«El ser humano es el entrelazamiento de todas las
relaciones sociales».
Karl Marx.
I.
Los
fundamentos filosóficos del pensamiento de Vygotski: Spinoza y Hegel.
Lev Semiónovich
Vygotski nació en el Imperio Ruso en 1896, y falleció en la Unión Soviética en
1934, a la temprana edad de 37 años. En su breve vida le dio tiempo a
constituirse como uno de los psicólogos rusos más importantes, y a realizar
importantísimos aportes teóricos en pedagogía, paidología y neuropsicología,
convirtiéndose en el fundador y primer exponente de la psicología del
desarrollo y de la psicología histórico-cultural. Su trabajo fue prolífico, tanto
en la práctica como en la teoría: llevó a cabo multitud de experimentos y
mantuvo un diálogo crítico con la buena parte de los psicólogos, filósofos de
la mente y pedagogos de su entorno. La sistematización más completa de su obra
la podemos encontrar en Pensamiento y
lenguaje (publicado en 1934, con carácter póstumo).
Creemos que ningún
pensamiento se construye en el vacío, desconectado del contexto y de una
tradición. Las influencias son partes imprescindibles de las teorías, y la
teoría acerca del pensamiento y el lenguaje formulada por Vygotski no iba a ser
distinta de las demás. Las dos referencias más claras en su esquema son Spinoza
y Hegel, y por ello es importante dar unas pequeñas pinceladas sobre estos
autores antes de poder desarrollar sus formulaciones teóricas. Sin un estudio
previo de estas filosofías, es totalmente imposible entender los puntos de
novedad que introduce Vygotski. Para esta reconstrucción de la tradición
filosófica en la que se enmarca el pensamiento vygotskiano se desarrollarán dos
temas clave: la unidad de pensar y ser, y el desarrollo histórico y social de
la conciencia.
La tradición occidental
de filosofía siempre ha partido, desde Parménides, de la distinción entre
pensar y ser, entre conocimiento y mundo. La posición más extrema de este
posicionamiento es el mentalismo semántico, cuyo exponente más importante es el
filósofo empirista John Locke, en el cual las ideas se convierten en copias
mentales de la realidad, pero en prácticamente cualquier filosofía occidental
existe una separación entre pensar y ser. El primero que plantea esta
separación de forma totalmente explícita es Descartes. En palabras de Jan
Derry: «la tendencia a abstraer el concepto de pensar del mundo en el que este tiene lugar y las formas en las
cuales se expresa tienen su origen en el dualismo de Descartes» (Derry, 2013,
p.78). Este establecía un corte radical entre mundo y pensamiento (res extensa y res cogitans[i]),
mundo y alma, un dualismo ontológico en el que pensar y ser aparecen separados
pero en relación. Este dualismo adquirirá una nueva forma más perfeccionada en
Kant, con su distinción entre sujeto y objeto del conocimiento puro.
Esta tradición, pese a
ser hegemónica, también tiene sus opositores. Contra el dualismo metafísico
cartesiano, Spinoza hablaba de una sustancia única con distintos modos, con
distintas determinaciones. La naturaleza se convierte en un todo, en un sistema
infinito que podemos entender mediante aproximaciones concretas, por lo que es
totalmente imposible separar el conocimiento de las partes del conocimiento del
todo: «cuanto más conocemos las cosas singulares, tanto más conocemos a Dios[ii]»
(Spinoza, 1987, p.444). Este modo de comprender la realidad, que en términos
precisos se denomina monismo ontológico u holismo (al entenderse esta sustancia
única como un todo), está en la base de las formulaciones de Vygotski,
oponiéndose como dijimos a la posición dualista, una posición que desembocará
inevitablemente en dos opciones, ambas igualmente reduccionistas, dependiendo
de en qué parte de la polaridad se ponga el énfasis: un naturalismo mecanicista
que liquida las funciones superiores, o un idealismo metafísico que desvincula
el conocimiento de su base real.
En este sentido,
entender al ser humano es entenderlo en su relación, es decir, dentro de un
sistema de determinaciones. Es inaceptable para Spinoza hablar de sujetos
pensantes al margen del mundo, y también lo es entender la libertad como
ausencia de determinaciones, como ausencia de causalidad. «Un agente libre no
es aquel cuyas acciones están indeterminadas, sino aquel cuyas acciones están
autodeterminadas» (Derry, 2013, p.88). Es decir, la libertad sólo es posible
como resultado de un proceso de conocimiento y reconocimiento de las causas:
sólo siendo conscientes de la necesidad los seres humanos pueden llegar a ser
libres. Esta idea spinoziana, que retomará Hegel, será clave en los
planteamientos de Vygotski.
En este sentido es
también necesario entender cada hecho histórico en su contexto, en sus
relaciones causales y en su mundo: sería absurdo, por ejemplo, trasponer
categorías políticas actuales y hablar de la “democracia ateniense” haciendo con
analogías a cualquier estado burgués occidental actual al uso. Las categorías
no son eternas, sino históricas. Nunca están fijadas de tal forma que sea
legítimo proyectar una categoría actual a épocas pasadas, sino que tienen un
desarrollo. En palabras de Vygotski: «los significados de las palabras son
formaciones dinámicas, no estáticas» (Vygoyski, 1995, p.284).
Esto conecta
directamente con la segunda de las ideas que influirían en el pensamiento
vygotskiano. Si antes se ha hablado de la unidad de pensar y ser, es necesario
ahora hablar de un desarrollo histórico y social de la conciencia humana. Aquí
Vygotski tomará el método hegeliano de aproximarse al conocimiento, y lo
trasladará al ámbito de la psicología. Hegel afirmará que el conocimiento
sensible es la verdad más pobre que existe (Hegel, 2014, p.17), y que únicamente
después de un desarrollo conceptual a través del momento abstracto es posible
lograr un conocimiento concreto, rico. En palabras de Marx, «lo concreto es
concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto,
unidad de lo diverso» (Marx, 1971, p.21). Por tanto el conocimiento concreto no
viene dado desde un principio, sino que existe como resultado. Es únicamente
después de este proceso cuando podemos hablar de conocimiento real, rico,
mientras que un conocimiento únicamente abstracto, sin esa referencia al
desarrollo, será siempre un conocimiento vacío:
Los fenómenos concretos y diversos
deben perder uno tras otro sus rasgos una vez que el concepto pueda ser
formado. Realmente, lo que surge es una abstracción seca y vacía en la que lo
diverso, la realidad llena de vida, se empobrece por el pensamiento lógico.
Esta es la fuente de las celebradas palabras de Goethe: “Gris es toda teoría y
eternamente verde es el árbol dorado de vida”. (Vygotksi, 1998, p.53)
Siguiendo esta idea,
todo contenido de la conciencia, todo concepto, debe tener su base real, su
base ontológica. Para que una teoría no sea gris debe constituirse siempre como
realidad concreta, pero esta constitución no debe entenderse a la manera
clásica lockeana como un concepto correspondiéndose sin más con un objeto. El
concepto debe apropiarse del objeto, introducirlo dentro de un sistema de
relaciones que permitan delimitarlo y concretizarlo, debe dar sentido a ese
objeto e introducirlo en un contexto de significación (Derry, 2013, p.129).
Mutilar un objeto mediante conceptos abstractos y unilaterales, tomarlo como
algo separado del contexto, de su desarrollo (como si este hubiera aparecido de
forma espontánea, sin una génesis histórica, como si siempre significara lo
mismo), lleva a un reduccionismo científico y a un conocimiento estanco.
