Lo primero que
quiero denunciar es esa actitud de criticar algo llamándolo “posmo”. Muchas
corrientes denominadas a menudo posmodernas han dado en el clavo al denunciar,
por ejemplo, el carácter de construcción cultural de muchas instituciones que
la Modernidad alegremente (bajo la legitimación ideológica del iusnaturalismo)
ha denominado “natural”. Intentar trazar de un plumazo un puñado de rasgos para
explicar corrientes tan heterogéneas, opuestas y enemigas a muerte como el
postestructuralismo queer y los estudios decoloniales por un lado y el
capitalismo hipster fukuyamista por otro es una actitud kamikaze. Lo único que
estas teorías tienen en común es su época histórica (algo que creo que no tiene
nada que ver con la posmodernidad, como explicaré). Así que lo único que se me
ha ocurrido es construir un enemigo y golpearle con todas nuestras fuerzas
marxistas: el enemigo, claro está, no es ni los estudios decoloniales ni la
teoría queer (en ambas la crítica de “posmoderno” no roza ni la superficie de
su complejidad, ni siquiera explica nada).
Lo primero de
todo, veo necesario establecer una aclaración sobre el propio término de
“posmodernidad”. Los pensadores que se llaman a sí mismos “posmodernos” (tomo
aquí el ejemplo clásico de Vattimo con su “pensamiento débil”) buscan siempre
sustancializar este concepto y hacerlo extensivo a toda una época: estamos ante
la época en la que los grandes
discursos han caído, en la que hemos superado la Modernidad, en la que es
necesario repensar la lógica del mundo de un modo más humilde, sin pretender algo así como verdades absolutas. Lo primero
que hay que afirmar es que la actitud de pretender darse nombre a nosotras
mismas como corriente histórica es una actitud prepotente y estúpida
(imaginemos a Aristóteles llamándose a sí mismo antiguo, o a Descartes
utilizando el término Moderno para explicar la centralidad del sujeto en su
sistema). Una época que intenta ponerse a sí misma nombre es una época
egocéntrica: las corrientes de pensamiento sólo pueden ser nombradas con la
distancia histórica necesaria capaz de confrontarlas, oponerlas y
“diseccionarlas”, se trata de un trabajo posterior (sin olvidar la inmensa
cantidad de “excepciones” y de filosofías que se encuentran out of Joint, es decir, que son
inclasificables dentro de un sistema temporal: atribuir un conjunto de rasgos
comunes a corrientes heterogéneas es peligroso). Hablar de “época posmoderna”,
afirmar que “la Modernidad ha sido superada” es una muestra de una prepotencia
absoluta: la caída del mundo Antiguo (y del concepto central de la polis) sólo
es perceptible muchos siglos después de la muerte del mundo Antiguo, y sólo
puede estudiarse desde un “retroceso”, es decir, desde una vuelta del presente
hacia el pasado. Sobre nuestra propia época, podemos seguir añadiendo
pronombres “post-” a todo que eso no explica absolutamente nada.
Por tanto, con
Jameson, preferimos hablar de “posmodernismo” en vez de utilizar
“posmodernidad”, refiriéndonos con este no a una época sino a una lógica
cultural de dominio, que permite legitimar, reproducir y hacer tolerable (el concepto de tolerancia que
maneja Marcuse aquí es clave) el capitalismo tardío, postfordista, avanzado, de
consumo o cuantas etiquetas se le quieran añadir. Toda teoría que busque,
mediante la exaltación acrítica del consumo, mediante la moda y la denuncia de
lo revolucionario como algo naif y hortera es, para nosotras, una teoría
posmodernista. Se trata por tanto de un proyecto político de legitimación del
capitalismo, recubierto de una historicidad que sirve para extender su
legitimidad y ausencia de alternativa (“no te esfuerces, la época de los
sistemas ya ha pasado”).
Una vez tengamos
eso claro (que me parece lo fundamental al hablar de posmodernidad), podemos
seguir el artículo de Jorge Polo La
postmodernidad para ir analizando poco a poco cómo opera esta lógica
política y qué carajo significa cada una de las sentencias que los pensadores
autodenominados posmodernos utilizan para categorizar el mundo. Lo primero que
salta a la vista, como hemos adelantado, es la “muerte de los grandes relatos”
y de las creencias: estas, sencillamente, pierden su sentido. Se produce un
vacío de sentido y de experiencia, y la imposibilidad de construir un gran
sistema (no sólo de filosofía sino también de cualquier otra forma de
enfrentarse a la realidad) nos atrapa. Recordamos como dijimos a Vattimo y su
pensamiento débil como imposibilidad de una cosmovisión, como algo líquido,
voluble: la posibilidad de un pensamiento fuerte se ha perdido entre los
infinitos vaivenes del mundo que nos rodea (desde los vaivenes de los valores
en la bolsa hasta los vaivenes del metro que nos desestabilizan).
