórica ni moral. Es una elección política. Y la respuesta que dio Camus no dejó lugar a dudas. Él quería evitar los cargos de conciencia que ocasionaba elegir bando y tener las manos sucias. Los “muertos del comunismo” no caerán sobre la conciencia de Camus, que esté tranquilo. Pero los cuerpos de los estudiantes que flotaron en el Sena, los ojos de terror del niño argelino al escuchar silbidos, la marea de personas desarmadas que fue literalmente fusilada porque se negó a retroceder al toque de queda francés, sí.


"Sartre, Camus y nosotros" - Carlos Fernández Liria: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=32873