Establecer cortes radicales entre disciplinas,
entre periodos históricos, entre filosofías, es perpetuar el método metafísico
de conocimiento, entender la realidad de forma mecánica, al modo de ir sumando
partes hasta acabar llegando a un todo abstracto. Si Vygotski tiene un enemigo
claro a la hora de explicar el conocimiento, es esta fragmentación metafísica.
Al presentar el conocimiento como algo eterno, fijado y separado, se tiende a
naturalizar las relaciones establecidas y olvidar su génesis y construcción.
Contra esto, el método hegeliano que adopta Vygotski afirma que la esencia de
cualquier fenómeno sólo puede comprenderse mediante un estudio de su origen e
historia (Leontiev, 1932).
Es común hablar de los conceptos como si fueran
entidades absolutas, eternas y atemporales, es decir, como si siempre hubieran
estado ahí, significando lo mismo. La tradición que parte de la Hermenéutica
Bíblica habla de interpretar estos conceptos y termina desvinculándolos de su
contexto, del mundo en el que estos surgieron. De esta forma, se naturalizan,
es decir, se justifican como una suerte de segunda naturaleza[iii]
que pierde su base histórica y se perpetúan. En cambio, la tradición dialéctica
ve los conceptos como realidades cambiantes: si históricamente se han
instaurado y han expresado una realidad concreta, históricamente también pueden
quedar caducos o cambiar su significado. Pero es importante aquí no caer en un
subjetivismo extremo, en el que los significados de los conceptos dependen de
una elección personal. Los conceptos no funcionan como en aquel célebre pasaje
de Alicia a través del espejo de
Carroll, en el que Humpty Dumpty intenta convencer a Alicia de que el concepto
«gloria», cuando es proferido por él, significa «un bello argumento
contundente» ya que él decide el significado de los conceptos que utiliza y
que, por ello, ha vencido en el debate. «Gloria» no significa «un bello
argumento contundente» por mucho que una persona individual quiera darle ese
significado. El desarrollo de los conceptos no es individual, ni tiene una
explicación subjetiva, sino social.
Si se habla del origen
de los conceptos, si estos se historizan en vez de naturalizarse y fijarse de
forma ahistórica, se tiene que hablar, según Vygotski, del origen social del
pensamiento y del habla. «La función primaria del lenguaje – afirma – tanto en
niños como en adultos, es la comunicación, el contacto social. El habla
primitiva del niño es, por tanto, esencialmente social» (Vygotski, 1995,
p.103). Aquí se encuentra el núcleo de la polémica de Vygotski con el psicólogo
Jean Piaget acerca del habla interna, que será desarrollada a continuación
debido a su interés a la hora de profundizar en el origen del habla y del
pensamiento.
II.
El
lenguaje egocéntrico: la polémica entre Piaget y Vygotski.
Entre la vastísima
producción teórica del psicólogo francés Jean Piaget (en la que se encuentran
desde comentarios críticos del estructuralismo a la reconstrucción de la
pedagogía), para este texto importa su concepción del habla interna, el
lenguaje egocéntrico[iv],
desarrollado en su obra El lenguaje y el
pensamiento en el niño (1931): los puntos de interés son cómo y cuándo
surge este lenguaje, qué relación tiene con el pensamiento, y problemáticas
similares. La novedad de Piaget supone una ruptura cualitativa con la
psicología conductista previa, articulada en los aspectos más puramente
cuantitativos, en la suma de estímulos condicionados. Pero, en esta lucha
contra la mera acumulación cuantitativa, según Vygotski, acaba cayendo en un
empirismo de atenerse únicamente a los hechos (Vygotski, 1995, p.81).
Para Piaget, el
lenguaje es producto del desarrollo de la inteligencia. Es decir, el niño sólo
comienza a hablar cuando su desarrollo cognitivo ha alcanzado un determinado
nivel: el nivel necesario para cerciorarse de que una palabra designa o
representa un objeto real. Por tanto, continúa Piaget, el lenguaje es
incidental para el desarrollo cognitivo, y refleja un nivel de inteligencia infantil
al que ha llegado el niño. Piaget distinguirá entre un pensamiento dirigido,
consciente y que persigue un objetivo real que tiene quien piensa, que es
comunicable y susceptible de ser verdadero o falso (un ejemplo de este sería la
formación intelectual) y un pensamiento autista que es subconsciente, satisface
deseos, no tiende a buscar verdades. Los primeros pensamientos inteligentes del
niño son siempre autistas, no verbales: sólo existen como imágenes y acciones
físicas. Es a partir de un determinado nivel de desarrollo intelectual (según
Piaget, en torno a los siete años) cuando el pensamiento deja de ser autista y
se convierte en dirigido, comunicable, externalizado (Piaget, 1959, p.36).
Por tanto, el
pensamiento dirigido es social, mientras que el pensamiento autista es
individual (Piaget, 1959, p.43). Esta distinción no es dicotómica, y Piaget
reconoce la existencia de un pensamiento a caballo entre el autismo
individualizado y el pensamiento socializado, que tiene como características
principales la adaptación a la realidad pero que no se comunica con esta. Este
pensamiento es el que Piaget denomina egocéntrico. Este pensamiento
egocéntrico, que no proporciona comunicación con los demás, carece de utilidad
para Piaget: es únicamente el acompañamiento de la actividad del niño y no
interfiere con esta, es el habla para sí mismo que acompaña cada actividad como
una melodía interna.
Este pensamiento
egocéntrico, según Vygotski y a diferencia de lo que podría parecer al no tener
utilidad real, es la piedra angular del edificio psicológico de Piaget: como la
necesidad lógica del pensamiento (es decir, la necesidad de una verificación
racional) surge tarde en la mente, se puede decir que el pensamiento es
originariamente egocéntrico, y que sólo después de un proceso de
externalización pueden los seres humanos llegar a las funciones psicológicas
superiores, relacionadas con la realidad exterior. Desde el punto de vista filo
y ontogenético, el pensamiento egocéntrico es, para Piaget, la forma más
primitiva del desarrollo mental, la forma original. (Vygotski, 1995, p.86). Es
decir, la metodología aquí utilizada es partir de lo concreto y llegar a lo
abstracto: se parte de sujetos aislados y se llega a una comunidad, se parte de
razonamientos individuales y se llega a la comunicación general, se parte de lo
interno en los individuos y se llega a lo externo.
Contra esta percepción
del pensamiento egocéntrico en Piaget, Vygotski llevará a cabo, en colaboración
con otros destacados psicólogos como Luria, Leontiev, Levina et. al., una serie
de experimentos que consistían en hacer que los niños encararan problemas
reales[v].
Mientras que en situaciones normales el coeficiente de habla egocéntrica se
mantenía en los niveles que Piaget menciona, cuando los niños se encontraban
con un problema los niveles de habla egocéntrica crecían de forma muy
significativa. El habla egocéntrica no es un acompañamiento paralelo de la
actividad del niño, es un mecanismo que tienen los niños para intentar
comprender y transformar la realidad que les rodea. La unidad existente entre
habla egocéntrica y actividad es patente, no se puede hablar de entidades
separadas. Esto queda patente en un ejemplo que se dio en uno de los
experimentos: un niño estaba dibujando un tranvía, cuando se le rompe accidentalmente
la punta del lápiz. El niño murmura para sí «está roto», y continúa su dibujo
utilizando acuarelas. Al final, acaba dibujando un tranvía roto. «La expresión
egocéntrica del niño, provocada accidentalmente, afectó de modo tan manifiesto
a su actividad que es imposible confundirla con un mero subproducto, un
acompañamiento que no interfiere con la melodía» (Vygotski, 1995, p.99). Más
que un mero subproducto, el habla egocéntrica participa activamente en la
actividad del niño, facilitando la transición de un habla externa a un habla
interna.