Otro rasgo
fundamental es que la historia deja de ser lineal para convertirse en una
constelación de imágenes del pasado, en “puntos de vista”. Para esto, los
pensadores posmodernos suelen utilizar (y malinterpretar) la crítica de
Benjamin al progreso histórico hegeliano (en Benjamin no se trata de un puñado
de puntos de vista de la historia sino, al contrario, de recorrer esa misma
historia lineal pero a la inversa, fijándose en aquellas que han quedado
sepultadas bajo capas y capas de progreso: no es la historia de la
indeterminación histórica, es la historia de las oprimidas). Los
acontecimientos pasan a ser fragmentarios, imposibles de inscribir dentro de
una tendencia (o un devenir en terminología hegeliana), es decir, inexplicables
históricamente. Se trata de un nominalismo historicista, unido a un cierto
relativismo (entendiendo esto como la pretensión de que la validez de un
discurso no es intrínseca a este, sino que depende del contexto). Este
pluralismo relativista no sólo se queda en la historia sino que actúa sobre
cada una de las ramas de la cultura y producción de conocimiento (por ejemplo,
ponemos la epistemología: Feyerabend entiende la ciencia como habilidad, arte,
no como una empresa racional independiente de la práctica como se entendía en
la Modernidad, algo que no tiene por qué ser negativo: considerar un progreso
ascendente de una ciencia neutral después de la bomba atómica y la
tecnificación de Auschwitz es pura barbarie).
Hablemos ahora
de la noción de sujeto: el sujeto que emerge en esta multiplicidad de relatos es
el llamado ironista liberal, término
popularizado por Rorty. Se trata de un sujeto lúdico (en el un sentido medio
nietzscheano del término), que se caracteriza por mostrar la contingencia de
sus creencias y no tener ninguna fe en las construcciones que ha levantado la
modernidad (paradójicamente, la fe moderna en la propia subjetividad sí es un
rasgo característico de este: contra esta subjetividad se levanta el
estructuralismo psicoanalista, también considerado curiosamente “posmoderno”,
al hablar de antihumanismo teórico). Este sujeto de Rorty, con el tono anímico
humorístico del ironista, evoluciona hasta el cinismo del que no se toma en
serio ni a sí mismo. Entra aquí la tesis de Lipovetsky de la extensión
generalizada del código humorístico: todo se convierte en objeto de risa, se
pueden hacer chistes de cualquier cosa (aunque por ejemplo relativicen
opresiones). Se expande una actitud lúdica, hedónica y desenfadada ante la
vida, aderezada por un consumo acrítico (y muchas veces por la actitud
antimarxista de creer estar por encima de la alienación: “mira a todos esos
alienados que ven Sálvame/El chiringuito de jugones, no como yo que sólo veo
tele de calidad como Salvados/La sexta noche, o directamente no veo la tele
nunca”). La fragmentación del sujeto busca sustituir a su alienación. El
consumo convierte la marca en un signo (Baudrillard da en el clavo aquí con La sociedad del consumo), que distingue
y llena la ausencia de reconocimiento. Lipovetsky hablará de un desierto en el
que el vacío ha triunfado (ya no hay valores y a nadie le importa). Ya nadie
crea valores al estilo Nietzsche, y el cambio social se ve como algo naif y
desfasado. Lipovetsky se pregunta qué tipo de yo es acorde a las necesidades
productivas del mercado, y llega a la conclusión de que se trata de un yo sin
substancia firme, difuso, sin estructura ni consistencia propia. Un yo que sea
pura fluctuación, “neonarcisista”, sin consistencia antropológica, un espacio
flotante y disposicionalidad pura. Es muy importante aquí la demarcación
individual por gustos y aficiones (la distinción para Bourdieu) en todos los
ámbitos, unida a condiciones de precariedad absolutas, hasta tal punto de propugnar
la flexibilidad laboral como una marca de identidad. Estamos ante un ser anhelante (que se identifica
placenteramente con el mercado): Baudrillard diría en El sistema de los objetos que la función de la publicidad no es
engañar a los consumidores para que compren sino hacer que alguien sienta que
se preocupan por él (el claro paternalismo del Otro con mayúscula). Estamos
ante una segmentación de identidades, un patrón cortado de conductas expresado
con etiquetas: cultureta, progre, pijo, rojo... Althusser afirmaría en Aparatos Ideológicos del Estado que la
construcción del sujeto sólo es posible con la constante interpelación del
Otro. Sennett, al distinguir entre un capitalismo clásico y el actual, afirmaba
que el capitalismo clásico necesita un sujeto estable, coherente, que trabaje,
sobreviva y se mantenga en una rutina de vida. Este sujeto es imposible de
encajar en el capitalismo tardío o actual. Estamos ante dos distintas
generaciones: la de la estabilidad y la de la precariedad. Hemos pasado de las condiciones
comunitarias a un individualismo consumista y flexible, articulando este
individualismo de tal forma que sea imposible la organización colectiva de las
oprimidas.
