viernes, 4 de noviembre de 2016

3. Presencialismo e historicismo. Carl Schmitt y la socialdemocracia [TFM].


Cuando se habla de historicismo se encuentra el problema de qué designar como tal. En palabras de Schnädelbach, este es una especie de «amplio paraguas en el que cabe todo» [1]: desde la pretensión de un tratamiento científico de la realidad, conocimiento del pasado «tal y como ha sido» (por ejemplo, von Ranke), hasta la idea de que la verdad sólo puede desplegarse en el tiempo. Algo común a todo el historicismo (por supuesto, común debido a su extrema generalidad) es plantear una continuidad entre pasado y presente, una carta de legitimidad del presente para reclamar la herencia del pasado (en palabras de Mate, una «empatía o complicidad entre pasado y presente» [2]), es decir, una historia sin cortes. Si se ha elegido las teorías de Schmitt y de la socialdemocracia alemana como contrincantes no es en detrimento del resto del historicismo (las referencias a Ranke son constantes en la obra de Benjamin) sino únicamente debido a la enorme actualidad de la que estas teorías gozaban cuando Benjamin redacta las Thesen.
En su conferencia de 1932 La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones [3], Carl Schmitt intenta construir lo que él denomina una «historia conceptual», es decir, una historia de los conceptos que esté desvinculada de la filosofía política entendiendo esta como historia de las ideologías, planteamientos y valores trazados para la organización de una sociedad determinada. Esta historia conceptual jamás puede ser abstracta, sino que, como afirma Schmitt, parte de un presente determinado, de una situación propia concreta: como se citó previamente, «todo conocimiento histórico es conocimiento del presente» [4]. La idea de un presente cargado de sentido (y de prejuicios afirma Schmitt, los anacronismos y proyecciones ingenuas son constantes) desde el que el pasado es interpretado tiene un poso hegeliano que fondea en el planteamiento de Schmitt. El sentido que rebosa el presente es tal que la estructura del proceso histórico o, más bien, el mismo proceso histórico, es un jalón constituyente y vertebrador del presente.
               Schmitt entiende la estructura de la historia como un conjunto de «centros de gravitación espiritual» [5], como esferas autónomas que están vertebradas en su centro por conceptos. Se trata, siguiendo con la analogía hegeliana y el mismo texto de Schmitt, de «etapas que ha recorrido el espíritu» [6] y que se desplazan en el tiempo, es decir, tienen un movimiento de arrastre que determina los vectores que constituirán el presente del espíritu. Cada centro tiene un concepto de cultura que le es interior, un problema que está latiendo en el núcleo y al que el resto de motivaciones se presentan «por añadidura» [7], de hecho, afirma Schmitt, «el Estado […] adquiere su realidad y su fuerza a partir de lo que en cada caso constituye ese ámbito central» [8]. En esta estructura existe, siguiendo a Villacañas y García, una «experiencia unitaria y continua de las esferas de cultura» que desembocará en una «comprensión metafísica de la historia como secularización/mitologización» [9]. Estos centros de gravitación se identifican prácticamente con los propios siglos meramente cronológicos y, desde el XVI al XX son: teología, metafísica, moralismo humanitario, economía, técnica [10]. En base a estos criterios, Schmitt se lanza a construir un canon historiográfico, que no llega a ser ni materialista ni idealista (puesto que radica en la historia concreta pero se basa en los conceptos) con el que poder analizar cada época e ir cribando a aquellos autores que escapan al canon [11]. El criterio que utiliza Schmitt para proyectar y construir el canon es el siguiente: existe una analogía estructural entre los conceptos teológicos-metafísicos y los políticos [12]. El derecho a gobernar se basa según Schmitt en la capacidad para reconocer la evolución histórica de los conceptos, y el centro de gravedad en torno al cual gira una determinada época [13], y en el desplazamiento y afirmación de las esferas hay una tendencia a la neutralización de la política, a la «búsqueda de una esfera neutral» [14], una esfera que logre acabar con los enfrentamientos y litigios (no es casualidad que el «sistema natural de la teología, la metafísica, la moral y el derecho» [15] surgiera en un momento en el que las guerras de religiones estaban desangrando Europa). De esta forma explica Schmitt la neutralidad: «un dominio que desempeña un papel central hasta un momento determinado se neutraliza por el hecho de que deja de ser central; se tiene la esperanza de que sobre la base del nuevo centro de gravedad pueda hallarse un mínimo de coincidencia y de premisas comunes que pueda garantizar seguridad, evidencia, entendimiento y paz» [16]. Fue necesario despotenciar y neutralizar estos conceptos teológicos para evitar la destrucción en las ya mencionadas guerras civiles de religión. En la neutralización del pasado encuentra el presente su mayor fuerza de legitimación, y esta idea tiene una influencia enorme en Benjamin: para el pensador comunista judío se trata, precisamente, de trasladar el potencial revolucionario del pasado hacia el presente, de actualizar esa fuerza en vez de neutralizarla e integrarla en un canon-continuum. Este continuo es sin duda el que el soberano representa y garantiza: «el soberano representa la historia. Sostiene el suceder histórico en la mano, como un cetro» [17]. Contra esta continuidad en la sucesión de esferas históricas que defiende Schmitt, Benjamin ve la existencia de un abismo insalvable entre el mundo de la historia y el mundo del Mesías: el vínculo de representación que plantea Schmitt se rompe, y el símbolo (finito/infinito) es sustituido por la alegoría (finito/finito). Se produce, en palabras de Villacañas y García, un «jorismós entre Dios y el mundo» [18].