Para Piaget el
pensamiento se desarrolla de forma externa al lenguaje, y utiliza este último
para vehicularse. En cambio, para Vygotski, pensamiento y lenguaje están
interconectados primariamente, el pensamiento se convierte en lenguaje y el
lenguaje en pensamiento. Hay una determinación y recreación mutua entre ambos,
una continua conexión y transición entre ambas formas: el lenguaje contribuye
en el desarrollo del pensamiento, y el pensamiento contribuye al desarrollo de
un lenguaje. Separarlos y plantear un desarrollo externo, como hace Piaget, es
caer en un mecanicismo metafísico. Precisamente el lenguaje egocéntrico, para
Vygotski, es una muestra de la transición entre pensamiento y lenguaje, una
muestra de que las barreras entre ambas funciones mentales no son estancas y
separadas, sino que se encuentran siempre en contacto y evolución.
Para continuar la
exposición es necesario entender este proceso de transición. Vygotski ha
sostenido que el habla egocéntrica tiene una relación efectiva con la realidad,
con la actividad del niño. Es por ello que sólo puede ser esencialmente social.
Aquí se está utilizando un método no acumulativo de explicar el proceso de
habla y pensamiento. No se trata de partir de lo individual y llegar a lo
social, sino de partir de lo social y llegar a lo individual: la función
primitiva del lenguaje, tanto interno como externo, es la comunicación, el
contacto social. Al principio no existen barreras entre interno y externo, y el
habla es un proceso global y multifuncional: niños que piensan en voz alta, que
repiten en alto frases de adultos para comprenderlas. Es sólo después de un
proceso de maduración cuando las funciones del habla se diversifican, y podemos
hablar de un habla egocéntrica y un habla comunicativa[vi],
de un interior y un exterior delimitados. «El habla egocéntrica – sigue
Vygotski – surge cuando el niño transfiere formas de comportamiento social y
colaborativo a la esfera de las funciones psíquicas intrapersonales» (Vygotski,
1995, p.103).
Separar desde un
principio el principio de habla externo y el principio de habla interno, como
hace Piaget, es eliminar la posibilidad de una transición, vaciar de contenido
la idea de desarrollo, de proceso, de mediación. La dimensión social del
pensamiento es, en la obra de Piaget, un mero agregado: los factores biológicos
aparecen como las fuerzas primarias y originales, mientras que los factores
sociales son unas fuerzas ajenas, exteriores (Vygotski, 1995, p.112). La
socialización aparece así, en la teoría de Piaget, como una fuerza ajena a la
naturaleza racional del niño. Se enfatiza aquí la autonomía de la razón
individual y su poder constructivo a la hora de desarrollar las capacidades
propias para interaccionar con el medio, pero se desatiende, en palabras de
Derry, el carácter social de este medio (Derry, 2013, p.72). Es decir, la
mente, y sus funciones superiores, tienen una génesis social, no se trata de un
agregado sino de una constitución interna. De alguna forma, es como si el hecho
de que una función de pensamiento apareciera de forma individual fuera motivo
más que suficiente para negar su desarrollo y génesis social. En palabras del
mismo Vygotski:
La
naturaleza social de cada función mental, hasta ahora, ha escapado a la atención
de investigadores que no pensaban representar el desarrollo de la memoria
lógica o la actividad voluntaria como parte de la formación social en el niño
porque, en su principio biológico y en el final de su desarrollo mental, estas
funciones aparecían como funciones individuales; en cambio, sólo el análisis
genético revela la ruta que une los puntos inicial y final. (Vygotski, 1999,
p.41)
Por tanto, como
resumen, en el planteamiento de Vygotski toda habla es social en su génesis,
por su mera función comunicativa: la constitución de un lenguaje, verbal o no
verbal, siempre tiene como objetivo el contacto y la interacción con los otros,
ya que la cooperación es uno de los mecanismos aprendidos (no naturales, en
contra de lo que afirma Trivers, 1971) más básicos que han existido para
garantizar la supervivencia de la especie: por así decirlo, la cooperación
social está en la base del propio desarrollo de la conciencia humana, esta no
es una célula aislada que se va uniendo a otras células para constituir un
cuerpo, sino que la célula sólo puede entenderse en relación a las demás. El
origen de los primeros estadios del desarrollo sólo se hace inteligible a
través del análisis del resultado, del conjunto del proceso. En palabras de
Vygotski, «el crecimiento no es una simple función íntegramente determinada por
X unidades de herencia más Y unidades de entorno, sino que es un complejo
histórico que refleja en cada estadio el pasado que incorpora» (Vygotski, 1995,
p.192). Esta idea parte de una larga tradición hegeliana que sería expresada y
sintetizada por Marx en su célebre frase «la anatomía del hombre es clave para
comprender la anatomía del mono» (Marx, 1971, p.26).
Llevado al plano de la
conciencia y el lenguaje, sólo a partir de las formas superiores del desarrollo,
a partir del resultado relativo (puesto que el proceso evolutivo no está
estancado), pueden comprenderse las formas inferiores. Una de las implicaciones
más importantes de esta idea es que los procesos y funciones superiores de la
mente (entre los que destaca la conciencia) son irreductibles por completo a
sus formas inferiores: si queremos estudiar el surgimiento y evolución de la
conciencia, no podemos atender a formas de desarrollo anteriores. Lo que
debemos hacer, en cambio, es estudiar el propio proceso de constitución de esas
funciones, un proceso de constitución que es social y lingüístico (es decir, la
conciencia se constituye a través del lenguaje y de la relación con el
entorno).
Por tanto, si queremos
aproximarnos a un estudio de la conciencia humana y sus formas, es
imprescindible comprender la unidad social que subyace tanto al habla
comunicativa como al habla egocéntrica (esta última, en cuanto contenido podrá
ser individual, pero formalmente será social, es decir, puede haberse autonomizado
de su utilidad social, pero sólo relativamente). El aspecto social impregna
todo el proceso de génesis de la conciencia, no existe conciencia aislada, al
igual que no existe un lenguaje no social.
Bastantes años después
del fallecimiento de Vygotski, el mismo Piaget recibirá, en manos de Luria, las
críticas que el psicólogo ruso le lanzó en Pensamiento
y lenguaje. En sus comentarios acerca de los puntos planteados por
Vygotski, Piaget reconocerá que él mismo ubicó «el comienzo del pensamiento en
el contexto de la adaptación, en un sentido cada vez más biológico» (Piaget,
1951), y aceptará el desdoblamiento vygotskiano del habla en comunicativa y
egocéntrica, aunque está en desacuerdo en el punto central: el carácter social
del habla egocéntrica. Es interesante cómo Piaget busca conciliar con los
posicionamientos de Vygotski en el plano metodológico, es decir, intentando
modificar su propio aparato terminológico para aceptar las críticas, como si
estas se refirieran a un mal uso de conceptos. En realidad, la crítica de
Vygotski a los planteamientos de Piaget trasciende el plano metodológico. Piaget
sigue entendiendo la evolución desde lo particular (individuo) a lo general,
entendiendo la totalidad final como una suma, mientras que para Vygotski la totalidad
está en el comienzo, y lo particular concreto es el resultado. Simplificando,
Piaget sigue un esquema de «dos se hacen uno», mientras que para Vygotski, «uno
se hace dos». Por tanto, la crítica no es metodológica, sino ontológica, como
hemos dicho llega a la misma comprensión de la constitución de la naturaleza
humana.