Pero tras esta
digresión sobre el sujeto volvamos al que, para mí, es el texto clave en este
tema: La lógica cultural del capitalismo
tardío de Jameson. Como hemos dicho, Jameson entiende la construcción
teórica, artística y cultural de los pensadores posmodernos como la lógica que
sustenta estructuralmente el tardocapitalismo. El posmodernismo no es un
movimiento cultural sino de una construcción que el capitalismo necesita para
legitimarse: tomar partido por este es siempre tomar partido por el capitalismo
actual. Todo rasgo cultural está armonizado con la constitución de una “cultura
oficial” y se vende la idea de que nunca puede escapar a esta (es decir, no hay
un “afuera” a este sistema cultural).
Hemos venido al
texto de Jameson para analizar la transformación fundamental que opera en el
posmodernismo, la que para mí es clave: la transformación del espacio. Tenemos
un nuevo hiperespacio aprendido de Las
Vegas como afirma Jameson, en la que el hotel sustituye a la ciudad (el
análisis del edificio al que dedica varias páginas es la clave de esto, la
construcción de espacios expresamente para que los sujetos se pierdan en
ellos). El espacio posmodernista se define por la incapacidad mental para
cartografiar la red global (siempre descentrada) en la que el sujeto está
atrapado: debe ser imposible en todo momento para este construir unas
coordenadas cartesianas donde ubicar los objetos. La ciudad posmodernista es,
para Jameson, la ciudad en la que las personas son incapaces de cartografiar su
posición (ya no puedes decir: “estoy perdido en la ciudad pero veo casas
pequeñas, es el casco antiguo”, sino que lo único que puedes ver son
autopistas, ejemplo claro de la homogeneidad). Este cambio en la espacialidad
tiene como resultado sus propios productos culturales: por ejemplo, los relatos
y novelas posmodernas (Jameson, con toda su gracia, pone de ejemplo a Beckett)
se organizan sistémica y formalmente para impedir su interpretación social e
histórica.
Pero este cambio
en el espacio también tiene consecuencias en el plano epistemológico
(recordemos que el espacio en Kant es una de las intuiciones trascendentales):
la consecuencia más patente es lo que Lacan llama (vinculado a la
esquizofrenia) ruptura en la cadena de
significante. Se trata justo de eso, de la imposibilidad de articular una
cadena coherente de significantes a la hora de formalizar el mundo. El ejemplo
claro son los Teletubbies gritando ¡Jugar! ¡Pelota! ¡Jugar pelota!: palabras
inconexas carentes de estructuración.
Otro rasgo clave
es la sustitución de la profundidad por la superficie. No se trata de una
figura artística como el escorzo (la técnica de pintura de representar
perspectiva en un plano), sino de algo mucho más denso: se impone la facticidad
de los hechos superficiales sobre las causas, impidiendo como hemos dicho la
interpretación, la superación de lo inmediato. El ejemplo que pone Jameson es
el de un edificio de Los Ángeles que es totalmente plano y desde un punto de
vista parece que no existe el edificio, que es sólo la enorme fachada.
Otro texto clave
me parece que es Todo lo sólido se
desvanece en el aire de Marshall Berman. El título es una cita del Manifiesto Comunista, que Marx saca
(estoy casi seguro) de un pasaje de La
tempestad de Shakespeare. Con ello, Marx quiere decir que todo lo que antes
era absoluto, que se tenía como invariable, eterno, como sólido, acabará
disolviéndose, tiene un carácter histórico (recuerda también al “todo lo que
existe merece perecer” hegeliano). Estas metáforas de fluidos son constantes en
la modernidad primero y en los análisis sobre el posmodernismo después
(recordemos las cosas líquidas de Bauman).
