Este texto es un resumen de la conferencia que dio ayer (19 de octubre)
Domenico Losurdo en Madrid para presentar la edición en castellano de su libro Antonio Gramsci. Del liberalismo al
comunismo crítico. La intervención de Losurdo fue íntegramente en italiano
y no fue traducida, por lo que existen partes más oscuras que he tenido que
reconstruir (probablemente inventarme) para darle coherencia al texto. Aún así,
se agradece que hablara bastante despacio e intentando vocalizar siempre. Sin
más, empezamos la exposición.
La obra de Losurdo se puede entender como el trabajo de insertar a
Gramsci en su contexto histórico: Antonio Gramsci muere en una prisión fascista
en 1937, después de haber vivido la crisis y la posterior Gran Guerra con odio
contra el sistema capitalista que la ha generado, después de haber saludado la
revolución socialista en Rusia con esperanza (y el auge de los movimientos
obreros y comunistas en Europa, lo que Losurdo denomina la primavera mundial), después del triunfo del fascismo como respuesta
reaccionaria de la burguesía contra estos movimientos obreros, después también de
que Europa se convirtiera en el epicentro de un occidentalismo que legitimaba
la opresión en las colonias (Losurdo pone como ejemplo el reclutamiento
arbitrario de habitantes de las colonias para luchar en la IGM: el mismo Gandhi
trabajó como reclutador para el imperio inglés). La clase obrera europea se
cierra sobre su propio país y desarrolla un chauvinismo monádico. Frente a esta
opresión occidental colonialista (bajo la categoría de “supremacía blanca”, muy
en boga por ejemplo en los Estados Unidos: Losurdo recordará las cartas de Marx
a Lincoln) Gramsci habla de nuestro
internacionalismo: el planteamiento revolucionario no puede ser occidental,
la revolución no es revolución si no libera a los países saqueados por el
imperialismo, a las colonias: la revolución sólo es revolución si contiene la
totalidad.
A partir de aquí, Losurdo entra con el tema del internacionalismo, quizás
la cuestión más polémica: este afirma que, en Gramsci, es impensable despreciar
la cuestión nacional, articulada esta en torno a la construcción de un
Estado-nación. El nacionalismo no es una simple ideología, sino una pieza clave
en la construcción de un nuevo orden social. De esta forma se expresa Gramsci
cuando es condenado por el gobierno fascista italiano, un gobierno que se
ampara en la recursividad de la patria: “vosotros, fascistas, condenáis a la
nación italiana al desastre”. Losurdo afirmará que aquí Gramsci sigue a Lenin y
afirma que la historia del siglo XX es sin duda la historia de las grandes
revoluciones nacionales contra los colonizadores capitalistas (y pone como
ejemplo la “gran guerra patriótica”, término con el que se conocía la IIGM en
la Unión Soviética). Para Losurdo Lenin es el más grande estatista de Europa,
el salvador del Estado y de la nación rusa: contra el proceso de fragmentación
y balcanización de Rusia, Lenin logra salvar la unidad nacional en torno a la
oposición a la guerra.
Después, Losurdo hablará del tema de la revolución, que no debe ser
entendida como un resultado mecánico de una crisis (sea esta económica o
política) sino como un proceso positivo y consciente de creación de nuevo
poder, del orden nuevo. En esta
construcción, Gramsci distinguirá entre “rebelde” y “revolucionario” y aquí
radica todo su odio al anarquismo. Es un texto bastante duro y creo que cae en
una caracterización demasiado simplista: para Gramsci, el anarquismo es
únicamente la continuación y radicalización del liberalismo. Se trata de una
“subversión reaccionaria”, como una forma de apoliticismo (Losurdo pone como
ejemplo a Berlusconi hablando contra el Estado e invitando a la desobediencia).
Es incapaz de construir un orden nuevo, ya que entiende la revolución como una
revuelta de la sociedad civil contra el Estado. Pero este corte entre sociedad
civil y Estado es insostenible: la propia sociedad civil, aunque se enfrente
contra el Estado, se constituye ella misma como Estado; tiene forma y por tanto
es de hecho un Estado. Este no es sino el instrumento que permite la progresiva
expropiación de la población, que permite la esclavización en las colonias y
que, en el fondo, permite la acumulación capitalista de la propia sociedad
civil occidental: el punto de vista de la sociedad civil es siempre el punto de
vista del liberalismo, y esta indisociabilidad entre Estado y sociedad civil es
lo que Losurdo denomina la fenomenología
del poder.