Si entendemos, como
hace Piaget, la naturaleza humana en su forma biológica y vemos el carácter
social como un agregado externo, caeremos irremediablemente en la trampa de
necesitar un suelo ontológico inmutable (la naturaleza humana) en la que iremos
plantando determinaciones históricas. De esta forma, estaremos desembocando en
el dualismo metafísico de ver una substancia permanente, ahistórica, que es el
carácter biológico/natural del ser humano, y un atributo agregado, que puede
moldearse, que es el carácter social/histórico del ser humano. Un dualismo
reproducido, que llevará a naturalizar relaciones y formas de vida constituidas
históricamente: Shatalova y Manedov hablarán del género como una realidad
social naturalizada, en su genial artículo Against
simple answers: the queer-communist theory of Evald Ilyenkov and Alexander
Suvorov (2017), que será analizado en el capítulo 5 de este trabajo.
Porque, realmente, creemos que esto es lo que
se juega en el debate entre Piaget y Vygotski en paidología: la defensa de un
innatismo de las formas y funciones psicológicas o la idea de que estas tienen
una historia, una génesis. El esquema de Piaget, en el que las funciones
psicológicas superiores están ya constituidas en el niño en el momento de su
nacimiento, y el problema es únicamente el exteriorizarlas y desarrollarlas,
cae en un innatismo biológico. En cambio, para Vygotski, las funciones
psicológicas superiores son creadas, tienen una génesis, nacen a partir de la
relación del niño con todo lo que le rodea, con el entorno. En palabras de
Bakhurst: «la esencia de cada capacidad descansa fuera de ella. Lo que son y lo
que llegan a ser está determinado por el desarrollo de otras funciones psicológicas»
(Bakhurst, 1991, p.67). Y el trabajo de la psicología es, por tanto, mostrar
esa génesis, mostrar esa relación.
Si se lleva este debate
al terreno de la política las consecuencias a extraer son bastante claras: a lo
largo de toda la historia la naturalización de las relaciones sociales ha
servido como argumento ideológico para sostener y perpetuar formas de opresión
estructural. Desde la teoría de las almas en Platón, la función biológica de
las mujeres en el Emilio de Rousseau
o el darwinismo social de Herbert Spencer, la biología ha servido siempre como
refuerzo para justificar relaciones nacidas, producidas y sostenidas de forma
social[vii].
Si se oculta el hecho de que una relación sea social, se refuerza: en el
imaginario colectivo lo social se puede transformar, pero lo biológico es
eterno e inmutable. En cambio, cuando una teoría revolucionaria muestra que lo
que en apariencia es biológico, en realidad es una realidad social, histórica
y, por tanto, transformable, el aparato ideológico se viene abajo. Cuando una
teoría se constituye como «anamnesis de la génesis» (Escuela, 2013), es decir,
cuando hace recordar el origen histórico de una función social naturalizada,
esta pierde su poder ideológico. Mostrar la génesis es destapar las cartas de
un juego de manos que las clases dominantes llevan utilizando toda la historia.
Parece que el debate
sólo se juega entre Piaget y Vygotski, pero realmente lo trasciende y ha tenido
multitud de reediciones a lo largo de la historia (por ejemplo, los
posicionamientos de Noam Chomsky respecto del lenguaje generativo y la forma
del lenguaje como algo incrustado en las propias estructuras cerebrales se tratan
de una reformulación del sistema de Piaget). Realmente es un debate complejo
que, precisamente por esta complejidad, se ha extendido en el tiempo bajo
distintas formas.
III.
La
crítica al mecanicismo: la pedagogía soviética y Vygotski.
Tras la Revolución de
Octubre de 1917, comienza en Rusia un periodo de transformación no sólo de las
relaciones económicas sino también de las propias relaciones sociales y de la
forma de entender el mundo. Estamos en un momento de grandes cambios, e inevitablemente
también de grandes discusiones acerca de los aspectos de este nuevo Estado, de
grandes debates teóricos y dudas. Las ideas de Marx y de Engels comienzan a
extenderse y a cobrar gran protagonismo en estos debates, convirtiéndose así en
una fuente a la que recurrir para dirimir disputas.
En esta línea, buena
parte de la psicología soviética, entre quienes destacaremos por sus propios
méritos a Béjterev, Blonski y Kornilov, se dedicaron a buscar en las obras de
los clásicos del marxismo referencias acerca del funcionamiento de la
conciencia, para hallar así una solución a las disputas en el campo de la
psicología. Recurrir a textos inacabados y generales de hace cincuenta años y
trasplantarlos en las discusiones de la época era una actitud recurrente en
estos debates. Para estos importantes psicólogos soviéticos la conciencia no
era más que una superstición idealista, que emana directamente de su base
material, sin ninguna mediación posible: se tomó aquí la expresión de Marx «el
ser social determina la conciencia» (Marx, 2012, p.176) y se entendió como una
determinación inmediata, unilateral y abstracta. De esta forma, el problema de
la conciencia se resolvía desprendiéndose de ella, considerándola una
mistificación ideológica en contraposición a una ciencia de las conductas (es
decir, la conciencia se entendía como algo subjetivo de lo que desprenderse, y
las conductas como algo objetivo que nos permite hacer ciencia).
Entender “lo material”
y “lo ideal” como dos formas de existencia separadas, y hacer derivar una de la
otra, fue bastante popular en los años de la Rusia postrevolucionaria, así como
en la tradición que derivó de la II Internacional. La tradición
hegeliana-spinoziana, de la que bebió Marx y de la que beberían Vygotski e
Iliénkov, quedaba mutilada y abandonada a favor de una versión descafeinada de
positivismo. Se comienza a entender la mente humana como una suma de conductas
objetivas que pueden ser analizadas (es decir, descompuestas en elementos más
sencillos) y cuantificadas, y el problema de la unidad y actividad de la
conciencia quedó reducido a una serie de puntos comunes y se recurrió al mantra
de “lo material” como explicación abstracta de este problema.
Para comprender el
alcance de esta postura, hay que observar contra qué se dirige: su enemigo no
es otro que el subjetivismo mentalista de la introspección en el sujeto, de la
autoobservación. Este subjetivismo es atacado en la Unión Soviética
desprendiéndose de la conciencia y analizando hechos objetivos de la conducta:
aquí encontramos la reflexología de Béjterev y Pavlov como intento de construir
una psicología objetiva partiendo de los reflejos y unificando todos los
fenómenos fisiológicos, psicológicos y sociales. Para Vygotski tanto el
conductismo objetivista como el subjetivismo mentalista son las dos caras de
una misma moneda, ya que ambos enfoques utilizan los mismos argumentos
mecanicistas y únicamente se distinguen en a qué se le da prioridad para
establecer relaciones unilaterales (Bakhurst, 1991, p.63). Vygotski, en vez de
darle prioridad a la conducta o a la conciencia, le dará prioridad a la
conexión de ambas. Por tanto, la esencia es buscada en la mediación, y no en
uno de los polos de la relación. De esta forma, la unidireccionalidad reactiva
se rompe.