El último texto
que recomendaría es La sociedad del
espectáculo, de Debord. Un texto bastante difícil de leer por su carácter
condensado y estructurado en unidades separadas. El inicio no puede ser más
claro: comienza con una cita de Feuerbach en la que se afirma que nuestra época
“prefiere la imagen a la cosa, la copia al original”. Aquí, para no irme del
tema, me centraría en algo muy específico: si antes hemos analizado la
transformación que el posmodernismo hace en el espacio, ahora podemos analizar
la transformación que opera del tiempo. Debord afirma que la imagen como
representación se ha convertido en la forma final de reificación de la
mercancía. El espectáculo, concepto que vertebra el texto, es definido como una
visión del mundo que ha sido objetivada, separada del propio mundo, en la que
la mercancía ha ocupado la totalidad de la vida social. Esto convierte el
tiempo en una acumulación infinita de instantes homogéneos, intercambiables y
equivalentes (es decir, no existe el tiempo de trabajo distinto del tiempo de
descanso o tiempo de ocio, sino una amalgama indistinguible de todos): el
espectáculo produce una falsa conciencia del tiempo (también aquí
antihegeliana) como paralizado, como negación de la sucesión (Jameson afirmaba
que el espacio se ha comido al tiempo, que la coexistencia impide la sucesión).
Cobra importancia aquí el “fin de la historia” de Fukuyama como un espectáculo
inmóvil de la detención de la historia (la forma ideológica más pura, la
ideología por excelencia para Althusser).
Las transformaciones
del espacio y del tiempo son aquí absolutamente necesarias para la reproducción
y legitimación de las relaciones de producción del capitalismo tardío. Toda teoría
que apuntale lógicamente estas relaciones de producción (¡esas teorías y
ninguna más!) puede ser englobada dentro del posmodernismo y debería ser combatida
hasta sus cimientos teóricos y fundamentos epistemológicos.
Tras este
inmenso caos, si has conseguido llegar hasta el final sin duda ha sido más
gracias a ti que a mí. Siguiendo una sugerencia, reúno aquí los textos que he utilizado para la exposición y que son una introducción muy buena al posmodernismo:
- "La lógica cultural del capitalismo tardío": F. Jameson.
- "La posmodernidad": J. Polo.
- "La agresividad en la sociedad industrial avanzada": H. Marcuse.
- "Experiencia y pobreza": W. Benjamin.
- "La sociedad del consumo": J. Baudrillard.
- "La era del vacío": G. Lipovetsky.
- "La distinción": P. Bourdieu.
- "Todo lo sólido se desvanece en el aire": M. Berman.
- "La lógica del fantasma": A. Carrasco Conde.
- "La sociedad del espectáculo": G. Debord.
- "La lógica cultural del capitalismo tardío": F. Jameson.
- "La posmodernidad": J. Polo.
- "La agresividad en la sociedad industrial avanzada": H. Marcuse.
- "Experiencia y pobreza": W. Benjamin.
- "La sociedad del consumo": J. Baudrillard.
- "La era del vacío": G. Lipovetsky.
- "La distinción": P. Bourdieu.
- "Todo lo sólido se desvanece en el aire": M. Berman.
- "La lógica del fantasma": A. Carrasco Conde.
- "La sociedad del espectáculo": G. Debord.
Foto del Wells Fargo Court, edificio de L.A. mencionado en el texto de Jameson
Enhorabuena por el texto, ha sido de gran ayuda.
ResponderEliminarLo primero de todo, como tú afirmas, hay un cierto caos en la exposición del texto pero entiendo que no es sencillo dar coherencia y una estructura clara a todas las ideas que intentas exponer. Probablemente el objeto es demasiado amplio y complicado. Aun así resulta muy útil "a modo de introducción".
Los dos primeros párrafos son sin duda muy esclarecedores y aportas gran cantidad de autores y textos (quizás podrías añadir una lista de referencias al final del texto con todas ellas reunidas).
Por otra parte, en el segundo párrafo, cuando escribes "estudiarse desde un retroceso", ¿quieres decir "en retrospectiva"?
Un saludo y enhorabuena por el texto.
Muchas gracias por tu comentario. La no estructuración del texto se debe a que al principio era una explicación que me pidió un compañero que salió muy extensa y acabé cortando y pegando en el blog por si a alguien más le interesaba (no le di formato de artículo ni sistematicidad, pero tengo pensado hacerlo; sobretodo la parte de la arquitectura y el espacio en Jameson que es lo más caótico). En cuanto a las referencias si resulta más claro y cómodo reunirlas al final me pongo a ello ahora mismo.
ResponderEliminarY sí, me refería en retrospectiva en el sentido de que el movimiento de nombrar una corriente de pensamiento siempre va desde el presente hacia el pasado, una vez que se tiene esa distancia que permite articular corrientes y pensadorxs, en definitiva, esa retrospectiva como dices.
De nuevo, gracias por el comentario. Salud!
Entonces, ¿hay que combatir el postmodernismo o no?
ResponderEliminarPor supuesto, hay que combatirlo como manifestación ideológica del sistema capitalista. Y no estoy hablando de críticas abstractas hacia "lo posmo" sino de atacar su raíz, destruir el capitalismo y su lógica cultural
Eliminar¿Por qué la filosofía posmoderna es tan idealista?
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