viernes, 24 de enero de 2014

Progreso y catástrofe.

El tiempo, la línea histórica, en términos hegelianos se entiende como un progreso creciente de libertad: en la Historia hegeliana no hay retrocesos. Cada momento es el Espíritu absoluto desvelándose, realizándose en la totalidad de la especie humana, de la Humanidad. Cada acción histórica viene justificada desde un primer principio. Y así es. La filosofía hegeliana sólo desarrolla un principio, genera un movimiento a partir de contradicciones. Pero no es un movimiento real, sino un simulacro de movimiento. La filosofía hegeliana aparenta moverse, pero en realidad, sólo justifica los principios utilizando para ello el resultado final. La circularidad del sistema hegeliano es innegable.

Cada pueblo, en Hegel, desarrolla un momento más del Espíritu absoluto, agrega más libertad a la que ya existía. Hegel afirma, en efecto, que Alemania es el último pueblo antes del final de la Historia, el pueblo definitivo que llevará las conquistas humanas hacia su máxima expresión. Francia ha tenido que pasar por una sangrienta revolución, y ha tenido que cortar las cabezas de los tiranos. El modelo ilustrado francés, cortar cabezas y después educar a las que queden, es para Hegel un absoluto horror. Y como la Historia es sabia, es progreso, desvelamiento de la razón, el pueblo alemán será más sabio que el francés: Claro. Hegel sabe que es mejor educar las cabezas antes que cortarlas.

Pero en este esquema entra Haine, cuando afirma sarcásticamente que el modelo que defiende Hegel, educar cabezas antes de cortarlas, representa muchísimo mejor la barbarie que el modelo ilustrado francés. La historia no puede tener razón, el tiempo no puede hacerse conceptos. Haine no se equivocaba, nunca lo ha hecho. Robespierre eligió la guillotina, pero Hegel eligió Auschwitz. Robespierre “recortó” las partes sobrantes del derecho, hizo que la sociedad entrara en estado de derecho cortándole el cuello al rey, obligando a la sociedad a que encajara en el derecho. Hegel hizo que el derecho entrara en estado de sociedad o, peor aún, de historia. Porque “el tiempo lo dirá”, nada es más sabio que el tiempo. Y es lo que ocurre cuando se presenta la historia como un desarrollo ininterrumpido de racionalidad. Que la racionalidad deviene técnica, y la técnica no es neutral.

Quizás, Adorno trazara mal la línea: No hay una línea recta desde la Ilustración hacia Auschwitz, esa línea existe pero no parte de la Ilustración sino de la filosofía de la historia de Hegel. El progreso hegeliano, la locomotora de la historia que avanzaba hacia la racionalidad y la libertad, se asusta de golpe al observar los campos de exterminio nazis. Pero este susto no es inocente. Resulta que el “humanismo” hegeliano, la razón encarnándose en la Humanidad y conquistando poco a poco la libertad, Dios llorando de emoción al reconocerse en el género humano, en realidad era la racionalidad técnica deshumanizante, la máxima eficiencia, Eichmann apuntando en su libreta la tasa de prisioneros cremados como si de los beneficios de una empresa se tratara.

Porque la historia sí es una linealidad, pero una linealidad de catástrofe. La Historia con mayúscula se basa en el “todo sigue así” parafraseando a Scholem. Es el huracán de la imagen que presenta Benjamin, que arrastra hacia delante al Angelus Novus de Klee, que, sin poder plegar las alas, sólo puede observar las ruinas transparentes que va dejando a su paso el tiempo hegeliano. El ángel de la Historia mira con horror las ruinas dejadas a su paso, un auténtico espanto lo invade. Pero también ve redención.

La redención son esos estallidos en los que el tiempo se detiene. Esas irrupciones mesiánicas que logran detener, aunque sea por un momento, el imparable arrastre de la Historia. En esos momentos, la Humanidad puede escuchar cómo crece la hierba, las ruinas de la historia se visibilizan, se hacen opacas, cobran estatuto ontológico, comienzan a “contar” para la historia. La cotidianeidad exige un hueco entre el imparable progreso histórico, y los momentos de redención se conectan unos con otros, dándose sentido en una doble direccionalidad temporal pasado-futuro. El Angelus Novus ve emerger de entre las ruinas pequeños instantes, pequeños fragmentos de calma. Esas irrupciones son las revoluciones.