El 6 de enero de 1924
se celebra en Leningrado el Segundo Congreso Psiconeurológico y, en este, un
joven Vygotski defenderá que la psicología científica no puede ignorar los
hechos de la conciencia. No basta con una teoría conductista como la defendida
por los reflexólogos de la época, es necesario atender a la «construcción»
erigida sobre el fundamento de la conducta, es decir, a la conciencia. El
objeto de estudio de la psicología sólo puede ser la conciencia: su ignorancia
supone cerrar los caminos para averiguar la organización y orientación del
comportamiento del ser humano. La tarea de la psicología, por tanto, sólo puede
ser materializar los hechos de la conciencia (Kozulin, 2010, p.14). En este
contexto, la defensa de la conciencia que hace Vygotski se entiende como una
vuelta a un idealismo mentalista que se cree superado, y no encuentra
prácticamente respaldo. Únicamente el psicólogo Luria se interesará por el
planteamiento vygotskiano.
Como superación tanto
de la posición subjetivista como de la objetivista, Kornilov propuso la
reactología, como investigación de las reacciones humanas ante estímulos. Las
reacciones, a diferencia de los reflejos, no son fisiológicas ni inmediatas,
pero eso no quita que la reactología deba separarse del conductismo: «Sólo el
lado objetivo de un experimento – afirma Kornilov – constituye garantía
suficiente de su autenticidad. Los datos subjetivos sólo poseen significación
en la medida en que están corroborados por los hechos objetivos» (Kornilov,
1930, p.162). Pese a reconocer la influencia de la conciencia en la psicología
humana (existe cierta reciprocidad, la determinación no es unilateral),
Kornilov acaba cayendo presa de los mismos problemas que el objetivismo
conductista. Al hablar de conductas biológicas deja la puerta abierta a un
innatismo que, al igual que en Piaget, permitirá justificar el origen biológico
y natural de los fenómenos sociales, y así perpetuarlos. El ser humano adquiere
así, en Kornilov, una concepción estática, pasiva, meramente contemplativa e
incapaz de transformar la realidad, reducido a unos parámetros biológicos.
En cambio, las
investigaciones de orientación psicosocial de Vygotksi y Luria trascienden este
plano contemplativo y feuerbachiano[viii]
del ser humano al afirmar la doble dimensión del ser humano como producto de la
historia y como sujeto activo de las relaciones sociales: por decirlo de forma
más clara, la conciencia (y el resto de procesos psicológicos superiores) tiene
una base histórica y social, nace y se desarrolla a través de las interacciones
con el entorno cultural. Sólo a partir de esto se puede entender la unidad
dialéctica entre pensamiento y lenguaje, tal como la formula Vygotski. Esta no
es un mero reflejo como en el mentalismo (palabra como reflejo de la idea) ni
una mera negación como en el conductismo, sino un proceso mediado, una relación
interna. El pensamiento es social, está atravesado por la forma del lenguaje
comunicativo: el desarrollo es un proceso de interiorización de las relaciones
del niño con todo su entorno social.
Para explicar esta
idea, Vygotski pondrá el ejemplo de la cuchara: esta es uno de los primeros
objetos culturales que el niño se encuentra en su vida. Cuando un adulto
socializado se la muestra, este acto va más allá del acto instintivo de comer y
nutrirse, es un instrumento culturizador (en Zumalabe, 2006, p.33). El niño no
sólo aprende la función física de una cuchara (transportar pequeñas porciones
de comida), aprende su función social a través del adulto, quien la utiliza de
un modo concreto, con movimientos muchas veces exagerados para facilitar la
emulación. Este es el primer paso para alcanzar un desarrollo de las formas
psicológicas superiores, para llegar a entender la cuchara no como un objeto
natural dado sino como un producto, una encarnación de la cultura de
generaciones y sociedades que, mediante el trabajo, llegaron a elaborar ese
objeto cultural. Por así decirlo, el proceso de socialización que comienza
cuando un adulto muestra a un niño una cuchara (y todos los rituales que este
conlleva, desde pedirle que abra la boca hasta juegos como el avión), se
extiende en el tiempo hasta llegar a entender la función cultural e importancia
histórica de la cuchara como instrumento.
La tesis de Vygotski,
que sería desarrollada por Luria y que hemos resumido en el ser humano como
producto de la historia y agente activo de las relaciones sociales, es que el
desarrollo neuropsicológico del ser humano se logra a través de la actividad
social, en relaciones sociales con otros seres humanos. La estructura de la
psicología es, por tanto, dinámica: la actividad hace que surjan las
facultades, de las cuales se manifestarán unos tipos determinados de actividad,
y así se produce un desarrollo en espiral en el que ambas partes están
interconectadas recíprocamente. En palabras de Lenin: «el conocimiento humano
no es (o no sigue) una línea recta sino una curva que se aproxima infinitamente
a una serie de círculos, a una espiral» (Lenin, 1974, p.349)[ix].
Pensamiento y lenguaje no pueden estudiarse como elementos, como una escisión
desconectada, sino desde un análisis unitario e integrador: en vez de
descomponer la totalidad, la unidad de análisis contiene las propiedades y
determinaciones de pensamiento y lenguaje sin destruirlas, sin caer en una
suerte de reduccionismo mecanicista (Vygotski, 1995, p.68). En palabras del
propio Vygotski: «la psicología, que pretende un estudio de los sistemas
globales complejos, debe sustituir el método de análisis de elementos por el
método de análisis de unidades» (Vygotski, 1995, p.71). Y, más desarrollado,
podemos leer en Luria:
La
descomposición de formaciones complejas en sus componentes elementales puede
llevar a la pérdida de lo que es esencial para los fenómenos estudiados y a
empobrecer el conocimiento del objeto, por lo que limita la investigación
científica […]. El objeto de la ciencia es, ante todo, el sistema de conexiones
y relaciones, en el cual los fenómenos, cosas y acontecimientos pueden entrar y
en cuyos aspectos particulares estas cosas, fenómenos, etc., deben ser
estudiadas. (Luria, 1976, p.631)
Aquí podemos rastrear
las posiciones de Spinoza y de Hegel contra la metafísica tradicional: desde
los tiempos griegos, la metafísica ha operado mediante descomposiciones y
cortes en la realidad (como ejemplo, Parménides desde las oposiciones
pensar/ser, ser/no ser). El monismo dialéctico como posición fuerte no
interpreta la realidad a través de cortes, de elementos, sino a través de
unidades de significación, a través de procesos y de interrelación. Su método
de conocimiento es, como dijimos en el primer capítulo, un camino de lo
abstracto a lo concreto, un proceso de profundización que tiene como resultado
la creación de formaciones cualitativamente nuevas en la conciencia. Esto
también implica entender la identidad no de forma abstracta, como exclusión de
las diferencias (Hegel, 1971, p.192). Por
tanto, hablamos de una sustancia única en la cual están contenidas las
diferencias en su aspecto concreto: las diferencias y propiedades particulares
no tienen sentido por ellas mismas sino sólo en relación al resto, en relación
al todo.
El propio Vygotski
(1995), a la hora de analizar el enfoque reduccionista de la descomposición y
el enfoque dialéctico de la integración de las diferencias, pondrá el ejemplo
del agua: si descomponemos la molécula de agua en hidrógeno y oxígeno, las
propiedades del todo se pierden. El agua extingue el fuego, pero el hidrógeno
por sí mismo arde, y el oxígeno alimenta y mantiene el fuego (p.70). Otro
ejemplo que podemos encontrar es, en matemáticas, intentar descomponer figuras
y llegar a los límites y a las derivadas. La identidad abstracta otorga
inmediatamente a las partes las propiedades del todo, olvidando precisamente
que muchas propiedades del todo son nuevas, y surgen gracias a la combinación
de estas partes. Alterar una parte es, en definitiva, alterar el todo. Sin la
mediación concreta de las partes, el todo no pasa de ser una identidad
abstracta y homogénea. Por ello, un conocimiento científico sólo podrá venir de
integrar las diferencias y estudiar las relaciones entre las partes.
