Cada vez me cansa más ir a manifestaciones, dar un paseo,
pegar unos cuantos gritos y volver a casa creyendo que el mundo está mejor que
hace un par de horas. No me malinterpretéis, nunca me cansaré de salir a la
calle, lo que me cansa es esa sensación de haber “hecho” algo, la conciencia
tranquila de “al menos estoy aquí, en la calle”. Yo no quiero tener que mirar
en el futuro a mi hijx y encogerme de hombros cuando me pregunte por qué todo
apesta. “A mí no me mires, yo al menos salía a veces a manifestarme”.
Hablo a toda la gente de mi generación: ¿realmente alguna de
vosotras espera vivir hasta los setenta años, realmente creéis que tendréis una
vida tranquila? Es una costumbre histórica de todo presente intentar
proyectarse en un futuro homogeneizado (igual exactamente al presente), negando
los acontecimientos y pretendiendo mantenerse en un “no pasa nada ya”. Si
alguien os dice que esta detención del tiempo es únicamente propia de nuestra
“época posmoderna”, no es así. Siempre ha ocurrido. Pero la verdad es que leyendo
historia sabemos que vendrán los “tiempos interesantes” de los que hablaba
Zizek (expresión, por cierto, utilizada como maldición), que nuestra generación
no va a pasar de puntillas por el mundo: habrá otra guerra, habrán
oportunidades revolucionarias, contrarrevoluciones, represión. Nada es eterno,
nada dura para siempre.
Y nos tocará tomar partido. Si no lo hacemos, elegirán por
nosotras. Por ello, querría escribir un par de apuntes sobre la relación entre
el espontaneísmo con la teoría revolucionaria. Voy a entender aquí por
espontaneísmo algo así como lo que Foucault entiende como “percepción de lo
intolerable”, es decir, un acto de puro rebote contra un sistema opresor, un
levantamiento directo ante una injusticia, una explosión de rabia incontrolada
“contra la totalidad” como decía Debord. Una revuelta, ni sólida ni líquida
sino directamente gaseosa: como el humo, no se puede atrapar ni inscribir
dentro de una lógica de dominación; la misma revuelta destruye la lógica de la
dominación. Tenemos muchos ejemplos de estos procesos: Londres, Watts,
Ferguson. Focos de la revuelta, “verdaderos estados de excepción” donde, como
decía Benjamin, abolen la “regla” de la dominación (creo que soy incapaz de
escribir nada sin citar a Benjamin).
Pero vamos con un ejemplo más “próximo”: Las marchas de la
dignidad (de Madrid) y la comparación entre las de 2013 y las de 2014. En ambas
el ambiente fue tranquilo hasta minutos antes de las 21:00, hora a la que
empiezan los informativos. En ambas, la policía comenzó a cargar en ese
momento. Y aquí comienzan las divergencias:
2013 fue un “sálvese quien pueda”, fue un puñado de gente
corriendo de un lado a otro de Madrid, sin saber muy bien qué hacer, buscando
refugio de las ostias de la policía y sin tener claro, siquiera, en qué calle
estaban o no estaban cargando. Algunas decidieron responder a la violencia de
la policía, pero se trató de casos muy aislados y de pura rabia e impotencia.
Aquella noche la policía despejó Madrid sin problemas.
En 2014 hubo un salto cualitativo. Tal y como afirmaron los
mass media (por cierto, igualando organización y terrorismo, algo que no es
casualidad) varios grupos organizados se desplazaron a Madrid con un objetivo
claro: saber cómo responder a la violencia policial. Habían estudiado, habían
entrenado, sabían cómo moverse. Cuando la policía empezó a cargar, muchas
corrimos de nuevo sin saber qué hacer, sí. Pero otras muchas mantuvieron la
calma. Quien, con un mapa de Madrid en la mano, empezó a decir: “si cortamos
esta calle y golpeamos aquí, el centro es nuestro”, provocó este salto
cualitativo. Lo cierto es que aquella noche la policía se llevó un gran susto.
Lo cierto es que todas tenemos en nuestras retinas la imagen de un furgón de
policía totalmente destrozado dando marcha atrás por Recoletos: viendo de nuevo
ese vídeo en Youtube te percatas de que, por unos momentos, la calle fue
“nuestra”, y que si la policía logró despejar el centro de Madrid aquella noche
se debió, únicamente, a la correlación de fuerzas. La policía se replegó y
luego atacó con una fuerza muy superior. No hubo ningún error táctico por parte
de la gente que estaba allí, lo que ocurrió, ya lo dijo Brecht es que:
Fracasamos,
Porque fuimos pocas.
