Lenguaje: sistema de comunicación estructurado para el que existe un contexto de uso y ciertos principios combinatorios formales.
En ocasiones, el reconocimiento de una dominación intrínseca al lenguaje es un reconocimiento visto como inexistente y paranoico, como algo absurdo. De hecho, propuestas lingüísticas como el género neutro son ridiculizadas por llevar al extremo algo tan importante como el machismo en la sociedad. Se argumenta siguiendo la línea de que valorar como machista el lenguaje implica desvalorar otros aspectos más importantes como la violencia machista (mal llamada de género) contra las mujeres. Al final, como la totalidad hegeliana, si todo es machismo resulta que nada es machismo (el absoluto, sin devenir, es nada). Por tanto, sería mejor suponer el lenguaje como neutral y centrarnos en temas más importantes. De ser así, este escrito debería poner punto y final.
Pero no lo hace. Como bien empiezo, el lenguaje es una estructura, es un sistema estructurado. Es obvio y todos asentiremos que el lenguaje es convencional, un código creado para traducir la realidad. Esta traducción, hermenéutica de la realidad, no sólo muestra sino que interpreta la realidad: el niño deviene ser humano en tanto que puede interpretar la realidad y aprender un lenguaje (potencialmente, el recién nacido es capaz de cualquier lenguaje hablado y escrito, es cuando las condiciones materiales le imponen uno de los códigos convencionales cuando comienza su desarrollo lingüístico y, por tanto, racional, pues la racionalidad sólo puede ser exteriorizada mediante el lenguaje).
Pero no vamos a hacer trampa: no vamos a desviarnos de la interpretación materialista de la realidad, Marx puede estar tranquilo: el lenguaje interpreta la realidad, no la crea. La realidad está ahí, y es creada por el trabajo social de la humanidad en forma de relaciones de producción. El lenguaje no crea la dominación, si se quiere explicar de esta forma: la dominación está en la realidad.
Pues bien, ¿cuál es el problema? La forma en la que esa realidad llega al sujeto. El contenido es la dominación machista de la sociedad patriarcal, y este nos llega en la forma del lenguaje. El lenguaje reproduce, perpetúa si se quiere, la dominación real. El lenguaje no es el contenido de la realidad, sino la forma en la que la realidad se presenta. Podemos tomar aquí el esquema kantiano, y afirmar que el lenguaje es una estructura que categoriza la realidad, sin desviarnos en absoluto del materialismo dialéctico.
Por tanto, está claro que ni el género neutro ni la construcción de un nuevo lenguaje van a acabar con la dominación machista en la sociedad: esta seguirá mientras las fuerzas y relaciones de (re)producción del patriarcado sigan vigentes. Pero sí cambiará la forma en la que concibamos esa dominación, sí nos puede ayudar a interpretar y transvalorar esa noción de dominación, de poder (siguiendo a Foucault).
Un cambio en el lenguaje no hará que decrezca el número de violaciones o de maltratadas, pero sí producirá un cambio de conciencia que nos haga responder con más violencia y asco cuando estos casos ocurran. El lenguaje no es, no puede ser neutral. Suponer eso es la auténtica ingenuidad, las palabras siempre son elegidas, no surgen. Aunque parezca una tontería, al hablar de “nosotras” siendo hombres, estamos asumiendo el compromiso de combatir contra la forma en que la dominación se perpetúa y se reproduce. Ganaremos esta batalla cuando al escribir “nosotrxs” dejemos de leer “nosotros”.
miércoles, 23 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
Mi ciudad.
A las siete y veinte de la mañana aún hace frío.
Hace frío al salir de casa con la mochila en la espalda,
hace frío al ponerte los cascos y escuchar a Cohen. Pero hace más frío al bajar
la cuesta del paro para ir a la Renfe, y encontrarte más de treinta personas, de todas las edades, haciendo cola. Haciendo cola en silencio y en
orden, incluso al otro lado del paso de cebra. Hace frío al ver tanta gente
cabizbaja, que probablemente lleve de pie en ese lugar varias horas, esperando
a que la oficina abra. Hace frío al pensar en todas esas caras que pasan de un
barrido por delante de los ojos. Pero entrar un par de horas más tarde a la
universidad es, si cabe, peor.