Sobre esta filosofía de la historia que Schmitt construye, articulada en el desplazamiento continuo, descabalgado y solapado de esferas vertebradas por conceptos que definen históricamente lo evidente y lo excéntrico, un desplazamiento que tiende hacia la despolitización y neutralización, se construirá el proyecto schmittiano de una teología política, que no es posible analizar aquí en detalle [19]. Lo importante para el desarrollo del trabajo es entender las implicaciones de esta historia conceptual en el presente, y de la incompatibilidad de esta con el proyecto benjaminiano de filosofía de la historia. Hablar de un canon racional que vertebra la historia y le da un sentido, de un desplazamiento continuo (sin rupturas) de esferas que se abren y se cierran, de núcleos y excentricidades, otorga al presente el privilegio de la evidencia y lo actual, que Benjamin jamás aceptaría: en Schmitt sólo el presente está actualizado y es expresión del telos que otorga sentido a la transición. El pasado es neutralizado y mitificado [20] para ser absorbido por la estructura del presente.
Simplificando odiosamente, si en Schmitt todo gira en torno al presente, se puede afirmar que en la socialdemocracia alemana, segundo contendiente que se ha señalado para explicar el proyecto de las Thesen, todo gira en torno al futuro. Buena parte de la tradición marxista violó la prohibición judía de escrutar el futuro [21] y quiso ver, seguramente debido al fracaso y la derrota en el presente, la inevitabilidad de la victoria final en un futuro. De esta forma, la lucha de clases deja de ser el motor de la historia y comienza a serlo el desarrollo de las fuerzas productivas: alcanzado un cierto nivel de desarrollo, el socialismo se convierte en una meta históricamente necesaria e ineludible. A fuerza de desarrollarse, el capitalismo acaba deviniendo socialismo debido a la existencia de un progreso histórico automático.
La historia que aquí se construye es una historia lineal, es decir, homogénea, desde una continuidad entre pasado y presente (podemos pensar aquí en el hilo de Ariadna como lazo que une lo que fue con lo que es). Es también una historia en la que el progreso se entiende siempre en positivo, como algo permanente y esencial al desarrollo histórico. Existen también para el historicismo los momentos negativos, los «periodos de decadencia» [22], pero estos son relativizados, se convierten en momentos provisionales contingentes (o excepcionales, para utilizar un término más schmittiano). Esta teoría del progreso creciente y lineal, contemplado como una «locomotora», obtuvo una importante relevancia dentro del marxismo, especialmente entre los teóricos de la II Internacional durante los últimos compases del XIX y albores del siglo XX.