Y aquí es donde entra,
en el esquema de Vygotski, la conciencia. La conciencia es considerada como «la
totalidad de las capacidades psicológicas más elevadas, no debe ser entendida
ni como algo reductible a la actividad ni como algo lógicamente distinto de
ella, sino como un “principio organizativo”» (Bakhurst, 1991, p.65). Es decir,
la conciencia es el elemento vertebrador, la guía que nos permitirá estudiar el
desarrollo del resto de funciones psicológicas: recordemos la cita de Marx que
nos decía que la anatomía del ser humano nos da la clave de la anatomía del
mono. Sin conocer la conciencia, la psicología será incapaz de comprender hasta
las funciones más básicas de la mente humana. En Dialéctica de lo abstracto y lo concreto en El capital de Marx, Évald
Iliénkov hablará del concepto de valor como elemento vertebrador del análisis
económico, como aquello que permite llegar a la esencia de la realidad
económica y exponerla criticándola.
Para cerrar este
capítulo queremos hacer referencia a la obra de otro pedagogo ruso que, aunque
sus planteamientos parezcan totalmente opuestos a los de Vygotski, creemos que
existen algunos puntos de continuidad interesantes entre ambos. Nos estamos
refiriendo a Antón Makarenko, que destacó por dirigir y llevar adelante casas
cooperativas para huérfanos de la guerra civil (entre las que destacó la
Colonia Gorki, de la que escribiría su célebre Poema pedagógico), casas en las cuales los y las estudiantes
convivían y se formaban. Desde su comienzo, la obra de Makarenko también tiene
un carácter outsider, es decir, su
metodología pedagógica se opone a ese corpus doctrinal de la «pedagogía
oficial», un corpus totalmente alejado de la práctica social, al que
calificaría de «las cumbres del Olimpo pedagógico» (Makarenko, 1981, p.21).
Esta pedagogía oficial es descrita como teoricista al hundir sus raíces
filosóficas y metodológicas en el individualismo y en la tradición metafísica
occidental, en un contexto general de debilidad de la teoría materialista
dialéctica frente a las desviaciones positivistas hegemónicas, vinculadas a la
tradición de la II Internacional.
La educación, para
Makarenko, sólo puede entenderse desde el contacto con los demás: el colectivo
es el elemento educador, el elemento conformador del individuo y de su
personalidad. A través de la tradición y del contacto con los demás se forja
esta personalidad. Pero esto no significa que se defienda un dogmatismo
unilateral. Esta colectividad en ningún momento debe convertirse en una
institución abstracta liquidadora de lo particular, sino que debe garantizar en
todo momento la expresión libre de las diferencias de cada individuo. En
palabras de Makarenko: «la tarea pedagógica debe tratar de armonizar las
perspectivas individuales con arreglo a una previsión de conjunto» (Makarenko,
1981, p.27).
En el desarrollo y
maduración de los estudiantes, Makarenko pone el énfasis en todo lo relativo al
aspecto social. En este sentido, hablará de disciplina (en su significación
positiva de disciplina interna), de responsabilidad junto a los demás, o de
coordinación del trabajo compartido. Incluso las atribuciones que lleva a cabo
a la hora de analizar la efectividad de una práctica educativa, siempre son
atribuciones de tarea y nunca atribuciones personales: «debiera hablarse de
métodos deficientes y no de personas deficientes […]. Para mí, la pedagogía es
una obra social» (Makarenko, 1981, p.65). Para observar este valor extremo que
Makarenko otorga a la colectividad, podemos leer el fragmento del Poema pedagógico en el que se cuenta el
momento en el que un estudiante (Uzhikov) roba comida común. Este acto es
considerado el peor ataque posible contra la colectividad. Contra peticiones de
expulsión por la gravedad de la situación Makarenko resolverá el problema exigiendo
al estudiante un proceso de autocrítica que terminará con la transformación
individual del estudiante y la aceptación de la propia colectividad.
Respecto de la
disciplina, Makarenko pone mucho cuidado en no igualarla a la disciplina
autoritaria y vacía propia de la «vieja sociedad» burguesa. La disciplina debe
entenderse, aquí, como disciplina consciente, como interacción entre acción
comunicativa y colectividad. Debe estar unida a una exigencia que sea
consecuente y firme, y por supuesto concreta (es decir, entender que la
exigencia no puede ser igual para cada individuo y dependerá de sus
circunstancias y nivel de desarrollo personal). La disciplina no puede
consistir únicamente en la realización de tareas fáciles y agradables, sino que
cobra su máximo sentido en lo que se refiere a tareas difíciles.
Respecto de la
responsabilidad, Makarenko también pondrá cuidado en no igualarla a la
responsabilidad de mera dirección y acatamiento de órdenes. Se valora
especialmente la templanza, el no dejarse llevar por nervios. Esta guarda una
relación muy importante con la propia colectividad: Makarenko hablará de
dependencia responsable, de un lazo de responsabilidad común por el trabajo,
por la participación común en la labor de la colectividad (Makarenko, 1981,
p.141). También insistirá en la rotación constante en las funciones de
dirección y responsabilidad: todo miembro de una comunidad debe estar preparado
para desempeñar funciones de dirección, y esto sólo es posible si ha tenido la
práctica previa. Todo miembro de la nueva sociedad debe ser, al mismo tiempo,
dirigente de la revolución.
Respecto de la
coordinación de trabajos colectivos, Makarenko hablará de la necesidad de
adquirir hábitos colectivos que proporcionen una mayor motivación y permitan
superar problemas como el absentismo o el abandono escolar. En la Colonia Gorki
se practicaba la coeducación, una actividad de aprendizaje cooperativo. Este
aprendizaje a través de los demás contribuyó positivamente al desarrollo de
cada estudiante, especialmente, en términos de «entusiasmo sereno y
planteamiento de perspectivas futuras» (Makarenko, 1981, p.212).
El carácter social del
aprendizaje, su aspecto concreto y su oposición a las pedagogías oficiales
abstractas que se imponían desde arriba, fueron puntos en común de Makarenko y
Vygotski. Ambos pensadores, uno en su vertiente más teórica y otro en su
vertiente más práctica, intentaron desarrollar un modelo pedagógico que tuviera
como referencia el carácter histórico y genético de las funciones psicológicas humanas,
que tuviera como punto de referencia el desarrollo concreto de la vida contra
la “gris abstracción de la teoría” en términos de Goethe.
En el siguiente y final
capítulo queremos hablar de otro teórico crucial, Évald Iliénkov, y del
experimento de Meshcheryakov (1963-1974), por su gran importancia y relación
con el pensamiento desarrollado por Vygotski. El propio Vygotski ya había
llevado a cabo experimentos respecto del habla egocéntrica y de su función en
el desarrollo de la conciencia humana, pero este experimento mencionado tuvo
una relevancia teórica sin precedentes, al profundizar y desarrollar las ideas
que décadas antes había formulado Vygotski.
IV.
La
conciencia social: el experimento de Meshcheryakov.
