El capítulo VI (inédito) de El
capital (México, Siglo XXI, 1971) fue redactado por Marx entre junio de 1863 y
diciembre de 1866; destinado a ser una forma de exponer claramente las
consecuencias políticas y económicas del proceso de producción capitalista que
Marx había analizado en todo el libro I. Por desgracia, Marx no incluyó este
capítulo en la versión final de El
capital, por lo que las conclusiones políticas de El capital tienen que desentrañarse de forma más mediada (se han
dado algunas razones por las que no lo incluyó, la más célebre es la de un Marx
con una presión económica bestial que necesitaba encontrar a un editor burgués
que aceptara sacar el libro). Sea como sea, creemos que este manuscrito ayuda
muchísimo a entender no sólo la motivación política tras el desarrollo teórico,
sino también este propio desarrollo.
La motivación política que
subyace tras estas páginas es la de criticar la economía política burguesa que,
como afirma ya en la primera nota al pie de Marx (la tercera en J. Aricó),
«incurren en un quid pro quo doble»
que consiste en transformar el capital en una cosa y las cosas en capital: el
capital, que es una relación social mediada, se objetiva y cosifica en un ente,
mientras que las cosas parecen poseer, como propiedad interna, una vida
espectral. La relación social se cosifica, las cosas se relacionan. El absurdo
de la economía burguesa, dice Marx, es «considerar que una determinada relación
social de producción que se representa en cosas es una propiedad natural de
estas cosas mismas» (Marx, Capítulo VI, op.
cit., p.28), y pone un ejemplo: un asiento tapizado de terciopelo representa en
ciertas circunstancias un trono, pero eso no quiere decir que la naturaleza de
ese asiento sea ser un trono. Si vamos a la “naturaleza” de ese asiento
encontraremos que tiene que ser de un material adecuado, cómodo, para su valor
de uso que es sentarse. Pero analizando el trono nunca llegaremos a desentrañar
las relaciones de producción de la monarquía feudal o del imperio bizantino.
Para ello, tenemos que estudiar esa relación social históricamente determinada,
es decir, estudiar esas circunstancias que permiten que ese asiento sea un
trono, que permiten que sigan existiendo tronos. Estas circunstancias son
precisamente las que la economía política burguesa oculta deliberadamente bajo
una capa esencialista y ahistórica, al convertir las relaciones sociales en
propiedades de una cosa. Como nota, En Trabajo
asalariado y capital, Marx escribirá una célebre reflexión parecida: «Un
negro es un negro. Sólo en determinadas condiciones se convierte en esclavo.
Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Sólo en
determinadas condiciones se convierte en capital» (Madrid, Ed. Halcón, 1968, p.39).
El proceso de producción puede
resumirse, según Marx, en la incorporación del trabajo vivo en el trabajo
muerto, en la incorporación de la fuerza de trabajo (en el texto aún utiliza el
término de «capacidad de trabajo») como apéndice, como engranaje en una inmensa
máquina de valorización que necesita absorber constantemente ese trabajo vivo
para expandirse y, al mismo tiempo, sobrevivir: «No es el obrero quien emplea
los medios de producción, son los medios de producción los que emplean al
obrero» (Marx, Capítulo VI, op. cit.,
p.17). El valor se conserva y aumenta (en el proceso de valorización)
únicamente por la vía de la incorporación de la fuerza de trabajo en el proceso
de producción, así que es necesario dar un paso atrás y entender cómo esa
fuerza de trabajo se inserta en el proceso. En la Contribución (Siglo XXI, México, 1981, p.266), Marx afirmará que el valor se conserva y se aumenta gracias a la
esfera del intercambio, primera parada en nuestro viaje.
Para que el trabajo vivo pueda
servir como fuerza de producir plusvalía, o dicho de otra forma, como apéndice
para que el valor se autovalorice, esta debe existir en el mercado, en el
intercambio: debe existir compraventa de fuerza de trabajo. Y esto sólo es
posible si existe un proletariado doblemente
libre, es decir que no es esclavo (luego es propietario de su fuerza de
trabajo) y no tiene ninguna mercancía que vender en el mercado salvo esa
capacidad de trabajar. Y el surgimiento de este proletariado tiene, de nuevo,
unas condiciones históricas muy determinadas. En el conocido penúltimo capítulo
del primer tomo de El capital, La llamada
acumulación originaria, Marx contará una terrible historia de saqueos,
expropiaciones forzosas, clearing de
terrenos y violencia sin la cual el capitalismo no habría podido ser capital.