Fijar la fecha del comienzo de esta simplificación del marxismo y señalar a sus responsables [23] (simplificación que sin duda contraviene frontalmente las enseñanzas de Lenin en el Qué hacer, donde repite hasta la saciedad que no se trata de rebajar la teoría al nivel de las masas sino de elevar las masas al nivel de la teoría [24]) es una tarea de historiografía totalmente inasumible en este espacio, pero sin duda se puede apreciar en este marxismo socialdemócrata un híbrido que mezcla el evolucionismo darwiniano, el neokantismo y el positivismo con un historicismo prácticamente naturalista. Como ejemplo de esto podemos poner a Enrico Ferri, que en un libro cuyo título no puede ser más indicativo, Socialismo y ciencia positiva: Darwin-Spencer-Marx, escribe: «el socialismo científico puede afirmar y afirma, con una certeza matemática, que la corriente, la trayectoria de la evolución humana, va en el sentido indicado y previsto […]. El socialismo es una fase natural y espontánea, y por consiguiente inevitable e irrevocable, de la evolución humana» [25]. Esta simplificación convierte la teoría marxista en un culto acrítico del Progreso, en un autómata sin ningún enano jorobado maestro en ajedrez, en un mecanicismo incapaz de ganar ninguna partida. Una visión optimista y lineal de la historia se traduce directamente en un impasse epistemológico, en la mayor de las incomprensiones, cuando el desarrollo histórico no cumple las expectativas de emancipación (el caso del fenómeno del fascismo es clarísimo). Además, hay una línea totalmente recta entre este progresismo historicista y la inactividad política: si el socialismo es una inevitabilidad histórica que se afirma con la fuerza de una ley natural, el esfuerzo que supone organizar al proletariado en torno al Partido se convierte en absurdo. Se llega a lo que Karl Korsch llama «el reformismo abierto», lo que para él equivale a «considerar el ocaso de la sociedad capitalista y el nacimiento de la sociedad comunista como una necesidad económica natural que debe “llegar sola”» [26]. Esta línea recta entre progresismo e inactividad política es observada por Benjamin también en Parque central: «el spleen es el sentimiento que corresponde a la catástrofe permanente» [27], y puede identificarse con la idea del eterno retorno, recurrente tanto en Nietzsche como en el viejo Blanqui. En palabras de Mosès, existe en Benjamin una «lucha siempre recomenzada entre una tendencia obsesiva (ilustrada por el Blanqui de La eternidad a través de los astros) al incesante retorno de lo Mismo y la aparición, en el seno de la infinitud de lo posible, de esa novedad absoluta que Benjamin denomina Redención» [28]. Esta dialéctica irresoluble entre el retorno de lo Mismo y la Redención como novedad absoluta será recurrente en las Thesen.
Es totalmente imprescindible recordar que aquí no sólo se juega una cuestión teórica, de interpretar mejor o peor a Marx en un contexto académico, sino que llevar una línea política errada, tener una concepción equivocada de la lucha revolucionaria, tiene consecuencias políticas muy graves [29]. En palabras de Löwy, interpretar correctamente la historia era, para Benjamin, inseparable de vencer al fascismo y a las clases dominantes: «ambos sentidos están íntimamente ligados, en la unidad indisoluble de la teoría y la práctica; sin una interpretación correcta de la historia es difícil, si no imposible, luchar eficazmente contra el fascismo» [30]. Disociar aquí la teoría de la praxis se torna imposible, tras esta unidad indisoluble está sin duda latiendo la sombra de otras tesis, las que Marx escribe sobre Feuerbach [31].
La automistificación optimista de la historia se constituye también como un proceso de perfeccionamiento gradual en el que los retrocesos se inscriben en una lógica mayor para justificarse. El esquema evolutivo preexiste siempre al material histórico: hay una temporalidad vacía, organizada y homogénea y esta es llenada por los acontecimientos históricos. Se trata aquí de un etapismo (esclavismo-feudalismo-capitalismo-socialismo-comunismo) que obedece simplemente al grado de desarrollo y perfeccionamiento de las fuerzas productivas. Y este desarrollo de las fuerzas productivas es indisociable de la clase dominante (la idea de que a partir de un cierto grado de desarrollo la burguesía acabará sucumbiendo porque el desarrollo implica una nueva forma de relaciones de producción, de organización de las fuerzas productivas); en una situación en la que este cambio en las relaciones de producción no se materializa sino que el capitalismo es capaz de transformarse y sobrevivir a sus crisis, y a la vez seguir desarrollando las fuerzas productivas hasta un nivel ecológicamente suicida, el historicismo progresista se convierte en un aliado gratuito de las clases dominantes al verse incomprensiblemente derrotado en las luchas históricas. Se genera así un sentimiento de melancolía o acedia [32] , la desidia, «pereza del corazón» [33] ante la omnipotencia de la fatalidad: el rebote desde la euforia ante inevitabilidad de la victoria hacia el desencanto más absoluto tras la derrota es común y se debe aquí a la sustitución del análisis materialista de la situación concreta por un mecanicismo al trasladar en el tiempo esquemas vacíos y abstractos.
