jueves, 3 de noviembre de 2016

2. Mirada y reposo. Los pasajes de París [TFM].


Quien se enfrente al PW encontrará un conjunto de fragmentos yuxtapuestos entre sí, sin sistematicidad ni coherencia interna en el momento de su exposición, sino únicamente con un orden temático en el mejor de los casos. Como afirma Buck-Morss (este capítulo tomará su libro como guía de análisis), «todo intento de capturar al Passagen-Werk en un solo marco narrativo conducirá al fracaso. Los fragmentos hunden al intérprete en un abismo de significados, amenazándolo con una desesperación epistemológica equiparable a la melancolía de los alegoristas barrocos» [1]. Esta melancolía puede conducir a la afirmación errónea de una dispersión absoluta en la temática de Benjamin, de algo así como una “obra abierta”, una red de interconexiones e intertextualidades totalmente aleatoria, sin una unidad. Pero es precisamente el momento histórico, la preocupación política ante la coyuntura, lo que «proporciona la orientación global a cada constelación y salva al proyecto de la arbitrariedad» [2]. Es de nuevo el carácter político que hay en juego lo que permite dotar el enorme proyecto benjaminiano de un sentido. Desvincular a Haussmann de Le Corbusier, la Tour Eiffel del montaje cinematográfico o los interiores burgueses de los grandes almacenes se torna tarea imposible en el PW. La transformación consciente de la misma sociedad arraiga profundamente en el mismo material que debe ser transformado. En palabras de Maura, esta obra no es «ni mera micrológica, como si los fragmentos a estudiar estuvieran aislados, ni ciencia social de pleno derecho» sino que se trata de un trabajo de «filosofía social» [3]. No se puede olvidar que el análisis de Benjamin, pese a construir constelaciones en el pasado, tiene la intención de la transformación del presente: en palabras de Eagleton, «Benjamin no cree en partir de las buenas cosas del pasado sino de las malas del presente» [4], su intención es iluminar el siglo XIX mediante el presente, como afirma en su conocido [N1a,2], si ve necesario escribir sobre el París del siglo XIX no es para atesorar fragmentos de un pasado muerto y colocarlos en una estantería, como si de un anticuario se tratara, sino para comprender el presente [5]. Consideramos que toda interpretación de Benjamin que renuncie a esta incidencia política y transformadora sobre el presente será mucho más propensa a caer en esa infinita arbitrariedad del sentido que, creemos, Benjamin intenta evitar [6] (y que es hegemónica dentro del posmodernismo).
El objetivo político principal que se marca Benjamin es, como previamente se ha apuntado, el de acabar con el mito, un mito que camufla la violencia que late detrás de las relaciones de producción y de esta forma estetiza la política, es decir, convierte esta en una obra de arte a la que se puede contemplar. Con el despliegue del fascismo, afirmará Benjamin, el mito se convertirá en «objeto de contemplación de sí mismo»: una forma totalmente autoalienada desde la que es capaz de «vivenciar su propia aniquilación como un goce estético de primer orden» [7]. La violencia mítica opera de una forma similar: mediante la remisión constante a una violencia originaria, genuina, fundadora de derecho, la violencia que sostiene ese derecho en la actualidad, represiva y coactiva [8], se difumina y camufla. El pasado sirve para legitimar y justificar el presente (presentado como eterno, espacializado, ahistórico y proyectable infinitamente hacia el futuro [9]), y Benjamin intenta por todos los medios destruir esa justificación: como se afirmó, «se trata de disolver la “mitología” en el espacio de la historia», de construir una «constelación del despertar» [10], de «desentronizar las teorías míticas de la historia, cualquiera sea la forma que asuman sus escenarios – la catástrofe inevitable no menos que el mejoramiento continuo» [11]. La historia se opone al mito al igual que la actualización se opone al progreso. La idea, propia del historicismo, de entender progreso histórico como una línea recta confluye totalmente con la espacialización y maquinización del tiempo, y esta confluencia se convierte en una de las preocupaciones fundamentales de Benjamin, hasta tal punto que Maura afirmará que «la relación entre un espacio crecientemente distinguible, analizable, y un tiempo que ha llegado a presentarse como reducible a una presunta línea recta, es el eje de la reflexión [del Passagen-Werk]» [12].
