Las Tesis sobre el concepto de
historia (Geschistsphilosophische
Thesen) (1940) comienzan relatando una historia acerca de un autómata
jugador de ajedrez en cuyo interior se esconde un feo y jorobado enano, que es
maestro. A diferencia de como suele hacerse en los cuentos infantiles, esta no
comienza con la fórmula mítica «érase una vez» [es war einmal], sino que
empieza con «se dice que hubo» [Bekanntlich
soll es… gegeben haben] .
En la renuncia a comenzar relatando una historia mediante la primera fórmula
hay ya una declaración de intenciones: las primeras palabras de las tesis no
son neutrales ni escogidas al azar. En el «érase una vez» con el que empieza la
mayoría de los cuentos infantiles está expresado el historicismo de un presente
que se lanza a conquistar el pasado, un pasado fijo, inmóvil, que no opone
ninguna resistencia contra esta conquista y colonización; como la violencia
mítica fundadora está siempre al servicio del mejor postor, la clase dominante,
para legitimar y justificar su dominio en el presente. En palabras de Mate, el
pasado está «a merced del visitante» ,
del turista. En la tesis XVI, a través de un ejemplo patriarcal Benjamin
identificará el «érase una vez» con una prostituta que trabaja «en el burdel
del historicismo» mientras que el materialista histórico permanece lo «bastante
hombre» como para no desgastarse en burdeles .
La clase dominante presenta el pasado como un hecho neutral que es parte de un
desarrollo natural culminante en el propio presente. De esta forma, toda
muestra de vida y movimiento en el pasado (es decir, de apertura, de la
posibilidad de un pasado distinto al oficial) es anestesiada. En una
conversación con Bloch, Benjamin revela que la tarea de su propia obra
(refiriéndose al Passagen-Werk) es la
liberación de «las inmensas fuerzas de la historia que permanecen encadenadas
en el “érase una vez” de la historiografía clásica» .
Como se afirmó antes, «la historia que mostraba las cosas “como propiamente han
sido” [es decir, al modo del positivismo del hecho histórico, recordemos a
Ranke] fue el más potente narcótico del siglo» .
Se trata aquí de lograr despertar esas fuerzas anestesiadas.
Como se explicó en el capítulo anterior, el historicismo (entendido como
plantear la extensibilidad única y lineal desde el pasado hacia el presente)
entronca directamente con la melancolía/acedia
y con la resignación ante el orden social establecido, es decir, ante los
vencedores (vencedores y poderosos aquí son dos términos indisociables, en
palabras de Benjamin «los cada vez más poderosos son los herederos de los que
siempre han vencido» ).
La imagen que podemos describir aquí es la de un cortejo triunfal en la que las
clases dominantes muestran ostentosamente su hegemonía militar, su lujo, sus
botines (aquellas alegorías barrocas, como El
triunfo del César, Escuela de Mantegna, siglo XV ,
son muestra de ello) ante las clases oprimidas que se congregan alrededor, las
mismas clases oprimidas que han producido los botines, construido los carros y
erigido los monumentos conmemorativos. Benjamin continuará con una de sus
frases más citadas: «no hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo
de barbarie» . Detrás
de los arcos del triunfo y catedrales no está sólo el «esfuerzo de los grandes
genios que los han creado, sino también, a la vez, la servidumbre anónima de
sus contemporáneos» , estos
contemporáneos que han sido esclavizados y asalariados para levantar tales
solemnes monumentos edificados, la mayoría de las veces, para conmemorar la
derrota de los propios oprimidos. Estos vencidos en la lucha de clase han
sufrido no sólo una muerte en el plano militar, sino también una «segunda muerte»
en términos de Mate :
la muerte de la insignificancia hermenéutica, la invisibilización más absoluta.
El poema de Brecht Preguntas de un obrero
ante un libro es un recuerdo sincero de esta «servidumbre anónima» de la
que habla Benjamin. Los primeros versos ya dan cuenta de todo lo que está en
juego: «Tebas, la de las Siete puertas, ¿quién la construyó? / En los libros
figuran los nombres de los reyes / ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques
de piedra?» .