Irrupción mesiánica es el pueblo francés tomando la Bastilla, son los comuneros de París disparando a los relojes (disparando al padre tiempo, al contexto de todos los contextos), los bolcheviques tomando el palacio de Invierno. Momentos en los que el proletariado, los nadie, los eternos olvidados por la historia (invisibilizados más que invisibles), los que se amontonan en las ruinas, adquieren sentido.

Y adquieren un sentido mesiánico de redención. El proletariado sólo puede redimirse haciendo una revolución, conectando con los otros momentos revolucionarios del pasado y del futuro. Y la violencia es partera. No comprende nada Arendt cuando afirma contra Fanon y siguiendo supuestamente a Marx, que no es la violencia sino las contradicciones inherentes al capitalismo las que provocarán el fin de este. Con esas contradicciones llevamos dos siglos. El socialismo no puede ser una locomotora que corra más que el capitalismo, pues eso es técnicamente imposible. Ningún sistema económico corre más que el capitalismo, abocado a la autodestrucción, y a vivir esa autodestrucción como máxima expresión de goce estético. El capitalismo es una rueda de ratón, y sus contradicciones lo aceleran. Por eso la tirada violenta del freno de emergencia es redención: los viajeros del tren se salvan a sí mismos, y también salvan el mundo, es la única vía.

Cuando Fanon y Sartre afirman que la violencia contra la policía francesa es la afirmación ontológica del lumpenproletariado argelino, quizás no estén diciendo una barbaridad. Y Arendt cuando iguala la violencia del ejército francés a la violencia del FNL (al igual que hace lo propio con la violencia racista y la violencia del Black Panther Party) está igualando la violencia del agredido con la violencia del agresor, muestra inequívoca de apoyo al agresor. Sólo la violencia puede redimir al proletariado, sólo la lucha y la organización puede dar ese impulso mesiánico. Arendt fija estas contradicciones en vez de incluirlas en un devenir que desemboque en el cambio violento del estado de cosas existente. Quizás Arendt nunca se haya quedado hipnotizada frente a una fogata.

Porque, al fin y al cabo, el proletariado sigue siendo el heredero de la filosofía clásica alemana, aunque esté tocado y hundido, “en cama y con 40 de fiebre” como dice una canción de Los Chikos del Maíz. El proletariado es el sujeto histórico. El obrero sigue siendo el tipo duro, el que madruga y tiene las manos rotas de trabajar: porque es el ser social el que determina la conciencia. Por mucho que quieran los analistas políticos, sólo del proletariado puede nacer la irrupción mesiánica, sólo de los sin esperanza viene la esperanza. El proletariado es el mesías, el llamado a redimir la Humanidad, a accionar el freno de emergencia que tumbe al capitalismo y a sus relaciones de producción. No hay salvador individual, el proletariado es el héroe cotidiano.

Y el proletariado despierta en los barrios, no en los medios de comunicación: hay “periodistas” a años luz de la realidad cuando afirman que no entienden “por qué un barrio pacífico que ha luchado pacífica y legítimamente como Gamonal sale en defensa de los cuatro vándalos descerebrados que incendian contenedores y rompen escaparates”. Porque esos vándalos son hijas, hermanos, vecinas. Porque ellos son el barrio, son el pueblo, son el proletariado. Necesitamos gente que vaya a los platós y se lo diga claramente. Porque así lucha la clase trabajadora: organización, lucha y respuesta. Quizás este “proletariado puro” sea sacado o copiado del idealismo alemán. Sigue siendo lo universal en lo individual, la clase que abolirá las clases, sigue siendo la negación dialéctica que contiene la afirmación, o si se quiere, el Dios metafísico-hegeliano. El proletariado será el Mesías de los temps modernes, pero es nuestra única posibilidad de redención. Construir, luchar para que despierte, tome conciencia de sí, antes de que sea tarde. Las desheredadas heredarán la tierra, y no les asusta que sólo queden ruinas. Además, jamás perdonarán que hayáis sido neutrales en un tren en marcha.




Pd: Lamento el repetitivo y quizás extenuante mesianismo “profano” que desprende el texto. Sobredosis de Benjamin.

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