No se trata de que exista una mayor posibilidad de victoria,
ni de que la fuerza aumente exponencialmente: se trata, como he dicho, de un
cambio cualitativo, no meramente cuantitativo. A los medios de comunicación le
preocupó más ese carácter de “grupo violento organizado” que el doble de
personas, por separado, provocando más daños y rompiendo más cosas. De hecho,
los días siguientes fueron una fiesta: los tertulianos “de izquierdas”
defendiendo que se trataba de “cuatro energúmenos” contra los de derechas que
hablaban de “terror organizado”.
Pero abandonemos los ejemplos para hablar de algo más
abstracto: ¿Es posible, o mejor que posible, producente, una acción espontánea
sin una teoría revolucionaria que la sustente? Que está abocada a desvanecerse
está claro: ninguna revolución se ha llevado a cabo sin una teoría
revolucionaria sólida que asome por detrás (de hecho, durante la segunda mitad
del siglo XX, toda revolución efectiva que llevó a cabo un proceso de
descolonización contra el invasor-opresor imperialista, tarde o temprano, tuvo
que, por decirlo así, “leer las obras de Lenin”). Pero no nos estamos
preguntando eso. La pregunta que nos hacemos es: ¿El mundo, después de una
revuelta espontaneísta, queda “igual” a como estaba antes de dicha revuelta?
La situación de la conciencia efectiva, la correlación de
fuerzas, ¿siguen igual? Es obvio que no es posible responder a esta pregunta de
modo abstracto sin ir observando caso a caso (¡análisis concreto de la realidad
concreta!), pero sí me atrevería a afirmar, con Rosa Luxemburg, que muchos de
esos levantamientos fallidos por alcanzar el poder “antes de tiempo” (Luxemburg
une este “antes de tiempo” con la visión reformista de “esperad un poco más
para hacer la revolución”, siempre acaba siendo demasiado pronto o demasiado
tarde), estas revueltas prematuras, crean las condiciones de posibilidad para
la victoria final. Es tremendamente cierto que sin la reconstrucción de la
teoría revolucionaria nunca alcanzaremos el poder, pero las luchas del
“mientras tanto” crean las condiciones de posibilidad para esta reconstrucción.
De las Marchas de la dignidad de 2014, de Ferguson, de Londres: de todas estas
experiencias podemos extraer enseñanzas prácticas para construir la teoría, y
hay muchas compañeras que están ahí ahora. No debemos caer en el espontaneísmo
como un fin en sí mismo porque sólo nos emociona durante un par de semanas para
después desaparecer como vino, pero tampoco creo que debamos rechazarlo en
bloque como contraproducente e imposible de revolucionarizar.
Alguien, para explicar este tema, puso un ejemplo muy
gráfico: estamos ante un muro y podemos, bien intentar demolerlo a cabezazos,
bien buscar un martillo. El martillo es el marxismo-leninismo. Pero, en la
situación que estamos, en un mundo intolerable, podrido, estructuralmente
asesino en el que es extremadamente fácil convertirse en Eichmann, quizás haya
que cambiar un poco el ejemplo:
Pongamos a una persona que se está ahogando en un mar
tremendamente peligroso. Tenemos dos opciones: saltar a salvarle, o ir en
búsqueda de un flotador. El marxismo-leninismo es el flotador: lo único que
impedirá que nadie más se ahogue en un futuro en esas aguas. Vamos a dejar de
lado el aspecto moral y problemático de si es legítimo que una persona inocente
muera ahogada mientras estamos buscando el flotador, y si se puede o no reinscribir
su muerte en una lógica histórica de progreso. Vamos al aspecto más técnico,
menos individual y más estructural: si no hemos saltado al agua a intentar
salvar a alguien, si sólo nos quedamos en la orilla o buscando flotadores, no
tenemos ni idea de qué flotador necesitamos para salvar a alguien. No podemos
calcular el índice de flotación, ni la cuerda necesaria para llegar a la
orilla. A lo mejor nuestro flotador ni siquiera llega al agua. Lo importante, todas estaremos de acuerdo, es construir un flotador que
sirva en el futuro: no podemos estar dependiendo de que existan buenas personas
que, en el futuro, salten a salvar a las personas que se ahoguen. Necesitamos
el flotador, necesitamos el marxismo-leninismo. Pero necesitamos haber salvado
a alguien para poder construirlo.