Frente al liberalismo, Losurdo pone “la verdadera concepción del
marxismo” en Gramsci, entendiendo la revolución comunista no como una
transformación históricamente inevitable sino como humanamente necesaria: la
revolución de octubre fue, según Gramsci, una revolución “contra El capital”, es decir, una revolución
contra la necesidad de entender el capitalismo como fase necesaria previa al
socialismo. Además, como hemos afirmado, Gramsci también combate el mecanicismo
en los ciclos de crisis del sistema capitalista: pensar que una revolución
depende de una gran crisis significa no saber nada de las revoluciones (la
crisis del 29 es ejemplo de esto). La clase dominante siempre va a ser
reaccionaria por su pretensión de conservar el poder, y por ello hablar de
forma optimista de inevitabilidad histórica puede llevarnos – y de hecho nos ha
llevado – a grandes derrotas y decepciones históricas: el ejemplo más claro,
afirma Losurdo, es el del fascismo como una fuerza política y social reactiva,
que fue el carnicero de esta primavera mundial de la que antes hablábamos.
La clase dominante siempre intentará hacer pasar sus intereses de clase
como intereses generales para lograr reproducir su dominio, y para ello se
sirve, según Gramsci, de la ideología. El proletariado, al ser cooptado por el
bloque de la clase dominante, se queda decapitado ideológicamente, es incapaz
de producir los esquemas epistémicos que articulen un movimiento obrero
revolucionario. Volvemos de nuevo a la experiencia de la IGM: estamos ante un
proletariado que es directamente colonialista y reaccionario, y ante un partido
socialista que abandona el propio proyecto socialista para retornar junto a sus
respectivos gobiernos burgueses a apoyarlos en la guerra imperialista (siempre
hay pequeñas excepciones, por ejemplo, la Liga Espartaquista de Luxemburg y
Liebknecht llamando a la huelga y al internacionalismo). El problema es cómo
evitar este apoyo que la inmensa parte del proletariado europeo le presta a su
burguesía nacional, y para ello, Losurdo se remonta a la época de Marx.
Estamos en el contexto histórico de la represión de la revolución obrera
en París (1848-1871). Marx habla aquí de “decadencia ideológica de la
burguesía”: la burguesía, por mucho que lo intente, es incapaz de imponerse
ideológicamente a un movimiento obrero que avanza sin descanso y construye
nuevo poder. Aquí es cuando la burguesía comienza a articular una estrategia
basada, según Losurdo, en dos aspectos fundamentales: el expansionismo colonial
que logra desactivar el conflicto social en Europa (uniendo a proletariado y
burguesía en torno a un proyecto colonialista común) y una astuta utilización
del sufragismo como “revolución pasiva”, es decir, conceder el derecho a voto
no por miedo a perder el poder sino como vía para conservarlo mediante otras
formas.
Losurdo hablará después de la tesis de la extinción del Estado en la sociedad
postcapitalista, dando únicamente un par de pinceladas: no se trata de
transformar “el poder en amor” (como mantiene Bloch en El espíritu de la utopía, donde esta utopía se acaba disolviendo en
la forma del mercado) sino de oponerse a esta fenomenología liberal del poder
de la que hemos hablado antes, afirmando que el Estado no puede disolverse en
la sociedad civil (cambiará su forma o se desinstitucionalizará, pero seguirá
siendo un Estado). Se trata de construir una nueva sociedad que constituya la
emancipación más radical y efectiva de toda la humanidad (no sólo del mundo
occidental).
En el turno de preguntas, hay algunas muy precisas y pertinentes (otras
que, como en todas las conferencias, sólo sirven para que el preguntador
disfrute durante minutos de su propia voz) por lo que rescato unas cuantas. A
una pregunta sobre la opinión de Gramsci sobre la violencia (para que hable un
poco de su libro Cultura de la no
violencia y lo relacione con Gramsci), Losurdo primero aclara que no se
trata de saber lo que piensa Gramsci sobre todo (“nuestro trabajo no es hacer
una ouija”). Después, comienza su explicación afirmando que la revolución de
octubre sin duda se levanta contra la violencia de la IGM. La pregunta
“violencia sí” o “violencia no” es errónea en su planteamiento. Losurdo pone un
ejemplo clarísimo, el de la reacción a la IGM en la propia Italia: el partido
reformista italiano apoya incondicionalmente la IGM y cierra filas en torno a
su gobierno. Gramsci, en cambio, se opone a la guerra. ¿Quién es el violento?