De forma enigmática, Benjamin afirma que el mito del progreso lineal en la historia tiene su correlato en la idea de «periodo de decadencia» [13] que no es sino una forma de imponer una schmittiana hegemonía del presente sobre el pasado [14], propia de la modernidad. Siguiendo a David Harvey, este mito también puede vincularse con el «mito de una ruptura radical» [15], el discurso moderno de haber roto con el pasado más próximo para establecer un análisis de la historia partiendo de cero, de una tabla rasa y demostrar así la irrelevancia del pasado acontecido. El pasado se convierte así en un cadáver que sirve, a lo sumo, como ejemplo negativo para legitimar el presente desde el propio presente (la remisión a la violencia mítica como momento fundador para justificar la validez de un orden social establecido es muestra de esto). En caso de que sea necesario, el pasado es revivido para servir al presente, reconociendo el privilegio epistémico de este último. Todo el pasado es puesto al servicio de la pequeña moneda de lo actual, es decir, al servicio de un progreso automático que culmina en las relaciones sociales y de producción del presente. Siguiendo a Schmitt, «no se podrá decir nada digno de mención sobre la cultura ni sobre la historia si no es desde la conciencia de nuestra propia situación cultural e histórica» [16]: la historia es naturalizada y convertida en una disciplina de análisis encaminada a ser criterio de validación y justificación de un presente que, a su vez, se presenta como eterno, estático. La tiranía epistemológica del presente explica las transformaciones sociales, económicas y culturales del pasado como si fueran ríos que desembocan en el presente. Contra esto, Benjamin buscará reunir de nuevo historia, política y epistemología en un marco teórico contra el historicismo, reunir el ahora y lo acontecido en una constelación y desde esta, «captar productivamente toda una época en sus manifestaciones aparentemente más inocuas» [17].
Es en el convoluto “N: Teoría del conocimiento, teoría del progreso” del Passagen-Werk donde se encuentra expuesta una epistemología en clara conexión con el prólogo del libro del Trauerspiel, totalmente indisociable del concepto de historia y del plano político. Los dos términos “teoría del conocimiento”, “teoría del progreso” deben entenderse formando una unidad, y esto le da a la teoría benjaminiana un poderoso enfoque: hay que entender que la epistemología es también política y esta irrumpe en la historia, que no hay barreras estancas entre estos ámbitos ni disociación entre los campos. En la teoría benjaminiana sobre la historia no hay una epistemología unidireccional en la que el sujeto activo conoce un objeto muerto sino que existe una reciprocidad. Todavía se pueden apreciar aquí ecos lejanos de El concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán (Der Begriff der Kunskritik in der deutschen Romantik) (1920) cuando, con Maura, se puede afirmar que el conocimiento en Benjamin es más un «campo de fuerzas en el que todo objeto reflectante es al mismo tiempo objeto reflejado» [18]. El conocimiento del pasado no es el conocimiento de algo muerto y cerrado que se muestra «como propiamente ha sido», esta concepción historicista es para Benjamin «el más potente narcótico del siglo» [19]. Toda epistemología del pasado es actualizada en el presente y nace con la intención «no de enterrar al pasado muerto sino de revitalizarlo» [20].