Uno de los aspectos más interesantes que resalta Benjamin es que la
dominación no sólo se produce en el presente sino que es arrastrada también
hacia el pasado, esta no se impone únicamente sobre los vivos: «ni los muertos
estarán seguros ante el enemigo si es que éste vence. Y ese enemigo no ha
cesado de vencer» .
El ejemplo perfecto de esta necesidad de combatir a los muertos para demolerlos
lo pone Kautsky al hablar de Thomas Müntzer:
Por mucho tiempo que haya pasado
desde que Müntzer dio la vida por su causa, ésta sigue alentando e infunde
miedo, acaso más todavía que en los propios tiempos de Müntzer. Las calumnias
que todavía hoy difunden de común acuerdo la clerigalla y los sesudos
catedráticos a propósito del gran antagonista de la Reforma principesca y
burguesa carecerían de utilidad si únicamente pretendieran asestar un golpe a
quien está muerto, y no, como es el caso, a la realidad viviente del movimiento
comunista .
Los muertos, oprimidos y derrotados en la batalla, aquí son
instrumentalizados por la reacción para enfrentarse a aquellos movimientos
revolucionarios que se han declarado herederos, que se han negado a que este
pasado muera. La revolución para Benjamin jamás puede olvidar la memoria del
pasado, las generaciones de antepasados que fueron vencidos y oprimidos: aquí el
imperativo judío Zachor [¡recuerda!]
toma toda su fuerza .
En su Elegía primera de Vientos del pueblo Miguel Hernández
escribió que, pese a elegir el de Lorca por una cuestión sentimental, no se
debía olvidar el eco de ningún muerto .
El olvido se convierte aquí en algo peligroso: con un lenguaje muy
benjaminiano, Marcuse afirma que el olvido puede ayudar a sostener la sumisión.
El contenido de la cita justifica su extensión: «olvidar es también perdonar lo
que no debe ser perdonado si la justicia y la libertad han de prevalecer. Tal
perdón reproduce las condiciones que sostienen la injusticia y la esclavitud:
olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron – sin
derrotar a esas fuerzas. Las heridas que se curan con el tiempo son también las
heridas que contienen el veneno. Contra la rendición al tiempo, la restauración
de los derechos de la memoria es un vehículo de liberación» .
Se trata justamente de evitar tomar el pasado como algo que debe aceptarse sin
más con resignación (la lógica que opera en expresiones como «el pasado, pasado
está»): El historicismo es una forma de rendirse al tiempo, asumir el
desarrollo de la historia como una fatalidad natural y borrar las injusticias
del pasado (o justificarlas mediante una especie de teodicea histórica).
El materialismo histórico de Benjamin precisamente se niega a mantener
esta actitud contemplativa, olvidadiza y pasiva respecto de la historia, se
niega a relatar de forma mítica el pasado; se niega a construir épica y a poner
mirada grave y encogerse de hombros al recordar las injusticias pasadas. El
pasado aquí no está muerto ni anestesiado, ni se integra en una continuidad
histórica, sino todo lo contrario: es un pasado abierto, actualizado, vivo,
explosivo. En el PW Benjamin explicará
esta idea de una forma totalmente preciosa:
El materialismo histórico tiene que
abandonar el componente épico de la historia. Arranca violentamente la época de
la sólida “continuidad de la historia”. Pero también hace estallar la
homogeneidad de la época. La carga con ecrasita, esto es, con presente .
De lo que se trata, para Benjamin, es de provocar una explosión en la
continuidad lineal de la historia que no pueda ser reintegrada en el progreso
histórico, de volar por los aires ese cortejo de vencedores y de esa forma
demostrar que no es eterno. Se trata de una actitud totalmente distinta
respecto del pasado: mostrar que este nunca ha sido homogéneo, lineal, único,
sino que la «historia universal» ha estado, está y estará atravesada de
momentos que escapan a esta lógica. Estos momentos de suspensión de la lógica
del acontecer histórico son, para Benjamin, las revoluciones. Estas, según uno
de sus textos más célebres (curiosamente no está en las Thesen sino en los materiales preparatorios, específicamente en [Ms
1100]), no son como afirmaba Marx «las locomotoras de la historia universal»
sino «la acción […] de tirar del freno de emergencia» .
