lunes, 29 de diciembre de 2014

Porque fui soy, porque soy seré.

Soy la sonrisa del vietnamita cuando descubre que el M16 del yanki que tiene justo delante se ha encasquillado. Soy el niño argelino que dispara al corazón del policía francés y deja caer la pistola en una papelera. He caído a las puertas de Madrid para impedir que el fascismo pasara en el 36. Soy la niña palestina que recoge cuadernos entre las ruinas de lo que fue su casa y que prefiere los días nublados porque los drones no pueden volar. He recibido un disparo en el estómago y he agonizado mirando el azul cielo de Stalingrado, he sido quemado vivo en Odessa, y he muerto por una infección en la selva del Mekong. Apreté los puños cuando la policía francesa disparó a matar en Argel, y fui torturado en una prisión invisible de la CIA. He sido humillado y golpeado hasta la muerte por unos encapuchados de blanco en Kansas, y nadie habló jamás de mí. Fui asesinada de un golpe en la cabeza (y por la espalda) a la salida de un restaurante por detener una agresión machista. Morí en una cárcel irlandesa por resistir con una huelga de hambre. Soy el que disparó a los relojes de los campanarios en el 71 en París, y el que entró en tanque en el 44. Caí con la Lincoln intentando volar un puente en España porque, aunque no fuera nuestra patria, contra el enemigo nos llamaba el deber. Fui enterrado por mis compañeros junto a una cinta negra y naranja a las afueras de Donetsk. Me apuñalaron en el corazón en un vagón en Legazpi. Caí liberando Kobane con el ejército kurdo. Me reventé cayendo al vacío desde un andamio, y morí de hambre en la carretera al huir de la miseria de Oklahoma rumbo a California. Fui fusilado contra un muro levantando el puño derecho, y mis extremidades están dispersadas por Faluya, entre sangre y ruinas humeantes. Fui quemada viva en una fábrica por luchar por mis derechos, y tuve que exiliarme para huir de la represión. Enfermé hasta morir por comer el arroz que sembré el mayo del año pasado porque fue regado con agente naranja. He trabajado hasta destrozarme los riñones y las manos, y he sido golpeado por la policía al descubrir que los derechos no se regalan, sino que se conquistan. He dormido al raso en las montañas de Sierra Maestra, y he resistido el invierno de Moscú sin calefacción. He follado por dinero con gordos padres de familia que van a misa los domingos, y he resistido las jodidas miradas de complacencia y condescendencia de la gente. Bajé la cabeza mientras mi puño derecho se alzaba cubierto por un guante negro en aquel podio en el 68. Esperé llorando en silencio escuchando Radio Magallanes en el 73, y me temblaron las manos cuando los soviéticos liberaron Auschwitz y pusieron un fusil en mis huesudas manos. Mi cadáver flota cerca de la costa de Lampedusa, y desgarré mis manos intentando trepar la valla de Melilla. Por la noche, he utilizado mis llaves del portal como puño americano en cada esquina y he temblado de rabia e impotencia cada vez que escuchaba pasos detrás de mí. Vi todos mis libros de filosofía marxista arder para evitar la cárcel y la represión. Morí asesinada en una celda, colgada con una sábana de una viga. Me dispararon una sola bala en la nuca y me lanzaron al Landwehr Canal. Me metieron un navajazo en el pecho y me lanzaron al Manzanares. He visto imperios doblando las rodillas ante la fuerza de pueblos organizados, he visto al elefante ser derribado por un saltamontes con la cabeza muy dura. He visto la nieve, el polvo, la hierba y el asfalto mancharse de sangre. He resistido siempre con lo que he tenido, y sólo existo en la historia cuando esta es cepillada a contrapelo. Soy las nadie que construyen silenciosamente la historia, y son enterradas por las ruinas del progreso. Soy ese susurro imparable, que si se organiza lo arrasará absolutamente todo. Soy la peste, la enfermedad, la angustia y esas malas hierbas imposibles de erradicar. Naceré hasta en un desierto. He aprendido a sobrevivir en el fango. Soy las que nunca han vencido, soy la eterna derrota. Soy la sal de la tierra, soy la dignidad que resiste.

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