Alexander
Meschcheryakov, discípulo de Luria y seguidor a su vez de los planteamientos de
Vygotski, llevó a cabo en el periodo de años comprendido entre 1963 y 1974 un
experimento en el hogar de niños de Zagorsk, con la colaboración del filósofo
Évald Iliénkov. Para este, al igual que para Vygotski, las funciones mentales
superiores, vertebradas por la conciencia, no son innatas, sino que se
adquieren. Estas no brotan de un proceso espontáneo o natural, sino que deben
ser creadas a través de la mediación social. «Los niños se convierten en
sujetos pensantes al ser socializados por sus mayores dentro de las formas
comunitarias de actividad vital» (Bakhurst, 1991, p.218).
Se trata por tanto de
un proceso de internalización de lo social, que tiene una implicación fuerte
para Iliénkov: si entendemos que las funciones superiores de la mente son,
tanto en su génesis como en su esencia, formas y modos internalizados de la
actividad humana como ser social, tenemos que aceptar la tesis de que estas
funciones no pueden ser de ninguna manera capacidades cerebrales heredadas. Es
decir, no existe ninguna ventaja biológica a priori a la hora de desarrollar
con más o menos facilidad estas funciones superiores. Por tanto, queremos
formular así esta tesis fuerte de Iliénkov, que deriva directamente de los
planteamientos vygotskianos: en niños con cerebros no dañados, los factores
genéticos no tienen ninguna influencia esencial en el curso del desarrollo de
las funciones mentales superiores.
El experimento de
Meshcheryakov consistió en, partiendo de esta base teórica, contribuir a la
educación de niños ciegos y sordos, niños que por sus condiciones se
encontraban totalmente aislados del mundo que les rodeaba. Hasta la segunda
mitad del siglo XX el tratamiento y educación de personas con diversidad
funcional física se nutría de espectaculares y aisladas historias de éxito, en
las cuales estudiantes aislados llegaban a un prodigioso nivel de educación
gracias al enorme trabajo de sus profesores. Destacamos entre estas historias el
caso de la estadounidense Helen Keller, o de la soviética Olga Skorokhodova:
casos que se vuelven mediáticos y se presentan a la opinión pública como
milagros. El caso de Skorokhodova removió por completo la Unión Soviética y
desató multitud de debates e investigaciones. La tarea que se propuso
Meshcheryakov fue, precisamente, la de desarrollar una contribución que
permitiera sistematizar un método gracias al cual la educación de niños ciegos
y sordos no se redujera a casos milagrosos ocasionales, sino que estos se
produjeran en una escala masiva.
Los resultados del
experimento fueron increíbles: en 1963 se comenzó a desarrollar el método de
enseñanza en la escuela de Zagorsk. En 1977 cuatro estudiantes de esta escuela
se estaban graduando en psicología por la Universidad de Moscú. Se demostraba
que, a pesar del hándicap inicial, los niños eran capaces de tener una vida
normal, y que su desarrollo era cualitativamente idéntico al desarrollo de los
niños sin estos problemas. La diferencia era precisamente que, en ausencia de
estos sentidos primarios, los niños ciegos y sordos estaban totalmente aislados
de la interacción social. En cuanto se estableciera una forma apropiada de
interacción (forma bastante compleja, como veremos después), los niños eran
capaces de alcanzar un desarrollo normal de las funciones psicológicas. Si no
se había producido este desarrollo de las funciones mentales superiores era
precisamente por la ausencia de la interacción social, a la que estos niños
eran sometidos por sus características.
Los niños que
participaban en este proceso de formación presentaban siempre tres
características comunes previas: en primer lugar, no participaban en nada que
pudiera ser llamado una actividad orientada hacia un fin (incluso, estos niños
no mostraban muchos de los reflejos incondicionados que forman la base del
comportamiento de cualquier animal). Los niños, antes de la intervención
pedagógica, permanecían pasivos e inmóviles, en una especie de condición
vegetal que a veces era atravesada por descargas anárquicas de energía. La
segunda característica es que estos niños carecían de lo que los pavlovianos
llamaron «reflejo de orientación de búsqueda»: es decir, el interés en
manipular objetos y la posibilidad de orientarse. Estos niños no tenían ningún sentido
de la identidad de sus propios cuerpos ni de otros cuerpos externos. Y la
tercera característica que presentaban era una falta de propensión a
comunicarse. Ni siquiera mostraban las expresiones faciales que consideramos
más “naturales”, más “normales”: a estos niños debía enseñárseles incluso a
sonreír.
Como vemos, estas tres
características tienen todo que ver con el aislamiento del entorno social
circundante. Estos niños ciegos y sordos se pueden definir, según la tesis
fuerte de Iliénkov, como niños sin conciencia. Pero esto no quiere decir que
estos niños sean anormales, sean distintos del resto. La única diferencia
estriba en la capacidad de acceder al mundo social. Todo niño, sea cual sea su
condición, reproduciría estas características descritas si se viera sometido a
un aislamiento continuo y total respecto de la comunidad[x].
Esto le permitirá a Iliénkov formular la tesis vygotskiana de la
internalización en todo su esplendor: todo el mundo nace sin conciencia, y esta
no brota espontáneamente sino que debe ser creada en el proceso de
socialización. La conciencia no es un regalo de la naturaleza, es un producto
de la sociedad (citado en Bakhurst, 1991, p.224).
La metodología que se
seguía en la escuela de Zugorsk destacaba por su complejidad y por su carácter
concreto y adaptado a la coyuntura. Todo el proceso tanto de comunicación como
de educación era social. Se creó de cero un sistema de comunicación a través
del tacto, mediante presiones y dibujos en las manos. El proceso de aprendizaje
del habla se convirtió en algo social, tocando cuerdas vocales ajenas, captando
las vibraciones y reproduciéndolas. Niños y niñas que nunca habían podido ver
ni escuchar nada, tras un proceso de educación eran capaces de hablar y
escribir en ruso perfectamente, y tenían un desarrollo de la conciencia
totalmente normal. Las funciones cognitivas fueron reordenadas en base a las
condiciones existentes, mostrando la enorme plasticidad de la mente humana y la
capacidad de adaptación.
Iliénkov obtendrá
cuatro conclusiones a partir de este experimento, que ya han sido dejadas
entrever: el ser humano no nace con conciencia, la mente no se desarrolla
espontáneamente en un proceso análogo al crecimiento físico (como puede ser,
por ejemplo, el aumento de estatura), las capacidades mentales humanas no se
heredan genéticamente sino que se crean en el proceso de socialización, y, por
último pero no menos importante, que el análisis de este proceso en el cual los
niños ciegos y sordos son llevados a una vida consciente revela de forma
concreta las condiciones a través de las cuales tiene lugar este proceso de
internalización de las funciones mentales superiores, proceso ya descrito
décadas atrás por Vygotski.
Ocurrió una historia
preciosa con este experimento, que creemos que muestra muy bien su espíritu.
Cuando comenzaron a verse los resultados de la escuela, multitud de psicólogos,
pedagogos y ciudadanos soviéticos mostraron un enorme interés, lo que
desencadenó una serie de entrevistas y presentaciones en numerosos congresos y
ciudades. En uno de ellos, cuenta Derry (2013), una persona lanzó una pregunta
a Iliénkov: «¿este experimento no refuta la vieja tesis del materialismo que
dice que no hay nada en la mente que no haya sido antes una sensación? Estos
niños no ven ni escuchan nada, pero entienden las cosas mejor que nosotros».
Iliénkov, en vez de contestar, le tradujo la pregunta a uno de sus estudiantes,
permitiéndole responder a él. Una vez traducida, el estudiante contestó:
«¿quién le ha dicho que no vemos ni escuchamos nada? Vemos y escuchamos con los
ojos y oídos de nuestros amigos, de nuestros hermanos, de la Humanidad» (p.120).