Y esta revitalización toma fuerza en el concepto ya desarrollado (pero sobre el que se darán nuevas pinceladas esta vez orientadas hacia la historiografía) de «imagen dialéctica». El conocimiento histórico cristaliza con un shock [21] en el presente, es actualizado en la constelación del Jetztzeit (o tiempo-ahora). Consideramos que el fragmento absolutamente central para explicar la relación entre pasado y presente en el PW es [N2a,3] y por su vital importancia nos vemos obligadas a reproducirlo en su totalidad:
No es que lo pasado arroje luz sobre lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación. En otras palabras: imagen es la dialéctica en reposo. Pues mientras que la relación del presente con el pasado es puramente temporal, continua, la de lo que ha sido con el ahora es dialéctica: no es un discurrir, sino una imagen en discontinuidad. Sólo las imágenes dialécticas son auténticas imágenes (esto es, no arcaicas), y el lugar donde se las encuentra es el lenguaje [22].

Se trata precisamente de romper esa balanza de subsidiariedad entre el pasado y el presente (que el historicismo decantó hacia el lado de este último): iluminar el uno desde el otro desequilibraría la balanza y, como Benjamin afirma en [N6,5], la balanza debe estar equilibrada. Frente a esta linealidad temporal homogénea entre presente y pasado, el texto plantea otros dos términos que hacen estallar la homogeneidad: el «tiempo ahora» y el «tiempo de lo que ha sido». La heterogeneidad entre ambos tiempos, que llegan a unirse en un shock en el momento de la actualización para cristalizar en la imagen dialéctica, impide a uno ser epistemológicamente subsidiario del otro. Es crucial analizar también la última parte del texto, en la que Benjamin afirma que las imágenes dialécticas se encuentran en el lenguaje. Esto entronca directamente con la tradición cabalística judía, con Scholem y el texto de Benjamin Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres. En palabras de Buck-Morss, «los cabalistas leían la realidad y los textos, no para descubrir un plan histórico global (como en la teleología hegeliano-marxista de Lukács), sino para interpretar esas partes fragmentarias como signos del potencial mesiánico del presente» [23]. Se trata de pensar una continuidad que no implique una lógica de la historia: es en la práctica de la hermenéutica donde entran en contacto los textos antiguos sagrados con los «referentes materiales actuales» que permiten descifrarlos, donde estas partes fragmentarias, «pequeños momentos singulares», se convierten en el «cristal del acontecer total» [24]. Jamás se accede al fragmento de forma aislada (esto es crucial y previene de interpretar a Benjamin desde una lógica más bien dispersiva), sino que existe una «continuidad sociontológica entre ellos» [25] en términos de Maura. Lo que une esos fragmentos no es un desarrollo histórico que les dé sentido unitario sino la pertenencia a un mismo sistema ontológico: Benjamin ve en los pasajes, panoramas o calles del París del Segundo Imperio «todo un sistema de modos de aparición de las cosas, un sistema de producción de objetividad, un modo de incidencia social en la materia a través del trabajo y de la cultura, en suma, un proceso constituyente del mundo» [26]. Cada fragmento forma parte de una totalidad ontológica y da cuenta de esta en su totalidad. Olvidar este aspecto ontológico de efectiva producción de objetividad (exactamente como se afirmó con Adorno respecto del libro del Trauerspiel), mutila la comprensión del proyecto benjaminiano.