Siguiendo con imágenes archiconocidas de Benjamin, las revoluciones podrían ser
una especie de parapetos construidos entre las ruinas arrojadas a los pies del Angelus Novus para frenar esa tempestad llamada progreso que lo empuja hacia el
futuro .
El ángel de la historia, con el rostro vuelto hacia el pasado, vería los
destellos y reconocería en ellos los fragmentos del pasado que no pueden
reinscribirse en la historia del progreso y la dominación, aquellos fragmentos
que contra el cálculo de una teodicea estallan en una temporalidad distinta a
la de la sucesión continua, interconectándose en un «salto de tigre», aboliendo esta
temporalidad lineal de la sucesión y produciendo la figura de las ruinas
salvando a otras ruinas de seguir en el silencio y el olvido de los opresores.
No
se puede olvidar el rostro de terror del ángel de Klee: «los ojos se ven
desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas» . Esta
imagen es exactamente el negativo del Zeus homérico que describe Schiller en ¿Qué significa y con qué fin se estudia la
historia universal? en 1789:
Como el Zeus homérico, la Historia observa con
una mirada igualmente regocijada los trabajos sangrientos de las guerras y la
actividad de los pueblos pacíficos que se alimentan inocentemente con la leche
de sus rebaños. Por desordenada que parezca la confrontación de la libertad
humana con el curso del mundo, la Historia contempla con tranquilidad ese juego
confuso; porque su mirada, que llega lejos, ya descubre a la distancia la meta
hacia la cual esa libertad sin reglas es conducida por la cadena de la
necesidad .
La mirada tranquila, fría, solemne y resignada ante lo dado del Zeus
homérico se opone radicalmente a la mirada desgarrada y desencajada del ángel
de la historia. Donde uno ve teodicea y progreso el otro ve explotación, ruinas
y miseria. Hay algo de la interpretación benjaminiana del cuadro de Klee que
puede pasar desapercibido. Es cierto que el ángel no puede cerrar sus alas, «detenerse,
despertar a los muertos y recomponer lo destrozado» , pero
sí podría cerrar los ojos ante la barbarie. Aun así no lo hace, sus ojos están
muy abiertos, desorbitados. El ángel prefiere seguir contemplando la montaña de
ruinas que se amontona hasta el cielo y torturándose a sí mismo en vez de
aceptar lo inaceptable.
Esto
podría entroncar directamente con el Zachor
judío del que antes se ha hablado, y de una especie de sentimiento
freudiano de melancolía , en el
que las ruinas del pasado inciden directamente en el presente. No queremos
decir que no exista esto en Benjamin, pero sí matizarlo: este Zachor no es una especie de rencor
infinito, una imposibilidad de superar el duelo, sino un recuerdo asociado
únicamente al tiempo de no-restitución. Si las injusticias del pasado pesan es
porque estas siguen presentes (al igual que Müntzer sigue vivo en el movimiento
comunista alemán de inicio del siglo XX), estas injusticias no han sido
redimidas (si seguirán o no presentes en el futuro es algo de lo que no se
puede teorizar, el pasado es el único profeta; de todas formas, dependerá de
coyunturas históricas y no de leyes naturales). No ha llegado un
final/interrupción de los
tiempos que haya terminado con todas las injusticias, y por ello debemos seguir
recordando. Se trata aquí, literalmente, de extraer del pasado la fuerza
necesaria para luchar por la transformación del presente, se trata de romper
con aquella idea que expresa Marx en El
dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: «la revolución social del siglo XIX
no puede extraer su poesía del pasado, sino sólo del futuro. No puede ella
misma dar comienzo antes de desprenderse de toda la superstición del pasado.