Este constructivismo
social de la conciencia tiene repercusiones muy interesantes a la hora de
plantear un posicionamiento político antiesencialista, el que Mamedov y
Shalatova (2017) llaman «teoría comunista-queer», que sitúan en la
interconexión de tres aspectos clave: el antiesencialismo, la consideración de
la exclusión y el estigma, y un radicalismo ético y político. Sobre el primer
aspecto clave, la teoría queer defenderá que las nociones de género y
sexualidad, al igual que cualquier otra identidad, no son ni naturales ni
innatas, sino que únicamente son fenómenos sociales que dependen de condiciones
concretas (tanto históricas como culturales). De esta forma, la teoría queer se
opondrá a las políticas más identitarias del radfem y al biologicista feminismo de la diferencia. Respecto de la
exclusión y el estigma, la teoría queer destaca la conexión entre identidad y
estigma: «en sentido político, defender la teoría queer significa oponerse al
sistema social de distribución de privilegios basado en una política de la
identidad que define la identidad propia como “normal”, mientras que ve la de
los demás como “desviada”» (Mamedov y Shalatova, 2017, p.3). La normalización
se entiende en esta teoría de forma hostil. Además, esta teoría también exige,
contra la neutralización que lleva a cabo el posmodernismo, la acción colectiva
desde un radicalismo ético y político: no se trata de mejorar el sistema de
división de género para hacerlo más inclusivo, sino de destruir esa
construcción social llamada género, no de cambiar el sistema sino de derribarlo,
no de poder elegir un género sino acabar con la distinción de género. Y esto no
puede llevarse desde lo individual (estaríamos cayendo en planteamientos subjetivistas
como el de Piaget), sino desde lo colectivo.
Esta teoría, defienden
Mamedov y Shalatova, encaja perfectamente con este constructivismo
sociogenético defendido por Iliénkov y Vygotski, al defender un enfoque monista
colectivo en el proceso de educación, y aquí entra de lleno la vertiente
ética-política del planteamiento: la responsabilidad que conlleva la tarea de
la educación de las y los niños recae de lleno en la sociedad, en la
colectividad. El desarrollo de la personalidad debe crearse huyendo del
reduccionismo psicológico vinculado a la biología y las categorías cerradas, y
la educación debe orientarse hacia «un desarrollo multifacético y armonioso de
la personalidad» (Mamedov y Shalatova, 2017, p.7). La conciencia, la
personalidad, el desarrollo de las funciones mentales (tanto superiores como
básicas), son productos sociales, constructos sociales. Aquí es donde toma pie
la dialéctica de la libertad, que entronca con el pensamiento de Spinoza: para
ser libre, el ser humano debe construir rigurosamente la libertad, no de forma
individual sino a través de los esfuerzos de toda la sociedad. La conciencia no
viene dada de forma metafísica, es necesario construirla: esta no es más que la
expresión individual de todo un sistema de relaciones con el resto de seres
humanos constituido históricamente a través de la actividad social. La libertad
no existe de forma abstracta, sino que existe sólo como resultado de un proceso
revolucionario. En este modelo la función precede, tanto lógica como
históricamente, a la estructura: la estructura cerebral es determinada por la
función social y no a la inversa, es decir, la función construye el órgano.
La conocida expresión
de Iliénkov «el ser humano es un 101% social» levantó cierta suspicacia y
acusaciones de reduccionismo entre sus colaboradores y distintos teóricos y
psicólogos, tanto soviéticos como del resto del mundo. Contra esto, se proponía
un enfoque más integrador, que hablara de una interpretación socio-biológica
del ser humano. En realidad, Iliénkov considera la biología, el factor
genético, como una precondición natural más, igual de importante que el resto
de precondiciones naturales. Por tanto, si se quisiera ser totalmente
consecuente con este enfoque integrador, no tendríamos que hablar de una
interpretación socio-biológica del ser humano sino de una interpretación
socio-bio-química-electrofísica-micro-cuántica-mecánica del ser humano.
Realmente las precondiciones naturales están ahí, pero la génesis y desarrollo
de las formas de la conciencia no puede reducirse a estas.
Si permitimos la
entrada del positivismo biologicista en la explicación de la mente humana, si
permitimos un apriorismo por pequeño e insignificante que parezca, estaremos
dejando la puerta abierta a la justificación de relaciones sociales a través de
falacias naturalistas, y eso es precisamente lo que Iliénkov pretende evitar a
toda costa. En sus propias palabras:
Algunos
camaradas tienen miedo de que tal posición teórica pueda desembocar en la
práctica a la subestimación de las características biológicas, genéticas e
innatas particulares, o incluso a una estandarización de estas. Sus miedos no
se sostienen. Para mí, por el contrario, cualquier concesión – incluso la más
insignificante – a la ilusión naturalista cuando explicamos la mente humana y
la actividad vital humana desembocará, tarde o temprano, a la rendición de todas
las posiciones materialistas […]. Aquí podemos decir: quitad las garras y todo
el pájaro habrá desaparecido. Se empieza con argumentos acerca de la genética y
las variaciones individuales de origen al hablar de cualquier capacidad humana,
y se termina concluyendo que esas capacidades son naturales e innatas, lo que
finalmente lleva a la perpetuación de los (históricamente construidos y
transmitidos) modos de división del trabajo. (Iliénkov, 2007 p.67)
[i] De hecho,
para intentar «cerrar» este corte tiene que recurrir a elementos tan
inverosímiles como una glándula pineal.
[ii] Spinoza
llama Dios a la sustancia única, a la Naturaleza en su desarrollo, de la que
todo particular forma parte.
[iii] Para un
mayor desarrollo de esta segunda naturaleza, se remite a los textos de Th. W.
Adorno acerca de la Naturgeschichte o
historia natural.
[iv] Pese a que
“lenguaje” y “habla” no son intercambiables, es con estas categorías con las
que los términos se han traducido en nuestro idioma. Algo similar ocurre con el
libro Myshlenie i rech, traducido al
castellano como Pensamiento y lenguaje, cuando
su traducción debería acercarse más a Pensamiento
y habla.
[v] El
experimento consistió en hacerles pintar un paisaje con lápices. En una segunda
fase, se les sustrajo el color azul, y los niños, al enfrentarse a la tarea de
pintar el cielo, comenzaron a hablarse a sí mismos para intentar comprender y
remediar la situación: «¿Dónde está el lápiz? Necesito el lápiz azul. No
importa, pintaré con el rojo y lo mojaré con agua; se pondrá oscuro y parecerá
azul».
[vi] Vygotski
utiliza la expresión de habla comunicativa, en vez de habla social como Piaget,
por razones obvias: toda habla es, para él, social.
[vii] Por ello
mismo, una de las tareas más importantes que se impuso la Ilustración fue la
«crítica de la falacia naturalista».
[viii] Precisamente
esta es la crítica que Marx hace del materialismo de Feuerbach: su limitación a
observar, a «reaccionar» a una realidad dada de antemano.
[ix] Analizaremos
esta reconfiguración y desarrollo de las funciones psicológicas en el capítulo
5, desde el experimento de Meshcheryakov
e Iliénkov.
[x] Esta idea es
muy importante: no estamos hablando aquí, como Bakhurst afirma, de “niños
salvajes” socializados en otras especies animales, sino de niños aislados de
cualquier forma de socialización. La idea que fondea aquí es que no existe un corte
radical entre socialización humana y socialización del resto de animales. Tanto
en el ser humano como en otras especies, los recién nacidos deben «aprender a
ser».
I.
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