Un ejemplo de trasladar mecánicamente esquemas temporales abstractos en vez de analizar las características de la situación concreta se dio en la dilatada polémica en Rusia acerca de la comuna rural (entre la década de los 70 del siglo XIX hasta casi la entrada del siglo XX). La polémica comienza cuando algunos socialistas rusos, diciendo seguir las enseñanzas contenidas en El capital, comienzan a defender la necesidad de destruir las comunas rurales rusas para iniciar el tránsito hacia el sistema capitalista (es decir, plantear el sistema capitalista como un paso necesario y negativo para la consecución del socialismo en Rusia). A ellos se oponían los populistas rusos (narodniks), que defendían la posibilidad de alcanzar el socialismo sin la necesidad de destruir la propiedad comunal. La revolucionaria Vera Zasulich, sabiendo que Marx lleva estudiando la situación campesina rusa desde 1873, decide escribirle para pedir su intervención en la polémica. Para sorpresa de los socialistas rusos, Marx se posiciona del lado de los populistas. En una carta al director del Otiechestviennie Zapiski, Marx afirma que el capítulo sobre la acumulación originaria es únicamente la descripción de un movimiento histórico que se produjo en Europa occidental, pero nunca un esquema que trasponer a toda sociedad con vestigios feudales [34]. Contra quienes veían en la lucha por implantar el capitalismo en Rusia un paso necesario para alcanzar el socialismo y utilizaban para justificarlo los últimos capítulos del libro I de El capital, Marx afirma que la única aplicación que se puede llevar a cabo desde La llamada acumulación originaria sobre la situación de Rusia es que si esta se convierte en una nación capitalista «no lo logrará sin transformar primero en proletarios a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes, como las experimentaron otros pueblos profanos. Esto es todo [sn]» [35]. El capitalismo no existe sin la separación violenta de los trabajadores y sus medios de producción, sin la producción efectiva de un proletariado «libre en un doble sentido» [36]. Esto costó saqueos, masacres, expulsiones, quema de tierras, en definitiva, una cantidad inmensa de violencia. Si Rusia quiere ser capitalista, si necesita proletarios, afirma Marx, deberá pasar por esto. Pero eso no quiere decir que el capitalismo sea el destino irrenunciable de todos los pueblos. Rusia puede aprovecharse de los beneficios tecnológicos del capitalismo sin pasar por sus penurias y, dice Marx, sería un tremendo error no aprovecharlo. Un marco abstracto que busque un trasvase histórico de formas de propiedad de un país a otro jamás podrá dar cuenta de la realidad de estas, es necesario el análisis concreto de cada una de las formas de propiedad antes de establecer analogías. En palabras de Marx: «estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de los fenómenos, pero nunca se llegará a ellos mediante el passe-partout universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica» [37]. La metáfora del passe-partout es aquí perfecta: el marxismo no es una especie de comodín histórico para justificar una linealidad en la historia que se asemejaría más a la teoría comteana de los tres estadios que a la desarrollada por Marx y Engels. En palabras de Alfred Schmidt, el marxismo no se refugia en un sentido unitario de la historia, pero tampoco cae en el conjunto caótico de hechos: «la dialéctica materialista es no teleológica […] Marx no hipostasía panteísticamente la historia» [38]. Se mantiene a distancia tanto de la idea de un proceso direccionado por un telos como del nihilismo de la contingencia de hechos desconectados entre sí e inexplicables [39]. Frente a la totalización y al aislamiento, el materialismo histórico de Benjamin escapa a estas dinámicas. En palabras de César Rendueles, «los historicistas ven inevitablemente esos progresos morales como parte de una totalidad expresiva. Desde ese punto de vista, es una realidad que sólo se puede adquirir en bloque, como si todos sus elementos históricos estuvieran inextricablemente relacionados […]. La crítica materialista del historicismo permite cuartear esas pretensiones de totalización sin caer en posiciones nihilistas» [40].
Benjamin identifica este historicismo, que «se contenta con establecer un nexo causal entre movimientos diferentes de la historia», que deja correr por sus dedos la sucesión de datos «al igual que un rosario» [41], con un juguete que ha perdido popularidad, el caleidoscopio. Este  juguete está compuesto por dos lentes circulares que aprisionan un tubo lleno de cristales móviles de colores, y el juego consiste en construir y destruir órdenes a cada golpe de muñeca a la vez que se mira a través de las lentes. En cambio, la historiadora materialista es la niña que, enfadada, estrella el caleidoscopio contra el suelo para romper las lentes y sacar los cristales del espacio de sucesión eterna en el que están atrapados:
El curso de la historia, representado bajo el concepto de catástrofe, no puede reclamar más del pensador que el caleidoscopio en las manos de un niño, que destruye mediante cada giro lo ordenado para crear así un orden nuevo. La imagen tiene fundamentados sus derechos; los conceptos de los que dominan han sido siempre sin duda los espejos gracias a los cuales ha nacido la imagen de un «orden». El caleidoscopio debe ser destruido [42].