Las primeras revoluciones precisaban evocar la historia universal para
distraerse de su propio contenido. La revolución del siglo XIX tiene que dejar
que los muertos sepulten a sus muertos para alcanzar su propio contenido» .
Marx
da como ejemplos de este «extraer poesía del pasado» el caso de Lutero
disfrazado de Pablo, los jacobinos como herederos de la República Romana, o
1848 disfrazándose de 1789 (otro ejemplo que podríamos añadir es el de 1917
invirtiendo sus dos últimas cifras y ataviándose de 1871). En todos estos casos
se trata, en palabras de Benjamin en la tesis XIV, de una cita «exactamente
como la moda cita un traje ya pasado» . Y esta
actualización sólo es posible porque el pasado no se ve como algo cerrado,
homogéneo, vacío, sino «cargado por el tiempo-ahora» , como
instante revolucionario en el que cristaliza el pasado, el conjunto de intentos
de revolución fracasados.
Para
avanzar sobre esta interconexión entre pasado y presente revolucionarios, la
referencia clara es la Francia del siglo XIX, el Segundo Imperio de Luis
Bonaparte (tanto para Marx como Benjamin, las citas en las Tesis y en el PW son
constantes). Estamos en el París de las mercancías expuestas convertidas en
espectáculo, de Baudelaire, de la prosperidad económica que provoca el
desarrollo imperialista en Indochina, el París de la reordenación urbanística
(las grandes avenidas y bulevares diseñadas por Haussmann para impedir las
barricadas ),
de los daguerrotipos, ferrocarriles (y de su poder de abolir el tiempo ) y del
luto eterno de L’enfermé («el
encerrado», por la monarquía, la república y el imperio), Auguste Blanqui, cuyo
«resonar de bronce estremeció al siglo XIX» . Es
también el siglo de los levantamientos revolucionarios mil veces fracasados y
mil veces reintentados. Cada uno de estos levantamientos no se produce en
abstracto, desconectado de la tradición revolucionaria, sino inscrito en ella.
Lo cierto es que el levantamiento más importante del siglo, la Commune de París (1871), tuvo un eco del
pasado considerable. En una carta a Kugelmann fechada el 3 de marzo de 1869,
sólo dos años antes de esta, Marx escribía: «En Francia se está produciendo un
movimiento muy interesante. Los parisinos se han puesto de lleno a estudiar su
pasado revolucionario más próximo, con el fin de prepararse para una nueva
lucha revolucionaria. Así es como hierve la caldera mágica de la historia» .
Estudiar
el pasado revolucionario para prepararse para la lucha revolucionaria en el
presente es una constante en todo proceso revolucionario. Otro ejemplo más
próximo (sólo temporalmente) a Benjamin sería el de Spartakusbund, movimiento revolucionario marxista al que
pertenecieron Luxemburg y Liebknecht . Cuando
lideraron la Revolución de Noviembre y tomaron Berlín (para después ser
aplastados por los grupos paramilitares de la socialdemocracia, los Freikorps), su mirada no estaba puesta
en el futuro del proletariado alemán sino en un esclavo tracio.
Por
otro lado, es totalmente cierto, y se encarga Marx de recordarlo varias veces
en su Dieciocho Brumario y en La guerra civil en Francia, que
refugiarse en el pasado en una situación revolucionaria puede conducir a la
derrota militar con bastante facilidad. Negarse a romper con el pasado,
permanecer en el duelo y la melancolía, puede producir apatía con facilidad.
Sustituir el análisis de la situación concreta por proclamas, epitafios y
versos, también. Como escribió Flaubert en La
educación sentimental sobre Lamartine y 1848: «los revolucionarios
románticos se han suicidado en las barricadas […]. Los poetas no pueden
vencer». Un poco más adelante: «Para realizar algo duradero, uno tiene que
tener una base sólida. El pensamiento del futuro nos atormenta y el pasado nos
retiene. Por eso el presente escapa a nuestra comprensión» . En una
ciudad en la que el pasado literalmente se borraba de golpe (la gentrificación
y las demoliciones en el centro expulsaban al proletariado a la periferia) era
fácil caer en una idealización del pasado, de lo que Haussmann había derruido.
