"En estos momentos [el FLN] están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre".
-Albert Camus,
ante la petición de un estudiante de tomar partido en la guerra argelina.
Es obvio que, en la disyuntiva que genera Camus, todos
elegiríamos a nuestra madre. Habría que ser un monstruo para no hacerlo. Todos
elegiríamos algo tan personal como una madre ante una objetividad abstracta,
pero es que el problema no es ese: con la elección de la madre, Camus está
eligiendo no la individualidad de la persona de su madre, sino un modelo
colectivo y concreto: Camus está eligiendo al pueblo francés y al pueblo
argelino (que “no tienen nada que ver con la guerra”), saltando por encima del
conflicto. La guerra es vista por Camus como un conflicto entre “Estado francés”
y “FLN”, y ambos pueblos están en medio. Camus olvida que si esto fuera así, el
FLN no podría haber sido rival contra el poderoso ejército francés. Siguiendo
su modelo, para hacer un símil más actual, podemos afirmar: “ni Israel ni Hamás,
sino el pueblo israelí y el pueblo palestino”, o “ni la OTAN ni Gadafi, sino el
pueblo libio”. Pero esta elección que hace Camus no sólo no se sostiene, sino
que ni siquiera sirve para salir al paso. Porque olvida que, si el FLN se
mantuvo a flote, no fue por su poder militar sino por todo el pueblo argelino
que lo sostenía.
Porque una guerra es un tranvía en marcha, y las guerras no
pueden detenerse, a no ser que alguien tire del freno de emergencia. Como afirma
Howard Zinn, no se puede ser neutral en un tranvía en marcha: elige bando o no
lo elijas, la historia te pasará factura. Camus, al elegir a su madre, parece
que está reclamando la razón contra el totalitarismo de la historia, cuando en
realidad está evitando mancharse las manos. Sartre se jugó literalmente la vida
defendiendo la causa argelina, mientras que Camus, prototipo de intelectual
completamente independiente, está más cerca de lo que Carlos Fernández Liria
describe como preferir “equivocarse sin matar a nadie que tener la razón en
medio del silencio y los cadáveres”.
Elegir a tu madre en una guerra con dos bandos definidos, en
la que un bando imperialista arroja bombas desde aviones y un bando se dedica
desesperadamente a volar tranvías, es barbarie. Quien no vea la desesperación en
la decisión de preferir reventar en un supermercado, destruir tu propia casa,
tus hospitales, de convertir Argelia en un desierto antes que entregarla a
Francia, no merece hablar de moral. Camus sería el periodista francés de la
peli de Pontecorvo que le pregunta a un miembro del FLN si no le daba vergüenza
utilizar las cestas de sus mujeres para transportar las bombas. El argelino le
contestaba que estaba bien, ellos entregarían sus cestas si Francia les
entregaba sus bombarderos en un intercambio.
Camus es el paradigma de la moralidad abstracta en un mundo
podrido, es el paradigma de taparse los oídos, cerrar los ojos y pensar: “yo no
he matado a nadie”. Pero tampoco es tan simple como eso. Cuando los
paracaidistas de De Gaulle caen en Argelia no tienen enfrente a un grupo
terrorista. Tienen enfrente a un pueblo, que sustenta y sirve como retaguardia
al FLN. Los militares disparando contra personas desarmadas en la casbah puede
ser una injusticia que todos, incluso Camus, condenarían. Si el pueblo argelino
es exterminado, todos podemos indignarnos. Pero cuando el pueblo argelino se
niega a ser exterminado y decide luchar, de repente todos se vuelven morales y Camus
elige a mamá (con razón, Foucault, al volver a París y ver allí el mayo afirmará
que la única revolución en el 68 ocurrió en Argelia, que en París sólo se dio un
movimiento burgués). Es fácil apoyar a un pueblo masacrado, es menos fácil
apoyar a un pueblo que se resiste a ser masacrado.
Nadie ha dicho que la justicia sea asesinar madres. Nadie ha
hablado de medios y fines: las bombas de los tranvías no eran un medio para que
Argelia se liberara del imperialismo francés. Sólo con atentados terroristas no
se ganan guerras. Ni siquiera el FLN hizo cálculos, balances para saber si su
liberación merecía la pena, de si tantos muertos estaban justificados históricamente
(o de si en realidad existía la justificación histórica de los asesinatos). Para
hacer cálculos se necesita tiempo, y frialdad. La desesperación del FLN, más
que calcular, se asemeja más a la violencia divina de la que habla Benjamin. De
aquellos cuyas manos han temblado, que han balbuceado con risa nerviosa, con un pitido incesante en sus oídos y mirando
deprisa hacia varias las direcciones para ver sólo ruinas, miembros amputados y
sangre. A Camus no se le pidió que eligiera entre su madre y una masa
indiferenciada de enemigos, sino que eligiera entre colonialistas y
colonizados. No es una elección histórica ni moral. Es una elección política. Y
la respuesta que dio Camus no dejó lugar a dudas. Él quería evitar los cargos
de conciencia que ocasionaba elegir bando y tener las manos sucias. Los “muertos
del comunismo” no caerán sobre la conciencia de Camus, que esté tranquilo. Pero
los cuerpos de los estudiantes que flotaron en el Sena, los ojos de terror del
niño argelino al escuchar silbidos, la marea de personas desarmadas que fue
literalmente fusilada porque se negó a retroceder al toque de queda francés,
sí.
"Sartre, Camus y nosotros" - Carlos Fernández Liria: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=32873