Paradójicamente, el ejemplo más gráfico para explicar esta relación social no
lo da Marx, sino el diputado liberal inglés Wakefield: este decide embarcar a
3000 familias obreras hacia Nueva Holanda para explotar una plantación junto a
Swan River. Una vez llegaron allí, estas familias obreras vieron que no
necesitaban trabajar para el señor Peel para sobrevivir en las colonias (era
relativamente fácil obtener alimento, o incluso hacerse con una tierra para
sobrevivir a largo plazo), y «el señor Peel se quedó sin un solo criado que le
hiciera la cama o que le fuera a buscar agua al río». Con la irónica bilis que
le caracterizaba, Marx afirma: «desgraciado señor Peel, que lo previó todo,
salvo el exportar al Swan River las relaciones de producción inglesas» (Madrid,
Siglo XXI, 2017, p.859). Sorpresa, si no te estás muriendo de hambre no decides
trabajar voluntariamente para un capitalista. Para que la fuerza de trabajo
aparezca en el mercado (espontáneamente, para los economistas espadachines a
sueldo de la burguesía) es necesario desatar una inmensa cantidad de violencia,
acabar con las condiciones de subsistencia autónoma del proletariado, construir
un inmenso ejército de mendigos sin lugar donde caer muertos e imponer una
dependencia estructural al sistema de producción capitalista a base de fuego y
sangre. Este es precisamente el fundamento histórico, la condición de posibilidad,
de esa autovalorización del capital.
Recopilando, tenemos que una
fuerza de trabajo creada artificial e históricamente a través de matanzas
aparece en el mercado como mercancía lista para que los capitalistas puedan
comprarla e incorporarla como valor de uso en el proceso de producción. La
fuerza de trabajo entonces se convierte en una fuerza del capital, en apéndice
de un valor que aumenta y se conserva. El dominador de este proceso se presenta
como creador del proceso: el capital, trabajo muerto, resultado de un proceso
anterior, subsume el trabajo vivo, dando la apariencia de un movimiento del
propio capital. Marx hablará en este capítulo VI inédito de dos tipos de
subsunción de la fuerza de trabajo en el proceso de producción, y creemos que es
interesante explicarlo. Hablará de una subsunción formal, en la que existe
compraventa de fuerza de trabajo pero las viejas formas de trabajo subsisten y
el proletariado tiene aún un dominio sobre el proceso, y hablará de una
subsunción real, en la que el proceso de trabajo está totalmente reorganizado,
no existe autonomía ni control obrero del proceso, y está vinculado al
surgimiento de los modelos de automatización y control del tiempo (taylorismo,
fordismo). La consecuencia que se extrae de aquí se vuelve clara gracias al
análisis de Lenin: el trabajo asalariado forma una unidad con el capital,
entran juntos – en una dinámica de conflicto y colaboración – en el mismo
proceso de producción. Trabajar más o menos horas, más o menos duramente, son
las únicas posibilidades de esta lucha en el sentido económico, anclado en el
marco capitalista. El sistema capitalista no puede detenerse desde dentro, y no
lleva dentro de sí nada más que más capitalismo. Será necesario, por tanto,
superar el concepto de clase en sentido económico y desarrollar la clase en
sentido político, capaz de acabar con el sistema capitalista en vez de hacer
más confortables las cadenas que atan al proletariado.
Y esta es una de las tesis clave
del análisis de Marx en este Capítulo VI:
el carácter no reformable del capitalismo. Este es un sistema que se produce y
se desarrolla a sí mismo en cada proceso de valorización. La génesis va unida
siempre a un desarrollo (Zelený pondrá el ejemplo de la forma valor: el dinero
podrá existir en sociedades mercantiles no capitalistas, pero sólo cobra
sentido cuando se transforma en capital a través de la subsunción de la fuerza
de trabajo, este es su presupuesto estructural, en (Zelený, La estructura lógica de El capital, Barcelona,
Grijalbo, 1968, p.120-1).
