viernes, 17 de enero de 2014

Fragmento II.

1940. California. Blanco y negro es elegancia, nostalgia, quizás un puñado de sueños. Los sueños metidos dentro de una maleta y abandonados junto Sunset Blvd. La magia de los 35 mm. Cada poco tiempo, una mancha ovalada negra en la esquina superior derecha de la pantalla. Un zumbido constante en la atmósfera sirve como base para las conversaciones. Sentados en un puente bajo una autopista. Quizás, al asomarnos veamos las estrellas. Pero esta noche no es para mirar estrellas. Música de fondo de Woody Guthrie. Quizás, música de combate antifascista. Quizás sólo antiguo country, que sueña con una tierra para ti y para mí. La tierra de las oportunidades cotiza a medio dólar la hora. Una jornada laboral de ocho horas no ganada, sino conquistada con sangre y sudor. Boina encasquetada, botas hechas para caminar, callos en las manos, quizás manchas de carbón en la cara. Aún así, los dos sonreímos mientras contamos viejas historias. Humo que sale con fuerza de mi boca, y despacio del cigarrillo que sostengo. La luz de la hoguera crea formas y sombras en nuestros rostros. Pero apenas calienta. En el suelo, un papel arrugado y manchado de agua de lluvia relataba otra victoria en un país extranjero. El ruido de los coches que atraviesan la carretera impide que nos concentremos. Al fondo, una bella y decadente ciudad, altos rascacielos creciendo vertiginosamente en número. Al este, el desierto. Por el sudoeste está la fábrica. Mis ojos se abren y dejo de sonreír. Miro mis manos rotas de trabajar. Ser un héroe de la clase obrera es algo duro. Comida fría, miembros amputados, caídas del andamio, el deber de luchar siempre por un sitio donde caer muerto: el obrero, al fin y al cabo, es el tipo duro. Los golpes de la policía duelen menos que el llanto de un bebé hambriento. La consigna es resistir: el límite es el cielo. Con cuidado, saco una pistola de mi bolsillo ajado. El fantasma de Tom Joad, sentado a mi lado junto al fuego, asiente con la cabeza. Búscame, mamá. Estaré allí.


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