La nostalgia se convierte así en enemiga de la lucha revolucionaria. Pero, como
se ha dicho, una revolución que no obtenga su fuerza de quienes lucharon en el
pasado, una revolución sin ejemplos, es una revolución anestesiada: tanto hacer
una revolución sin mirar al pasado como negarse sintomáticamente a despegarse
de él es kamikaze. En los materiales preparatorios a las tesis, Benjamin
describe al historiador como un «profeta vuelto hacia atrás» . Esto
por sí solo se convierte en insuficiente, es necesario añadir el poder
explosivo de la novedad, tan propio de la filosofía judía. En palabras de
Buck-Morss, «la Cábala reverencia el pasado para romper con él» .
La
acción revolucionaria debe abolir la linealidad del tiempo y construir una
imagen única con el pasado en la que este es actualizado. No se trata, como
afirma Benjamin en la tesis XVI sobre el concepto de historia, de plantear una
«imagen “eterna” del pasado» sino una «experiencia única» en la que «el tiempo
está en equilibrio e incluso ha llegado a detenerse [Stillstand]» . La
abolición de la linealidad progresista del tiempo histórico sólo puede
entenderse desde esta suspensión mesiánica del acontecer: el pasado deja de ser
una foto fija y siempre la misma (a la espera de que el historiador la observe
desde una óptica presencialista) para convertirse en actual (en palabras de
Reyes Mate, como «actualización de lo inactual» ). La
acción revolucionaria produce una imagen estática, una constelación que
suspende el acontecer y corta el hilo de Ariadna entre pasado y presente. Esta
detención del tiempo se expresa en la imagen con la que Benjamin cierra la
tesis XV: durante la Revolución de Julio de 1830, durante los últimos rayos de
sol del primer día de la insurrección, se dice que en varios lugares de la
ciudad de París se disparó a los relojes de los campanarios simultánea e
independientemente. Alguien, afirma Benjamin que en parte gracias a la búsqueda
de la rima (tour/jour), describiría a la perfección la situación: «Qui le
corirait! On dit qu’irrités contre l’heure, / de nouveaux Josués, aud pie de
chaque tour / tiraient sur les cadrans pour arrêter le jour» . El
tiempo homogéneo del reloj, basado en la acumulación continua de momentos
vacíos, abstractos y acumulables, vuela por los aires. Se produce la irrupción,
el Acontecimiento en la terminología de Badiou, la venida del Mesías. En esta
secularización del momento religioso de la parousía
se debe dar cuenta de una realidad: el Mesías no llega «al final de los
tiempos», sino que los precipita (dohakei
haketz). Este no es culminación de un proceso histórico sino, afirma
Benjamin, el «vencedor del Anticristo» . Viene en
el periodo de la historia en curso para interrumpirla, no sólo es redentor sino
también combatiente, espada de Gedeón, reparador de las injusticias pasadas y
presentes (tikún olam). Viene a ser
final, no en el sentido de finalización (punto de llegada a palacio del cortejo
triunfal de vencedores) sino en el sentido de la interrupción (como asaltante
en el camino que impide que el cortejo llegue a su destino).
Si
se piensa en la teología en la obra de Benjamin, la imagen clara es la de la
fealdad, la del enano jorobado imprescindible para evitar que el marxismo se
convierta en un autómata vencido una y otra vez en la partida de ajedrez de la
lucha de clases, esa divinidad mesiánica que rompe la lógica mítica de
justificación de la historia. En 1934, seis años antes de las Tesis, Benjamin escribe como homenaje a
Kafka un texto por motivo del décimo aniversario de su muerte. En este, la
figura del jorobado y del Mesías está muy presente: los personajes kafkianos,
afirma Benjamin, «se relacionan, a través de una larga serie de figuras,
con el prototipo de la deformidad, el jorobado». Unas líneas más adelante,
continúa: «este hombrecito es el inquilino de la vida desfigurada [o en
términos más adornianos, dañada], y se desvanecerá cuando venga el Mesías del
cual un gran rabino ha dicho que no piensa cambiar el mundo con violencia, sino
ajustarlo sólo un poquitito» .