El PW, al igual que el Trauerspiel, constituye un espacio de aparición de la objetividad misma, sin el imperativo de someter la heterogeneidad del objeto. Esta objetividad, que toma su máximo desarrollo con la citación y el montaje («este trabajo tiene que desarrollar el arte de citar sin comillas hasta el máximo nivel. Su teoría está íntimamente relacionada con la del montaje» [27]), es para Adorno [28] la expresión de una posición epistemológica genuinamente materialista, que no trata de reducir la aparición de los objetos ni subyugar estos a la primacía de un sujeto cognoscente. Contra un voluntarismo subjetivista que reduce toda aparición a la aparición ante un sujeto (y cuyo esquema es el de una epistemología clásica en la que el objeto es absorbido por el sujeto), en Adorno se trata de remarcar que el sujeto no es un sujeto neutral, sino que ha sido socializado con patrones estéticos y culturales determinados, unos patrones que reducen y mutilan la heterogeneidad de la objetividad para hacerla más comprensible y acomodada a la sensibilidad del sujeto. Benjamin construye una estructura de objetividad en la que la subjetividad queda relegada a un segundo plano [29], y esta estructura no sólo se reduce al ámbito del estudio de materiales (sean estos el drama barroco alemán o el París del siglo XIX) sino que se trata de una posición ante el desarrollo histórico: en palabras de Scholem, «Benjamin concedía que no era posible establecer leyes en la historia, pero se atenía no obstante a su propia definición, según la cual la historia sería el ámbito de “lo objetivo en el tiempo, un elemento objetivo reconocible”» [30]. En esta objetividad, como se ha afirmado, toma pie el materialismo, pero no un materialismo «mudo» sino uno que logre «hacer hablar» [31] al material histórico mismo, que ancle en las condiciones históricas mismas y se constituya como una teoría del lenguaje [32] de los objetos, que escuche cada uno de ellos hablar en el campo epistémico de fuerzas en el que se hallan insertados. Hay en Benjamin una «actitud cognoscitiva casi mágica frente al material histórico» [33] que se opondrá radicalmente a la visión historicista-presencialista de la historia. Frente a interpretar el pasado a partir del presente, Benjamin hablará de interpretar el presente a partir del pasado. La formulación más extrema de esta idea la encontramos en una conversación en Suiza, sobre 1918-1919 con Scholem: «una filosofía que no es capaz de incluir y explicar la posibilidad de adivinar el futuro a partir de los posos de café, no puede ser una filosofía auténtica» [34].
La exposición más completa disponible de esta teoría de la historia que construye a partir de posos y ruinas se encuentra en las fragmentarias Thesen, un texto complicado pero cuyo análisis afrontaremos a través de su contextualización histórica y política (la oposición al historicismo de un cierto marxismo y la oposición a la sociología conceptual de Schmitt) y a través de los conceptos que han salido en los dos textos de Benjamin ya analizados.



[1] Ibíd., p.71.
[2] Íd.
[3] Maura, E., Benjamin y el tiempo, eprints UCM, p.2.
[4] Eagleton, T., Walter Benjamin…, op. cit., p.26.
[5] El método de desplazarse hacia la ur-historia del capitalismo para analizar el mundo actual sin duda recuerda a la inversión de aquella célebre cita de Marx de la introducción general de 1857 «la anatomía del hombre es la clave para la anatomía del mono», en Maura, E., Benjamin y el tiempo, op. cit., p.17.
[6] Aun así, es innegable el carácter discontinuo de las constelaciones de ideas en Benjamin y la ausencia de un marco totalizador «por arriba», es decir, que cierre el sistema.
[7] La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, en Benjamin, W., Estética y política, op. cit., p.133. En la edición de Abada se escoge el término «alienación autoinducida», Benjamin, W,. BOC I/2, op. cit., p.85. Benjamin vincula el art pour l’art con el futurismo de Marinetti y sus poemas a la guerra mecanizada en Etiopía. Recordemos como ejemplo el segundo Manifiesto Futurista (1910), donde se defiende la belleza de la guerra por crear «formaciones aéreas geométricas, espirales aéreas de los pueblos en llamas» o por fusionar el hedor de la putrefacción, los cañonazos o los tiroteos «en una única sinfonía».
[8] Esta violencia opera por supuesto en un plano estructural.
[9] En palabras de Lukács: «pierde el tiempo su carácter cualitativo, mutable, fluyente; cristaliza en un continuo lleno de “cosas” exactamente delimitadas, cuantitativamente medibles (que son los “rendimientos” del trabajador, cosificados, mecánicamente objetivados, tajantemente separados de la personalidad conjunta humana) y que es él mismo exactamente delimitado y cuantitativamente medible: un espacio», Lukács, G., Historia y consciencia de clase, op. cit., p131. La enorme similitud entre la espacialización de la historia en los dramas barrocos y la fragmentación del tiempo en un horizonte de yuxtaposición no debe pasar desapercibida.