[1] En Mate, R., Medianoche en la historia, Madrid, Trotta, 2009, p.44.
[2] Ibíd, p.45.
[3] En Schmitt, C., El concepto de lo político, op. cit., p.111 y ss.
[4] Ibíd., p.111.
[5] Ibíd., p.112.
[6] Íd.
[7] Ibíd., p.118.
[8] Ibíd., p.119. A partir de estos conceptos culturales operan las estrategias de legitimación del Estado.
[9] Villacañas, J.L., García, R., Walter Benjamin y Carl Schmitt: Soberanía y Estado de excepción, Revista de Filosofía, nº13, 1996, p.46-48.
[10] Es necesario matizar algo: no se trata de un determinismo total ni de negar de forma simplista excepciones, sino de la articulación de un canon historiográfico. Schmitt acepta la diacronía, es decir, la coexistencia en el tiempo de varias etapas y también las excentricidades, conceptos que no orbitan en torno al centro dominante sino que están, en términos hamletianos, out of joint. Precisamente parece que Benjamin pone todo su interés en las figuras pertenecientes a otra esfera cultural pasada que intenta sobrevivir en el presente, como es el caso del flâneur, expulsado de la ciudad y recluido en los grandes almacenes.
[11] Como es el caso de Spinoza (remitimos a la obra de Schmitt sobre Leviathan de Hobbes fechada durante su retiro de 1938).
[12] Esta analogía no es temporalmente inmediata sino que existe un descabalgamiento, un retraso en el proceso: la política se legitima utilizando la cultura de la esfera anterior. Así, el monarca racionalista metafísico se apoya en la teología del siglo XVI, o el moralismo moderno ilustrado de 1789 en un componente metafísico (la sustancialidad esencialista que se esconde tras la categoría “hombre” de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano es un ejemplo).
[13] Schmitt, C., El concepto de lo político, op.cit., p.120.
[14] Ibíd., p.121. Schmitt afirmará que esta esfera neutral es la técnica, pero un distinto tipo de neutralidad: «la técnica es siempre sólo instrumento y arma, y porque sirve a cualquiera no es neutral. […] La técnica misma se mantiene […] culturalmente ciega», en Ibíd., p.123.
[15] Íbid., p.121.
[16] Íd.
[17] Citado en Villacañas, J.L., García, R., Walter Benjamin y Carl Schmitt…, op. cit., p.48.
[18] Ibíd., p.53.
[19] En una tentativa, podríamos extraer como rasgos un voluntarismo subjetivista («El mérito de Bodino […] se debe a haber insertado en el concepto de soberanía la decisión», Schmitt, C., Teología política, op. cit., p.15), un fuerte realismo político (contra el pensamiento utópico), un teísmo (contrapuesto al «teólogo de la antiteología» Bakunin, Ibíd., p.58) y un carácter teleológico que trasciende la mera inmanencia del proceso histórico. Desde aquí se entiende la oposición con Benjamin y el Trauerspiel, Schmitt hace suya la tarea cristiana de conservar el mundo (el príncipe como “sol artificial” contra la caída en la “catarata del tiempo”) y evitar el fin trayendo el orden; frente al mesianismo de la alteración redentora del curso de los tiempos, el Cristianismo apuesta por mantener lo dado.
[20] Por ello Benjamin se opone radicalmente (con la radicalidad de la teología y la violencia divina) al mito. En palabras, de nuevo, de Villacañas y García: «Benjamin defenderá un tiempo y un mundo sin soberano en la misma medida en que defenderá una experiencia sin mitos. Pues el mito es el soberano del mundo». Villacañas, J.L., García, R., Walter Benjamin y Carl Schmitt, op. cit., p.41.
[21] Benjamin, W., BOC I/2, op. cit., p.318 [tesis A].
[22] Contra esto Benjamin no puede ser más claro: «no hay épocas de decadencia», Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p.460 [N1,6].
[23] Sería muy absurdo negar que ya en la producción teórica de Marx y Engels podemos encontrar textos en este sentido (incluso en obras de madurez como El capital), que perfectamente aceptan esta interpretación. Algo distinto es tomar estos textos (bien escritos como aliento para la lucha, por mera rabia personal, o incluso por una influencia del positivismo, no se va a negar tampoco esto) y absolutizarlos como la posición de Marx y Engels. Remitimos al texto de Monserrat Galcerán La invención del marxismo para una visión más completa, o al colosal trabajo en tres volúmenes de Mario Rossi llamado La génesis del materialismo histórico.