Parece que el Mesías, en el texto sobre Kafka, tiene un objetivo bastante modesto.
El objetivo más ambicioso, imposible de lograr, sería el de lograr que la
locomotora del progreso diera marcha atrás, despertara a los muertos,
recompusiera lo destrozado y eligiera otras vías que no estuvieran llenas de
oprimidos amordazados y atados a los rieles. Frente a esto, lo único que puede
conseguir el Mesías, por desgracia, es detener el sol y la luna, darle un año
más de vida a Hladík y disparar al unísono contra los relojes de los
campanarios. Como afirma Mate, «no se puede cambiar la dirección del tren de
la historia, sólo tirar del freno de emergencia» .
Intentar salvar a los muertos mediante una especie de viaje en el tiempo es
imposible. El momento de redención como apokatastasis
no consiste aquí en revivir a los muertos en su pasado sino en «tenerlos
presentes», impedir su muerte epistemológica, cuidarlos y recordar, no sólo sus
victorias, sino también sus derrotas, sus fracasos.
De
alguna forma, se trata de ver en el pasado algo que rememorar, que recordar, y
en el futuro una indeterminación cualitativa y llena de contenido, distinta a
la temporalidad homogénea y vacía del historicismo, una «pequeña puerta por la
que el Mesías podía penetrar» , una
apertura (de la que no se puede hablar) en la que se producirán nuevos intentos
revolucionarios de detener el curso de los tiempos, hasta que la sociedad sin
clases se convertiría, no en la consumación de un desarrollo histórico, sino en
la interrupción tantas veces fracasada y al fin lograda de este. La sociedad
sin clases sería la única forma de redimir a los muertos que fueron vencidos y
reparar sus fracasos, y nunca su victoria es definitiva y atemporal. La única
forma de luchar por esta sociedad es recordando que estamos, en palabras de
Miguel Hernández, sentados sobre los
muertos
y que la fuerza necesaria para vencer sólo podemos obtenerla de del pasado. Sólo
con el pasado podemos, como Benjamin afirma en su ensayo sobre Fuchs, «tejer,
en la trama del presente, los hilos de la tradición que estuvieron perdidos
durante siglos» ,
articular y desarrollar una tradición a partir de todas las explosiones que han
irrumpido en el tiempo para abolir el continuum,
la tradición de los derrotados. Sin esta actualización del pasado no hay
ninguna fuerza que movilizar. Para vencer en la lucha de clases, afirma
Benjamin, el proletariado debe recuperar el odio y la voluntad de sacrificio
que ha desaprendido por culpa del historicismo. Y estos no se nutren del «ideal
de los nietos liberados» sino del «recuerdo de los antepasados esclavizados» . De
esta forma es como los muertos recuperan la palabra a través del recuerdo, se
hacen presentes. Si alguna tierra del mundo es especialmente sensible ante esto,
por su historia de humillaciones, saqueos, colonizaciones, desapariciones e injerencias
imperialistas, es sin duda Latinoamérica. El 16 de febrero de 1994, los
zapatistas afirmaron sobre las negociaciones con el gobierno mexicano:
En nuestra voz irá la voz de los más, de los
que nada tienen, de los condenados al silencio y la ignorancia, de los
arrojados de su tierra y su historia por la soberbia de los poderosos, de todos
los hombres y mujeres buenos que caminan estos mundos de dolor y rabia, de los
niños y los ancianos muertos de soledad y abandono, de las mujeres humilladas,
de los hombres pequeños. Por nuestra voz hablarán los muertos, nuestros
muertos, tan solos y olvidados, tan muertos y sin embargo tan vivos en nuestra
voz y nuestros pasos .