domingo, 22 de junio de 2014

Fragmento VI.

 2014. Madrid. Antes de girar el picaporte de la puerta de mi apartamento, me llevo las manos a mi bolsillo del abrigo. Cuando cojo el mechero que había olvidado encima de la mesa, salgo y cierro con cuidado para evitar el portazo. Bajo las escaleras despacio hasta el portal, mis tacones rojos no me permiten correr. No importa, tampoco tengo prisa. Tapo mi cara gracias a  mi pelo rubio, ondulado y largo. El frío me recibe al abrir la puerta. Una mujer mayor que pasea me pregunta si no tengo frío con la minifalda y respondo con una mueca antes de ponerme las gafas de sol. Enciendo un cigarrillo, y mancho el filtro de pintalabios rojo. Comienzo a caminar hasta Gran Vía, y zigzagueo para esquivar a algunos turistas. Al pasar delante de una zona en obras, un señor me grita un piropo cuando cruzo. Logro controlarme y no volarle la cabeza. Sólo tienes una bala, recuerda. No puedes hacerlo. Ni siquiera giro la cabeza para contestarle, continúo despacio mi camino bajando la Gran Vía. No hay distracciones cuando tienes un objetivo. A la altura de Plaza España, por fin puedo verle. Está sentado en un banco junto a la fuente, con las piernas abiertas, hablando por el móvil. Ríe sonoramente. Cruzo el paso de cebra con pasos largos, y me quito las gafas de sol al llegar al parque. Dos manchas negras, en forma de ojeras de mapache, cubren mis mejillas. Saco el revólver del bolsillo del abrigo, y me coloco enfrente del banco. El sol está a mi espalda, el hombre entrecierra los ojos. Levanto el revólver con decisión. Cuando el hombre consigue reconocer mis ojos, esos ojos verdes que en su día estaban llenos de pánico y que desde entonces no ha podido olvidar, se queda blanco y mirando fijamente. Parece que pide algo parecido a compasión. Intenta tartamudear y yo hablo tranquila:

-          Los cerdos como tú no tienen redención.

Se lleva las manos a la cara. Aprieto el gatillo. La bala atraviesa su palma derecha, y sigue su recorrido agujereando su cabeza a la altura de la mejilla. El banco se llena de sangre y trozos de cráneo. La gente a mi alrededor empieza a gritar. Dejo caer el revólver, y huyo en dirección a Debod. En el puente bajo la carretera, lanzo la peluca rubia al suelo. Con cuidado, saco mi pequeña y ajada libreta y un bolígrafo. Tacho otro nombre. Con la sociedad en mi contra, contra el estigma, contra la marcación de violada de por vida, contra las caras tristes, los silencios, las palmadas en la espalda y la compasión fingida. Fui más fuerte que todos ellos. No he dejado de maquillarme, de ponerme faldas cortas ni escotes largos. No he dejado de salir de noche, que es cuando pasan las cosas interesantes. Y ahora soy King Kong, no Kate Moss. Soy una superviviente en una sociedad que se reproduce en la forma de la violación. Te enseña a esconderte en vez de a defenderte. Pero nosotras aprendimos a resistir por nuestra cuenta. Y ahora, hemos saltado de la resistencia al combate. Guardo la libreta de nuevo en el bolsillo. Uno por uno, van a caer. Va por ti, Valerie.


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