jueves, 10 de julio de 2014

2021, en algún lugar del Madrid ocupado.

-          Venga, va. Porfa, cierra el libro y cuéntamelo.
-          No, en serio. Es una historia muy larga.
-          ¿Y acaso no tenemos tiempo?
-          Bien. Intentaré hacer memoria. Recuerdo que todo empezó en la facultad de geografía.
-          En el campus de Moncloa, ¿verdad?
-          Sí. Allí las contradicciones teóricas se volvieron problemas prácticos. Allí comenzó todo.
-          ¿Qué pasó?
-          Si me estás interrumpiendo todo el rato se me hace más difícil continuar la historia.
-          Lo siento. Tengo mucha curiosidad.
-          Lo sé. Allí conocí a mis compañeros, allí aprendí a utilizar las armas: tanto las teóricas como las prácticas.
-          ¿Estabais organizados? ¿Teníais preparación previa?
-          Para que te hagas una idea: en un jueves por la tarde aprendí a montar y desmontar el fusil. El viernes por la mañana estaba recorriendo el monte con el fusil a la espalda.
-          ¿Cuántos erais?
-          Quince.
-          Lo siento por haber preguntado eso. No quiero hacerte sentir incómodo.
-          No te preocupes. Sé lo que estás pensando ahora: que yo sepa, sólo quedan dos compañeras vivas y yo.
-          Podemos seguir la conversación mañana.
-          Ya que la hemos empezado, voy a seguir contándote la historia hasta que me entre sueño. La facultad de geografía fue el epicentro de la resistencia contra el fascismo. Estaba en tercer curso cuando se produjo el golpe. Pronto comenzaron a llegar estudiantes de otras facultades, y comenzó el encierro indefinido.
-          Lo recuerdo. Los cuatro muertos.
-          Al principio fue un infierno. Como no podían entrar, los policías comenzaron a gasear el edificio y a cargar contra los que intentábamos huir. Todo se convirtió en una partida de ajedrez. Necesitaban muertos, y los consiguieron. Desequilibraron la balanza, y teníamos que responder.
-          ¿Cómo conseguisteis las armas?
-          Clandestinidad.
-          ¿Y os echasteis al monte sin más?
-          Nos pareció la mejor idea. Defender la facultad habría sido un suicidio. Habrían prendido fuego a la biblioteca, y no podíamos permitirlo. Tuvimos que entregarla.
-          ¿Por eso os precipitasteis?
-          Fue la noche del jueves. De madrugada nos despertaron los disparos. Tuvimos que huir pegando tiros, y murieron dos compañeros.
-          ¿Qué pasó después? ¿Cuánto tiempo estuvisteis en el monte?
-          Dos años.
-          Te imagino con barba de náufrago y me entra risa.
-          También tenía un brazo en cabestrillo. Adoptamos el método de guerrilla. Cada bala importaba. Atacábamos cargamentos cada mes. Hasta acabaron vigilando los cargamentos con francotiradores, todo gracias a nosotros.
-          ¿Cómo os cogieron?
-          Una emboscada. Debíamos acudir al punto de encuentro con la Brigada Internacional Hugo Chávez Frías. No cuidamos bien nuestros pasos. Cuidado. Un ruido.
-          Sí, yo también lo he oído. Mejor hacerse los dormidos.

-          Vale, ya está. Jodidos carceleros, están aumentando los paseos.
-          Lo sé. Ya no recuerdo por dónde iba.
-          Cuando os cogieron.
-          Sólo quedamos con vida mis dos compañeras y yo. Recuerdo el frío de la noche, recuerdo que aún así por dentro ardía de rabia y dolor.
-          ¿Qué os hicieron?
-          Torturarnos por separado. Luego nos llevaron a diferentes cárceles. Delante de todo el mundo. Miradas de odio y miedo, susurros. Levanté la cabeza para que todos pudieran verme. Me miraban como a un criminal. Me recordó a Vigilar y castigar de Foucault.
-          ¿Cómo?
-          No importa. Creo que eso era todo.
-          Pero, ¿cómo resististe dos años? ¿Por un futuro mejor?
-          No. Para honrar al pasado, a nuestros bisabuelos, al Madrid que frenó al fascismo en el 36. El sacrificio no se nutre del ideal de los nietos liberados, sino de la imagen de los antepasados sometidos.
-          ¿Y cómo pasaste de los libros a los fusiles?
-          Nunca he abandonado los libros, pero te responderé con una frase de Marx. Decía algo así como que la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, mientras que este encuentra en ella sus armas intelectuales.
-          Es una frase muy bonita.
-          Por cierto, tú no me has contado tu historia.
-          ¿Quieres que te la cuente?
-          Mejor mañana. Me está entrando sueño.
-          Vale, mejor irse a dormir entonces. Si nos descubren despiertos, tendremos problemas.
-          De acuerdo, buenas noches, compañero. Se besan.
-          Buenas noches, compañero. Me ha impresionado mucho tu historia.
-          Gracias.

-          ¿Estás dormido?
-          No.
-          ¿Puedo preguntarte una última cosa?
-          Sí.
-          ¿Has matado a alguien?

-          Sí. Lo he hecho.
-          ¿Qué se siente?
-          No lo sé. Es extraño.
-          ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste asesinar a un ser humano?
-          Pintaba con la imaginación una esvástica en sus cabezas. Es la única forma. Preferiría no seguir hablando sobre ello.
-          Siento haberte molestado, no era mi intención. Sólo tenía curiosidad.
-          Tranquilo.
-          Descansa. 



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