2015. Madrid, Teruel. 05:25 AM. El despertador suena
demasiado pronto, pero Ella se levanta con decisión. Abre la ventana y escucha
el piar de algunos pájaros. Acaricia despacio las pequeñas y redondas manchas
de barro que una lluvia veraniega salpicó la tarde anterior en el cristal. Quizás la tierra
esté húmeda. Empaña el cristal del baño durante una ducha rápida, se viste, se
hace una trenza distraída mientras el café comienza a hervir. Prepara una
mochila, y mete con cuidado el tapper que había llenado antes de acostarse.
Tres horas de trayecto son muchas horas, pero todo está previsto: se pone los
auriculares y pone su lista de reproducción preferida. Leer en autobuses le
marea desde pequeña. 09:08 AM. Un inmenso y despejado cielo azul les recibe. Llanuras bélicas, páramos de asceta. El
sol pega fuerte, ella limpia sus gafas antes de ponérselas, al final la tierra
estará seca. Saca el chaleco con las iniciales ARMH y el pincel de la mochila,
y camina junto a sus compañeras hasta la tierra removida vallada con unas
cintas de plástico, rojas y blancas. Una bandera tricolor, raída por el sol,
está desplegada en el suelo. Una vez allí, Ella va hacia su esquina, apartada
del resto, y clava sus rodillas en el suelo. En silencio y muy despacio,
comienza a limpiar la tierra acumulada de los huesos enterrados de Él, como si
estuviera coloreando un lienzo. El sonido rasgado del pincel acariciando el hueso y las
lejanas charlas alegres entre compañeras le acompañan durante hora y media.
Después, abre su mochila, y saca una versión antigua y casi destrozada de su
obra de teatro preferida. En alto, para aquellos huesos, empieza a leer la
página diaria. Se ha convertido ya en costumbre:
-
NOVIA: Y
no ver más que tus ojos. Y que me abrazaras tan fuerte, que aunque me llamara
mi madre, que está muerta, no me pudiera despegar de ti.
-
NOVIO: Yo
tengo fuerza en los brazos. Te voy a abrazar cuarenta años seguidos.
Ella no puede continuar leyendo. En silencio mira aquellos
huesos, y se tumba junto a ellos. Se quita el guante derecho, y comienza a
acariciar la frente de Él, destrozada de un balazo. El instante se convierte en
eternidad. La necrofilia dispara contra los relojes de los campanarios. Mil arcoíris colorearán el cielo. La
melancolía de quien se siente en su hogar al lado de cadáveres, de quien
naufragó en el río Aqueronte. Ella se incorpora, y coge de nuevo su pincel.
Bajo un cielo inmenso, besando zapatos
vacíos, literalmente sentada sobre
los muertos, Ella se acerca a Él, y le susurra unas últimas palabras antes
de seguir el trabajo de ex(hum)ación: «gracias por todo. Os debemos una
victoria».