[24] Aun así la idea kautskiana (totalmente economicista y mecanicista) de la «conciencia desde fuera» de la clase tiene una influencia considerable en el joven Lenin. Lenin, V.I, ¿Qué hacer?, Moscú, Progreso, 1975, p.39.
[25] Citado en Löwy, M., Walter Benjamin…, op. cit., p.118.
[26] Korsch, K., La concepción materialista de la historia, Madrid, Zero, 1975, p.42.
[27] Benjamin, W., Baudelaire, op. cit., p.212 [<5>].
[28] Mosès, S., The angel of history, California, Stanford, 2009, p.107. Blanqui construirá toda una cosmogonía a partir del concepto de eternidad como un retorno fantasmal: la suspensión del tiempo, la semejanza y permanencia monótona de todos los cuerpos en rotación, la multiplicación hasta el infinito de mundos paralelos y la melancólica repetición de todos los acontecimientos en estos mundos (en forma de réplicas infinitas calcadas) son la clave de esta eternidad suspendida y frágil, siempre en fuga. En Blanqui, A., La eternidad a través de los astros, Madrid, Siglo XXI, 2000.
[29] Por poner unos cuantos ejemplos, el gobierno de Noske utilizando a los Freikorps para asesinar a Luxemburg y Liebknecht, la vergonzosa defensa de la Gran Guerra imperialista por parte del SPD, la resolución sobre colonialismo en el congreso de Stuttgart en 1907 (cuyo promotor fue Eduard Bernstein), y sobre todo la ya mencionada total incomprensión ante la irrupción de un fenómeno nuevo como el fascismo (considerarlo un vestigio del pasado, un fenómeno anacrónico, premoderno y agrario como hizo Kautsky en 1920 propició esta incomprensión), que destrozó cualquier posibilidad de reacción contra este.
[30] Löwy, M., Walter Benjamin…, op. cit., p.48.
[31] En la segunda tesis sobre Feuerbach Marx afirma: «el litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica es un problema puramente escolástico [el carácter negativo que Marx le da al término es muy patente]», en Marx, K., Escritos sobre materialismo histórico, Madrid, Alianza, 2012, p.36. Parafraseándolo, podemos afirmar que una discusión sobre progreso histórico en los años treinta que no dé cuenta de la irrupción del fascismo es una discusión intrascendente.
[32] Analizada en el libro del Trauerspiel, en Benjamin, W., BOC I/1, op. cit., p.351 yss. Tomás de Aquino describe la acedia en Summa Theologica II, II, 35a3, 2 como «tristeza o tedio que producen las cosas espirituales».
[33] Benjamin, W., BOC I/2, op. cit., p.308 [tesis VII]. La tesis continúa citando a Flaubert: «pocas personas podrán adivinar cuán triste fue preciso encontrarse para poder resucitar Cartago» (cita que también se encuentra en el Passagen-Werk, [N15,3]).
[34] En Godelier, M., Sobre el modo de producción asiático, Barcelona, Martínez Roca, 1969, p.168.
[35] Ibíd., p.169-170.
[36] Marx, K., El capital (Antología), Madrid, Alianza, 2010, p.317. Es decir, necesita ser libre de las condiciones jurídicas propias del esclavismo y del feudalismo (es decir, no ser un medio de producción) y estar libres de propiedad (es decir, no poseer ningún medio de producción y por tanto ninguna mercancía que intercambiar en el mercado más allá que la fuerza de trabajo).
[37] Godelier, M., Sobre el modo de producción…, op. cit., p.170-171. Antes, Marx critica a quienes intentan «metamorfosear [su] esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el occidente europeo en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera que sean las circunstancias históricas en que se encuentre  […]», íd.
[38] Schmidt, A., El concepto de naturaleza en Marx, Madrid, Siglo XXI, 2011, p.31.
[39] El capítulo El materialismo entre la historia y la política del reciente libro de Rendueles da bastantes claves de este nihilismo posmoderno. Rendueles, C., En bruto, Madrid, La catarata, 2016, p.93yss.
[40] Ibíd., p.100.
[41] Benjamin, W., BOC I/2, op. cit., p.318 [tesis A].
[42] Benjamin, W., Baudelaire, op. cit., p.212.

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