Tras la explicación de esta
subsunción de la fuerza de trabajo, Marx podrá hablar ya de los resultados del
proceso de producción. Estos resultados son tres: plusvalor, mercancía, y la
relación social capitalista. El capitalismo tiene como objetivo principal la
producción de valor en su forma de plusvalor, aumentar, crecer. No tiene como
objetivo la producción de valores de uso que cubran necesidades humanas, sino
producir valor, y esto podemos observarlo en la proliferación espontánea de
cada vez más pseudonecesidades que necesita el sistema para que la rueda de
producción no pare. Adam Smith también fue capaz de ver este objetivo del
capitalismo, pero se resignó afirmando que esta búsqueda del beneficio y la
valorización es la mejor forma de cubrir las necesidades. Marx le responde de
forma brillante, afirmando que las crisis de sobreproducción nunca son, en el
capitalismo, crisis de riqueza sino crisis de valor. Como ejemplo reciente de
este tipo de crisis, podemos acordarnos del entierro de toneladas de plátanos
en Canarias para evitar el desplome de los precios porque era imposible
colocarlos en el mercado (https://www.eldiario.es/canariasahora/agricola/medio_ambiente/Entidades-plataneras-Palma-entierran-sorribadas_0_715328567.html).
Como vemos, lo que está en crisis no es la riqueza (si salen más plátanos
genial, a más nos tocan) sino el valor. Un sistema que necesite, para
sobrevivir, destruir no sólo las condiciones de vida de las personas que habitan
en el planeta sino también el propio sistema metabólico del planeta, no es un
sistema reformable. Marx: «la autovalorización del capital – la creación de
plusvalía – es pues el objetivo determinante, predominante y avasallante del
capitalista, el impulso y contenido absoluto de sus acciones» (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.20)
Por tanto, los valores de uso que
el capitalismo produce son simplemente subproductos, derivados, restos que
aparecen como consecuencia de producir el verdadero resultado: el valor (que en
el mercado asumirá su forma fenoménica de valor de cambio). Es este aumento de
valor – o plusvalor – lo que el capitalismo produce. Las mercancías que salgan
de aquí son totalmente indiferentes para el capitalismo (Marx, Capítulo VI, op. cit., p.84). Había un dicho
precioso surgido en los primeros años de la URSS que decía que al capitalismo
le es indiferente producir bombas que mantequilla.
Pero eso no es todo: el
capitalismo, en cada proceso de producción, también produce las relaciones
sociales capitalistas. Cada proceso de producción también es un proceso de
reproducción. El capitalismo no es únicamente un sistema económico de
explotación del trabajo, de extracción de la plusvalía. También es una forma
social. La mistificación y el fetichismo se reproducen constantemente en todos
los aspectos de la vida social. Por tanto, la acción revolucionaria tiene que romper
con esta lógica, tiene que constituir un nuevo poder que se oponga al viejo.
Marx afirma: «esta antítesis no es una determinación [existente] dentro del modo capitalista de
producción» (Marx, Capítulo VI, op.
cit., p.92). Es decir, al contrario de lo que pensaba el marxismo productivista
y economicista, a fuerza de desarrollar más y más las fuerzas de producción del
capitalismo no va a venir dado el socialismo. Lo único que obtendremos será más
capitalismo y más destrucción del metabolismo ecológico, más barbarie.
El capitalismo es esa locomotora
desbocada que se conserva a base de acelerar cada vez más. Ante esto, se
presentan dos opciones: que esa locomotora descarrile y se estrelle, matando a
todos los pasajeros del tren, o que la gente del vagón de cola, apestados,
atraviesen todo el tren, quizás llevándose por delante a alguna gente de la
clase business que se oponga a perder
sus privilegios, asalten la
locomotora – en la que no tiene porqué haber un maquinista – y accionen el
freno de emergencia.