Porque todavía hace más frío a las diez y veinte de la
mañana.
Antes, los bancos del parque cerca del metro estaban
ocupados por ancianos descansando, o esperando a que un par de niñas se
cansaran de montar en bicicleta para volver a casa a comer. Esta mañana estaban
ocupados por jóvenes de unos treinta años esperando no se sabe a qué, levantándose
y caminando hacia no se sabe dónde. Lo más desolador, si cabe, no es la
situación, sino la aceptación de esa situación: millones de personas que
sienten su situación como un fracaso propio, personal. La resignación de haber
perdido toda esperanza combinada con la fuerza centrípeta que les arrastra cada
mañana al Inem, aunque sólo desean bajar los brazos definitivamente y pudrirse
en casa frente al televisor. Pero son incapaces de volver a casa, vagan por la
calle sin destino ni intención, pisando baldosas llenas de grietas y chicles
negros. Que todo estalle de una vez, lo que vendrá no puede ser peor que lo que
hay ahora mismo.
En la periferia, todo es una ruina constante. Calles cuyas
baldosas están rotas y entre las que crece hierba, paredes ennegrecidas y
cubiertas de graffitis mal hechos. Del garito al que solíamos ir sólo queda una
gran verja metálica permanentemente cerrada. El escaparate lleno de juguetes
que me gustaba mirar de pequeño está ahora vacío. La planta embotelladora que
permitía vivir a cientos de familias está cerrada y ornamentada con banderas de
los sindicatos que, con la cabeza dura y los puños cerrados, aún se niegan a
claudicar. Ya no existe el pequeño supermercado en el que solía comprar el pan
y gastarme el cambio en chuches. El descampado en el que me raspaba las
rodillas ahora está asfaltado, lleno de coches a las siete de la mañana y
completamente vacío a las tres de la tarde. Si tienes suerte, mi ciudad es una
ciudad que sólo utilizarás para dormir. Las conversaciones de sábado noche se
resumen a:
-
¿Salimos por la plaza?
-
Mejor vamos a Madrid. Esto está muerto.
Y quizás no haya mejor palabra para describir mi ciudad. En
la periferia sólo hay ciudades dormitorio. Cada mañana cogemos el tren para ir
a la ciudad, ya sea a la oficina o a la facultad. Y a veces, sólo a veces, con
el traqueteo, recordamos a los que han quedado atrás. Recordamos a aquellos
desesperados que se comen varias horas de cola cada mañana sabiendo que su
esfuerzo es inútil, pero que aún se niegan a despertarse a las doce y quedarse
en casa muriendo lentamente. Recordamos a los compañeros de clase que no
tuvieron tanta suerte y no llegaron a la universidad. Y recordar a los que
quedaron atrás nos hace sentirnos miserables y traidores. Hemos escapado
individualmente de la periferia, una periferia gris que el tiempo, ciertas
políticas o incluso la heroína de los ochenta ha convertido en un estercolero,
y eso debería hacernos sentir agradecidos. Por lo menos, logramos salir
adelante. Pero sólo podemos sentirnos tristes. Somos como el proletariado que
nos describe Owen Jones: huimos nosotros solos, dejando atrás a nuestra gente.
Aún así, que te sigan considerando uno más llena de absoluta gratitud.
Reconozcámoslo: nos sentimos más a gusto en el barrio,
sentados en una grada de granito a las tres de la mañana a varios metros de un
grupo de jóvenes gritando y fumando porros que en un moderno garito de Moncloa.
Hemos conocido la felicidad en la tranquilidad de madrugada bajo las farolas, y
desde aquí se ve un puñado más de estrellas que en Madrid capital. Nos sentimos
más a gusto en el parque con una cerveza o con una freeway del
Lidl para hacerle el boicot a Coca-Cola. Nos sentimos más a gusto cerca de un
cani que de un hipster. Y nos sentiríamos más a gusto si pudiéramos partirle la
boca a cualquiera que salga en la televisión hablando de sacrificio y cultura
del esfuerzo desde el puesto de asesor en la empresa familiar, sin haber visto
en su vida lo que ocurre en mi ciudad todas las mañanas. Y si también os sentís
así, en la periferia del sur siempre seréis bienvenidas.
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