[10] Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p.460 [N1,9].
[11] Buck-Morss, S., Dialéctica de la mirada, op. cit., pp.95-96.
[12] Maura, E., Benjamin y el tiempo, op. cit., p. 3.
[13] Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p.463 [N2,5].
[14] «Todo conocimiento histórico es conocimiento del presente», La era de las neutralizaciones y de las despolitizaciones, en Schmitt, C., El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 2014, p.111.
[15] Harvey, D., París, capital de la modernidad, Madrid, Akal, 2008, p.16.
[16] Schmitt, C., El concepto de lo político, op. cit., p.111. Hay una referencia textual a Hegel y Croce.
[17]Maura, E., Las teorías críticas de Walter Benjamin, op. cit, p.150.
[18]Ibíd., p.46. Esta formulación es idéntica a la de Benjamin en Passagen-Werk: «toda circunstancia histórica que se expone dialécticamente, se polariza convirtiéndose en un campo de fuerzas [sn] en el que tiene lugar el conflicto entre su historia previa y su historia posterior […] en la medida en que la actualidad actúa en ella», Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p.472 [N7a,1].
[19] Ibíd, p.465 [N3,4].
[20] Buck-Morss, Dialéctica de la mirada, op. cit., p.143. Buck-Morss conecta esta idea de revitalizar con el concepto de remembranza, capaz de «volver completo lo incompleto (la felicidad) e incompleto lo completo (el sufrimiento)», íd.
[21] Justo el inicio del convoluto N [N1,1], en el que Benjamin afirma que «sólo hay conocimiento a modo de relámpago», da cuenta de este shock; Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p459.
[22] Ibíd., p.464.
[23] Buck-Morss, Dialéctica de la mirada, op. cit., p.256.
[24] Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p.463 [N2,6]. Buck-Morss recuerda la doctrina cabalística del Tikkun (Isaac Luria), en la que «la ruptura de las “vasijas” que contenían los atributos de Dios diseminó chispas divinas como fragmentos del mundo material. La tarea de reparar estas vasijas rotas, empresa en la que “hombre y Dios son asociados”, restablece la “condición armoniosa del mundo, no como restauración sino como “algo nuevo”», Buck-Morss, S., Dialéctica de la mirada, op. cit., p.260.
[25] Maura, E., Benjamin y el tiempo, op. cit., p.9.
[26] Íd. Maura hablará directamente, en términos kantianos, de la construcción de una «estética trascendental de la modernidad capitalista».
[27] Benjamin, W., El libro de los pasajes, op. cit., p.460 [N1,10].
[28] Véase Adorno, Th. W., Escritos filosóficos tempranos, op. cit., p.306 y ss.
[29] El rechazo académico que suscitó el libro sobre el Trauerspiel o la aridez de los textos y composiciones musicales dodecafónicas de Adorno dan prueba de esto.
[30] Scholem, G., Walter Benjamin…, op. cit., p.45. La doble negativa a establecer “leyes en la historia” y a renunciar a la objetividad en la historia será desarrollada desde Korsch y el revisionismo de la II Internacional.
[31] Buck-Morss, S., Dialéctica de la mirada, op. cit., p.30.
[32] Como se afirma en Sobre el lenguaje en general y el lenguaje de los humanos, «es esencial a toda cosa comunicar su propio contenido espiritual», en Benjamin, W., Sobre el programa de filosofía futura y otros ensayos, Caracas, Monte Ávila, 1971, p.139. El materialismo no puede mutilar de ninguna manera esta comunicación, a riesgo de perder su fuerza.
[33] Buck-Morss, S., Dialéctica de la mirada, op. cit., p.30.
[34] Scholem, G., Walter Benjamin, op. cit., p.107.

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