¿Turatti o Gramsci? Otro ejemplo: el “gobierno burgués de la ley” preocupándose
de los crecientes linchamientos en las colonias. ¿Quién es más violento? ¿Los
que sostienen un sistema de opresión o las que cometen excesos al tratar de
sacudírselo? La cuestión no es “violencia sí” o “violencia no”, sino que esta
sigue siendo, como escribió Luxemburg: “reforma” o “revolución”. Ambas son
violentas, ambas pueden ser más violenta que la otra: no existe la vía pacífica
y la vía violenta. Hablar de violencia en este sentido no explica absolutamente
nada.
Por ello, Losurdo continúa con su ejemplo de contraponer al Turatti
reformista y al Gramsci revolucionario, esta vez atendiendo a dos aspectos
fundamentales: la cuestión meridional y la revolución de octubre.
Por un lado, Turati mostrará un rancio racismo al calificar el pueblo del
sur de Italia de “decrépito e incapaz de renovarse”. Sobre la revolución de
octubre es incluso más gráfico: los bolcheviques eran, para Turati, una “horda
barbárica que ha entrado arrasando por las puertas del parlamento”.
Gramsci, en
cambio, demuestra una clara simpatía con la revolución leninista. Defiende el
nuevo poder soviético y su gran consenso social entre las masas, y considera la
Asamblea constituyente como un “canto de cisne”, un régimen opresivo levantado
contra un nuevo orden que aún tarda en afirmarse, cuyo objetivo es la
paralización del movimiento obrero. Sobre la cuestión meridional basta conocer
la procedencia de Gramsci para saber a quién apoyó.
En una pregunta sobre la anterioridad de la sociedad civil sobre el
Estado y la construcción del nuevo poder, Losurdo hace una analogía entre este
nuevo poder con la producción de un nuevo edificio (mediante la confrontación
de Erasmo con Lutero, Losurdo afirma la necesidad de una especie de
Renacimiento y de la Reforma protestante en la construcción de un régimen nuevo
de sentido).
La última pregunta que merece la pena rescatar es qué opinión tiene
Losurdo sobre Podemos y Syriza. Losurdo, con una media sonrisa, empieza
afirmando que él habla sólo desde el reconocimiento de su terreno nacional, y
que España e Italia no están “tan lejos”. Para contestar, Losurdo vuelve a
remitir a Gramsci, en especial, cuando este se refiere a la lectura que
Benedetto Croce hace de Marx. Croce dice algo así como “Marx ha descubierto que
la economía es fundamental. Pero cuando habla de comunismo, es sólo un
profeta”. De esta forma, Croce niega a Marx la parte positiva de su
pensamiento, convirtiéndolo en poco más que en un autor subalterno. Intenta
neutralizar a Marx, separarlo del comunismo, para ahogar su potencial
revolucionario. Convierte al Marx revolucionario en el “Marx economista”. Losurdo
hace, para responder a la pregunta, un apunte crucial trasladando este problema
a Gramsci: Gramsci, cuando escribe, no interpela en sus textos a Marx, sino a
Lenin. Es profundamente marxista, sí. Pero también es profundamente leninista.
La analogía que Losurdo hace aquí es bestial: este afirma que el Cristianismo
debería ser llamado cristianismo-paulismo. Quien construye la doctrina del
Cristianismo es Pablo, no Jesucristo. Sin ánimo de comparar a Marx con
Jesucristo, quien construye la teoría marxista para su desarrollo en el mundo
(con la famosa idea althusseriana de coyuntura)
es Lenin, no Marx (Marx analiza el modo de producción capitalista pero no
establece algo así como una “teoría de la revolución”, Lenin empieza de cero en
este terreno). Y al fin, Losurdo contesta sobre Podemos y Syriza: desactivar a
Gramsci, utilizarle contra el movimiento comunista, es cagarse en todo lo que
representa Gramsci.
Madrid, 19 de octubre de 2015.
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